Veinte años sin Arturo Ardao

Columnas 19 de septiembre de 2023 Por Agustín Courtoisie
Este 22 de setiembre se cumplen dos décadas del fallecimiento de Arturo Ardao, historiador de las ideas, filósofo original y compañero muy cercano de Carlos Quijano en el inolvidable semanario Marcha. Son menos conocidas, sin embargo, su militancia en la malograda resistencia de 1935 ante la dictadura de Terra, por simpatía con el caudillo Basilio Muñoz, o su página editorial ante la muerte de Ernesto “Che” Guevara en 1967.
IMG_20230919_122429

En aquel 22 de setiembre de 2003, hacia las cuatro de la tarde, se le homenajeó de cuerpo presente en la Universidad de la República. Poco después, en el cementerio del Buceo, familiares y personalidades de todos los sectores de la vida política e intelectual del Uruguay acudieron para despedirlo. 

Horas antes muchísimas personas habían participado en las visitas del Día del Patrimonio, ese año (2003) asociado al nombre del insigne investigador y musicólogo Lauro Ayestarán. Ello recuerda que junto al patrimonio tangible —ese pasado común, material, que une a los pueblos—, debe reverenciarse también a aquellos que dedicaron su vida al estudio y la difusión del otro patrimonio, el espiritual, el intangible. Tal es el caso de Arturo Ardao (1912 – 2003) porque con su desaparición,  América Latina y no solo el Uruguay, ve alejarse a un hombre sabio que explicó con fineza y profundidad las líneas del pensamiento nacional y latinoamericano, y supo plantarse creativamente frente a los grandes nombres y problemas de la filosofía universal.

Historiador y filósofo 

Había nacido el 27 de setiembre de 1912 en el Departamento de Lavalleja y su vida fue tan rica como su obra: abogado, docente y jerarca universitario, militante político junto a Carlos Quijano y partícipe de la fundación del semanario Marcha. Para las generaciones que se formaron leyendo y escuchando al sabio ecuánime que fue Ardao, pueden resultar sorprendentes sus pasiones políticas juveniles, reveladas en La tricolor revolución de enero: recuerdos personales y documentos olvidados. Vivió varios años en Venezuela, a partir de 1976, donde enseñó e investigó en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos de Caracas y en la Universidad Simón Bolívar.

No son pocos quienes supieron ver que además de su apuesta personal, evidente en textos como los de su volumen Espacio e inteligencia, hay una intención filosófica original en su obra histórica. Pese a su reticencia a admitirlo personalmente a quienes se lo manifestaban, una frase de La inteligencia latinoamericana parece justificar el gesto de poner el acento en su labor creativa —además de su conocida dimensión como historiador del pensamiento—: “Toda historia de la filosofía, si es auténtica, es en sí misma ejercicio filosófico”.

En una entrevista concedida a la revista Relaciones agregaba: “Sin duda, una cosa es la filosofía y otra su historia; pero tal historia, si auténtica, es ya, de algún modo, ejercicio filosófico, y por lo tanto una forma de filosofar. Lo es, por requerir, necesariamente, la vivencia de la filosofía en los dos primeros de sus tres ascendentes niveles: conciencia filosófica, criterio filosófico, creación filosófica”. Sin embargo, su aporte personal no se agotó en un singular ejercicio de la historia de las ideas, tan riguroso, pero al mismo tiempo sutil de modo intransferible.

Metafísico  pero concreto

Por ejemplo, la metáfora del témpano de Littré que Vaz Ferreira hizo célebre, condujo a Ardao a afirmar la importancia de hacer metafísica, esa reflexión sobre las realidades últimas que pueden describirse como “un océano para el cual no tenemos ni barca ni velas”. Y así lo manifestó en forma inequívoca: “la mayor emoción de aquella metáfora (...) es la punzante conciencia del universal misterio, más que enigma, del cosmos y de nuestro propio ser”. Y en el capítulo final de su libro Lógica de la razón y lógica de la inteligencia, Ardao defendió “en oposición al dogmatismo a priori de la razón abstracta, el empírico escepticismo moderado de la inteligencia concreta”.

Pero debe puntualizarse que la admisión por parte de Ardao de que hay una metafísica posible, no lo alejó de la filosofía de lo concreto, en el sentido de que el investigador tanto como el creador filosófico deben atender a lo geográfico, a lo cultural, a lo histórico, lo social y político, y aun a lo económico si es necesario. Esa doble atención a polos disímiles que van desde lo más abstracto a lo más concreto ha sido bien expresada por Jorge Liberati: 

“La filosofía de Arturo Ardao concilia dos de los grandes extremos que se debatían hacia el final de la primera mitad del siglo. Podría decirse que tales extremos oscilaban entre la valoración de los hechos y la valoración de las ideas; entre ciencia y espíritu, entre razón y afectividad; entre instituciones e individuos. La obra de morigeración entre estos extremos, no es llevada a cabo por Ardao mediante una argumentación especulativa sino mediante una paciente búsqueda de documentación”. 

