La “nueva normalidad” está bien guardada

Columnas 17 de julio de 2020 Por Agustín Courtoisie
Agustín Courtoisie nos trae el cierre de su "trilogía". Luego de "Autoritario es el otro" y "La supuesta maldad de China" hoy nos propone desarticular la idea que la pandemia representa una oportunidad nueva para el mundo...
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La “nueva normalidad” está bien guardada Foto: Reuters

En una de las películas de la trilogía sobre Batman del director Christopher Nolan, “El caballero de la noche” (The Dark Knight, 2008) siempre recuerdo con cierta perplejidad el personaje del fiscal de distrito, Harvey Dent (protagonizado por Aaron Eckhart). Si uno se remonta a las historietas tradicionales se trataba del villano “Dos caras”, el lector imaginará el porqué. 

No voy a revelar detalles de esa extraordinaria saga, pero basta recordar que el fiscal de distrito (que protagonizado por Eckhart parece un hermano de los célebres John y Robert Kennedy), después de una explosión recibe quemaduras en la mitad del rostro y toda su literaria ambigüedad empieza a ponerse de manifiesto. Más allá de las oscuridades que involucran al personaje, el fiscal de distrito parece constituir ante la ciudad un símbolo del héroe que habrá de vencer al crimen organizado.

Si algún malpensado ya tuvo la idea de compararlo al presidente oriental recientemente entrevistado por Leuco, no van por ahí mis reflexiones. Aquella narrativa de Nolan puede ser una de las posibles metáforas para pensar la pandemia, que a veces parece ser definida por un elemento u otro, o por todo lo contrario. Es que la pandemia provocada por el nuevo coronavirus impresiona hasta ahora como un fenómeno tan elusivo y zigzagueante como la propia búsqueda de su vacuna.

En dos notas anteriores exploré dos mitos: uno fue la pretendida libertad de Occidente frente al autoritarismo de Oriente y el otro la convicción de que el Sars-CoV2 es el resultado de técnicas genéticas utilizadas por laboratorios chinos. Hoy toca desarticular la idea de que la pandemia representa una oportunidad nueva para el mundo, más allá del dinamismo contradictorio de los hechos disponibles hasta ahora. 

Como el punto de arranque de estas reflexiones fue filosófico, convendría decir algo de Naomí Klein y Slavoj Zizek. Este último autor es muy provocativo y es muy interesante escucharlo siempre, pero a veces algo disperso para mi gusto. Zizek afirma en la revista Contexto y acción (N° 258, marzo 2020) que la pandemia ofrecería una gran oportunidad: “Las amenazas globales dan lugar a su vez a una solidaridad global, pues nuestras pequeñas diferencias se vuelven insignificantes y todos trabajamos juntos para encontrar una solución”. Y cree que, en particular, “quizá otro virus ideológico, mucho más beneficioso, se extenderá y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del Estado nación, una sociedad que se actualice a sí misma en la forma de la solidaridad y la cooperación global”. A muchos nos encantaría que esto fuera cierto. Pero lo más probable es que se acentúen las desigualdades. En todo caso, el principio de prudencia nos obliga a ser cautos aunque no tengamos todas las evidencias disponibles. Es que hay que comprender que algunas cosas todavía no es posible saberlas, es demasiado corto el tiempo. Ha habido muchos vaivenes en los aspectos científicos de la pandemia, y lo mismo ocurre con lo otro, con los impactos globales, políticos, sociales que van a verse en el futuro.

Yo me inclino más hacia lo que afirma Naomi Klein: los poderosos pueden hacer de la crisis algo como para perjudicar a los menos poderosos. La pandemia es una buena coartada para que ciertos gobiernos se defiendan de muchas acusaciones por su falta de sensibilidad social y las dolorosas consecuencias que eso va a tener. El mundo no va a ser igual, en el sentido de que va a ser un poco peor de lo que era antes. Ojalá uno se equivoque al decirlo. Una desgraciada subcultura ciudadana es funcional a esos esperables abusos. 

Por ejemplo, cada vez que alguien propone alguna de las distintas formas de renta universal, renta selectiva, ingreso ciudadano, o pide fijar una renta máxima, siempre se responde “¿Y cómo se financia?”. No hay otra respuesta a esto que “impuestos”. Esto a su vez solo puede nacer de una mínima voluntad distributiva y de la imperiosa convicción de igualar. Para financiar cualquiera de esas propuestas se necesita una estructura impositiva diferente, que exija un aporte mayor a la sociedad por parte de grandes empresas financieras y agropecuarias, entre otras, y no se olvide de ciertos individuos que fugan capitales al exterior en países como Argentina y el Uruguay.