Equilibrio, moderación, rigor, y disposición a “pensar por ideas a tener en cuenta”, como decía Vaz Ferreira, parecen constantes en su obra. Y afilian con toda claridad el pensamiento de Ardao a las filosofías de la experiencia y a las filosofías de la vida.

En La inteligencia latinoamericana Ardao distinguió entre “la idea como abstracto concepto general, y la idea como afirmación o negación, es decir, como juicio”. Según esto, la historia de las ideas es la historia de las ideas-juicio, no de las ideas-concepto. Pensar es juzgar, y la historia de las ideas debe incluir la creencia, la opinión y hasta las tonalidades afectivas de una representación intelectual. 

En otros pasajes, el uruguayo utilizó la frase de Ortega de que “una idea es siempre reacción de un hombre a una determinada situación de su vida”. Una de las consecuencias de estas distinciones es que la filosofía no puede divorciarse de los contextos vitales en que tal actividad se desarrolla. No en vano afirmó que en la obra de Bergson hay una ausencia que lo aleja de las preocupaciones más vivas del presente, y le reprochó encomendar la humanidad al misticismo, a pesar de los conflictos históricos de clases sociales y de pueblos. También advirtió que las nuevas generaciones americanas conocerían las lecciones del maestro del Colegio de Francia, pero Ardao adelantaba que no andarían de su mano.

Aventuras de las ideas

Siempre es arbitrario seleccionar de una obra tan vasta unos pocos títulos. Pero algo puede aventurarse basándose en la confianza de que la imprescindible tarea de estudio y difusión de la labor de Ardao la continuarán realizando, incluso más a partir de ahora, muchos investigadores latinoamericanos o de otras partes del mundo, y muy en particular, las instituciones nacionales. 

De las obras de Arturo Ardao sobre Uruguay deben mencionarse Espiritualismo y positivismo en el Uruguay (México, 1950), La filosofía en el Uruguay en el siglo XX (1956) y Etapas de la inteligencia uruguaya (1971); sobre Uruguay y América Latina: Rodó. Su americanismo (1970), Nuestra América Latina (1986); y sobre España y América Latina: La filosofía polémica de Feijóo (Buenos Aires, 1962); Filosofía de lengua española (1963).

Ya se ha dicho que su dimensión como pensador, o su faceta más creativa y personal, es menos conocida que su abundante bibliografía como investigador. De esa labor más personal debe mencionarse una verdadera joya del pensamiento filosófico de lengua española: Espacio e inteligencia (Caracas, 1983 -Montevideo, 1993). En ella, Ardao dialoga críticamente en sucesivos ensayos con Max Scheler, Henri Bergson, o Benedetto Croce, por mencionar solo algunos de sus interlocutores filosóficos. 

Es memorable el paralelo que establece Ardao entre Bertrand Russell y Carlos Vaz Ferreira: esas páginas deberían ser visitadas por muchos descreídos de los valores nacionales. En el mismo volumen, “De hipótesis y metáforas” discurre a propósito de los conceptos de inteligencia y razón: “Para la inteligencia, lo llamado natural por la razón no es menos misterioso que lo llamado sobrenatural”.

Maestro sin más 

Las repercusiones internacionales de la figura de Arturo Ardao han sido numerosas. La Gobernación de Buenos Aires le dedicó un homenaje, cuando recibió junto a Arturo Andrés Roig el título de “ciudadano ilustre”. A propósito de ese encuentro, el profesor Liberati ha recordado que se asoció la obra de ambos con la de Rodó, “en busca de la vindicación del arielismo, la justa valoración del latinoamericanismo y la salvaguarda en la relación de inferioridad respecto al Norte”. 

Y que tanto Roig como Ardao fueron “autores de una obra que afirmó con respeto y dignidad a América Latina ante las demás naciones”. También Horacio Cerutti Guldberg señaló oportunamente “el respeto a las fuentes documentales, un compromiso social y político responsable”, destacando “la dimensión política siempre riesgosa del filosofar”. El austríaco Günter Mahr observó que la historia de las ideas latinoamericanas es una contribución original al fondo común de la filosofía universal. El ruso Edward Demenchómok declaró que “los intelectuales progresistas rusos aportaron la filosofía latinoamericana como prueba de la posibilidad de la filosofía nacional” y que en la obra de Ardao, Roig y otros pensadores latinoamericanos encontraron “argumentos válidos contra un concepto unidimensional de la filosofía y a favor de una visión más amplia de la filosofía”.