Hay que recordar lo que le ocurrió a Dujovne, el exministro de economía de Macri, cuando fue a España para motivar a posibles inversores directos. Dado que allá no existía el blindaje mediático que cubría las ilegalidades y las inmoralidades del entonces presidente argentino en su propio país, alguien le preguntó, palabras más o menos: “¿Cómo espera que vayan las inversiones a la Argentina si usted mantiene su patrimonio en offshore?”.

En nuestro país ocurren cosas similares. Es esta subcultura de muchos que cantan loas a la Patria, a la unidad del Uruguay, pero después fugan o toleran la fuga de millones de dólares al exterior. Creo que habría que tomar una parte de esos recursos para mitigar la tragedia de muchísimos compatriotas que han perdido el trabajo o han degradado rápidamente su condición, en pocos meses, y no solamente por la pandemia. En Uruguay tenemos un presidente que calificó de “voluntarista” esa idea. Eso es todo un síntoma. Por un lado se muestra mucho interés en que vengan inversiones directas, pero no se le pide nada a un sector de la sociedad que podría invertir también acá, en su propio país.

Hay un obstáculo cultural enorme para aprovechar la pandemia y convertirla en algo diferente. Se trata de una concepción de lo que es legítimo y lo que no, que se reduce a un torpe credo de tres o cuatro dogmas. Quienes enuncian esos dogmas a lo sumo los ilustran con algún ejemplo particular, real o inventado, que luego generalizan en forma indebida. Pero jamás aportan cifras ni estudios rigurosos, como los que aportan los partidarios, por ejemplo, de igualar las oportunidades.

He aquí alguno de esos dogmas: no se deben destinar recursos a personas y familias con severas dificultades, crónicas o circunstanciales, porque se corre el peligro de fomentar una “raza de vagos”. Ellos deberían ser capaces de ganarse el sustento diario (aunque de hecho se lo suelen ganar en las circunstancias más adversas y en trabajos precarizados revolviendo contenedores todos los días). Quienes acusan, por su parte, suelen decir frases como “yo la tengo porque me la gané”. Pero cuando se les recuerda que el punto de partida de su nivel de vida surge de una herencia familiar o del uso de cierto capital social allegado a su origen, se niegan a reconocerlo. Se trata de individuos que pudieron caerse y levantarse en sus emprendimientos porque disponían de apoyo financiero familiar,y además de los activos sociales y culturales que permiten insertarse en el mundo.

Recordemos que con anterioridad hablamos de una oposición entre la presunta libertad en Occidente versus el autoritarismo de Oriente. Aquí el abuso de la palabra “libertad” o bien su uso contradictorio es evidente. Se habla por ejemplo de la “libertad financiera” por ejemplo, pero se levantan las alertas de los depósitos que antes eran controlados. En Uruguay se están cometiendo errores propios no de jerarcas malvados sino de decisores algo distraídos. Vamos a ocuparnos de un caso puntual: el de la tecnología financiera para evitar el lavado de activos producto del crimen organizado. Perseguir el narcomenudeo sin cortar el flujo financiero de los narcotraficantes es de una ingenuidad total. Entretanto, Jorge Chediak, jerarca de la “Secretaría Nacional para la Lucha contra el Lavado de Activos y el Financiamiento del Terrorismo” estima que el lavado de activos es “bajo” en Uruguay. Este afirmación es chocante respecto a los flujos que tienen que haberse correspondido con casos como el de las 4,5 toneladas de cocaína enviadas a Alemania, récord histórico de exportaciones, si se permite la ironía. Es decir, si ahora se pueden hacer transacciones de miles de dólares (un millón de UI como marca la LUC es algo más que 100 mil dólares) sin tener que declarar el origen, resulta poco verosímil sostener al mismo tiempo la convicción de combatir el narcotráfico. Basta ver el Artículo 221 de la Ley Nº19.889 / Julio 2020, “Ley de urgente consideración”. Entonces, la palabra “libertad” se usa de una manera muy ingenua, como recién vimos, en referencia a la libertad económica, pero después en los hechos esa “libertad” se traduce en represión para el que proteste, en más patrulleros, más armas, más permisividad para el que tiene un arma en la mano y un uniforme.

Hay un cambio cultural inducido durante años por la prédica del miedo y la recomendación de soluciones simplistas. Por ejemplo, eso se nota cuando alguien cree que un soldado que cumple una orden inmoral sigue siendo un soldado. Un soldado que cumple una orden inmoral es un mercenario, o un sicario. Y si hay jerarcas que no entienden eso en Uruguay estamos en graves problemas.

Pero examinemos más de cerca la ilusión de que la pandemia abriría oportunidades nuevas. Los efectos en el mundo del trabajo son trágicos. El País (España) afirma que dada la crisis del coronavirus, “Argentina, Brasil, México y Perú liderarán la subida regional de la pobreza por la pandemia (…) La CEPAL anticipa 45 millones de nuevos pobres en América Latina y una caída de 9,1% del PIB regional". Pese a ello, se han rechazado medidas emparentadas con una renta básica universal -excepto en países como España que aprobó un ingreso ciudadano para los sectores más deprimidos-. El ministro de Trabajo (Uruguay) hace unos meses habló de 100 mil solicitudes de seguro de paro, 80 mil unipersonales que carecen de esa cobertura y para colmo de males 400 mil trabajadores informales sin poder trabajar ni recibir apoyo digno del Estado. 

Datos más recientes muestran que todo ha empeorado, como lo reconoce la página del Ministerio de trabajo y Seguridad Social a través del mismo titular de esa cartera. El impacto mundial de la pandemia “es de una magnitud espeluznante” y según estimaciones de la OIT “en el año 2020 se van a perder 300 millones de puestos de trabajo”. Según palabras del ministro: “En Uruguay se multiplicó por diez la cantidad de solicitudes al seguro de paro. Están o estuvieron en el seguro de paro alrededor de 250.000 trabajadores. Esta cifra equivale a casi un tercio del total de trabajadores que tienen derecho al seguro de paro. El mismo portal registra que existe medio millón de trabajadores sin derecho al seguro de paro: 400.000 informales más otros 100.000 trabajadores que operan como empresas unipersonales.

Uno de los argumentos para negarse a tomar medidas a la altura de esa tragedia es que los empresarios han sufrido mucho por la crisis. Entonces, ¿qué dejamos para la gente que no puede elegir entre contagiarse o morirse de hambre? Las autoridades han rechazado de plano por “voluntarista” el recurrir a algún porcentaje de la fuga de capitales. Por eso es tan chocante saber que, según el diario El País, a fines de 2017, “los uruguayos tenían depositados en bancos ubicados fuera de fronteras US$ 6.878 millones”. Las cifras han descendido un poco pero siempre según el Banco Internacional de Pago, en 2018 y 2019 los depósitos de uruguayos en el exterior han superado siempre los seis mil millones de dólares.

No entender eso no es un problema de números, es un problema de inteligencia emocional. Es un problema cultural. Aquí hay una definición cultural que justifica la violencia contra el más débil, el más vulnerable, pero permite que uno de los implicados en el cargamento más importante de cocaína en Alemania esté esperando la resolución de la justicia, no sé si en su casa o caminando por la calle

Un comentario adicional sobre la ilusión de que la pandemia traerá oportunidades para transformar este valle de lágrimas. Es mi deseo que alguien formule argumentos convincentes para creer que, como reclama el PIT-CNT, hay una oportunidad para mitigar las desigualdades. Hay experiencias internacionales sobre renta básica que han funcionado para sus beneficiarios de modo sustentable, sin el supuesto “riesgo moral” del abandono de hábitos laborales. También para que dejemos de usar de modo manipulativo la palabra “libertad” y sobre todo, para que quienes tienen jerarquías políticas en el Uruguay sean un poquito más responsables cuando pretendan legitimar los abusos de militares y policías. Porque de lo contrario el panorama va a ser mucho más oscuro que ahora. 

Entretanto, en las narraciones que inocula a diario el periodismo hegemónico o los referentes del gobierno de la coalición electoral (que no logró hasta ahora convertirse en coalición gubernamental), parece que todo va muy bien, que la pandemia está controlada, que hay que proteger a los “malla oro”. Pero muy poco se habla del impacto de la pandemia en la reducción del empleo, en el incremento de la violencia doméstica y de los suicidios en niños, o las muertes de perros propiedad de marginales, o de marginales quemados vivos… Uno de los pocos fenómenos esperanzadores son las ollas populares, que se llaman así precisamente porque no son gubernamentales.

Eso me recuerda el caso de aquel paciente que le pregunta al cirujano: “Doctor, dígame la verdad… ¿perdí mi pierna?”. Y el cirujano le responde, como si comunicase una esperanza, con la sonrisa del fiscal de Ciudad Gótica, o el rostro afable del presidente que hace poco descubrió a Keynes: “Tranquilo amigo, ¡cómo se va a perder! Aquí la tengo, bien guardada en este balde...”

Agustín Courtoisie

* Exdirector Nacional de Cultura (MEC). Profesor de filosofía, docente en la FIC – Udelar, autor, entre otros libros, de A ciencia cierta (2010) y Ciencia kiria. Ensayos sobre ciencia, tecnología y sociedad (2018).

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