Ahora ya no importa discutir si fue más historiador que docente, o más filósofo que historiador. Si la expresión “historiador de las ideas” no implicara la supresión de elementos personales en la tarea, podría decirse que Arturo Ardao encontró en ese género su más natural forma de expresión, como ocurrió con Carlos Quijano en el periodismo, según su propia sugerencia, que continúa con la formidable enumeración: “como la tuvieron —volvamos a la tradición nacional— Rodó en el ensayo, Vaz Ferreira en la conferencia, Frugoni en la oratoria”. 

Después de todo, la expresión que Arturo Ardao usó para calificar a Carlos Quijano en cierta oportunidad, podría aplicársele con toda justicia: “Maestro sin más”.


REFERENCIAS

Ardao, Arturo (1967). Semanario Marcha Nro. 1375, 20 de octubre de 1967, Montevideo. “Ernesto Guevara, un libertador de América. Nuestro homenaje a Ernesto Guevara”, pág. 11.  En ausencia de Carlos Quijano por un viaje a Europa, a partir del 14 de octubre de 1967, Arturo Ardao pasó a ejercer la dirección de Marcha  y  por ello estuvo a cargo del editorial sobre Guevara. Ver Semanario Marcha Nº 1374, 14 de octubre de 1967, pág. 8.

Courtoisie, Agustín (2003). “Arturo Ardao (1912-2003). La erudita inteligencia”. El País Cultural, viernes 10 de octubre de 2003, Montevideo.  El presente artículo reproduce ese texto con mínimos ajustes.

Courtoisie, Agustín (2004). “La razón enriquecida por la intuición”, en Ardao por diez. Edición de homenaje del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) a Arturo Ardao, que reproduce las ponencias realizadas en la Dirección Nacional de Cultura el 22 de octubre de 2003  a cargo de Yamandú Acosta; Luis Alemañy; Hugo Biaggini; Agustín Courtoisie; Adolfo Garcé; Leonardo Guzmán; Jorge Liberati; Blanca Paris de Oddone; Carlos Zubillaga. Producción editorial: Carlos Cipriani. Coordinación de panelistas: Jorge Arbeleche. Montevideo: Publicación del MEC.


Nuestro homenaje a Ernesto Guevara (fragmento)

Arturo Ardao (1967)

No pertenecemos al partido político que fue el de Guevara, si es que Guevara perteneció, efectivamente, a un partido político. En todo caso, no somos comunistas. No lo somos, porque no somos marxistas-leninistas, en ninguno de los sentidos, estrictos o latos, con que hoy se usa esta expresión en el lenguaje político militante. Y no somos marxistas-leninistas, porque no compartimos el indivisible contexto de teorías y métodos, en plano nacional e internacional, que son propios del marxismo-leninismo. 

Dicho quede lo anterior, sin perjuicio de consignar a la vez, nuestra deuda doctrinaria con los textos fundamentales, no sólo de Marx, sino del mismo Lenin, para la comprensión científica de los fenómenos de la sociedad y de la historia, y para la orientación política en el seno de las grandes realidades del mundo contemporáneo. El Capital de Marx, y El Imperialismo, última etapa del capitalismo, de Lenin, configuran una pareja bibliográfica de implacable objetividad analítica, que tiene, en el campo de las ciencias sociales, una significación equivalente, por ejemplo, a la que tuvo Sobre el origen de las especies, de Darwin, en el campo de las ciencias biológicas. No son ya patrimonio de una tendencia, escuela, clase social o partido político, sino conquista irreversible del pensamiento humano. 

No siendo marxistas-leninistas, establecido está nuestro deslinde doctrinario con la revolución cubana, en cuanto revolución conducida, en teoría y métodos, por el partido comunista. Ese deslinde fue hecho formalmente por la sección editorial de esta hoja, cuando por primera vez Fidel Castro se declaró marxista-leninista y refundió sus propios cuadros políticos con los del tradicional partido comunista de la isla. Fue así, sin perjuicio de estar constantemente junto a Cuba en defensa de su integridad y soberanía ante la potencial o real agresión imperialista, en defensa de su derecho a darse el régimen político-social de su elección, y en defensa de las conquistas sociales y humanas de la revolución misma. 

No siendo marxistas-leninistas ni ortodoxos de la revolución cubana, establecido está también nuestro deslinde doctrinario con la personalidad de Ernesto Guevara. Y sin embargo, el homenaje que ahora le rendimos, en la parte más escogida de nuestro corazón y de nuestra inteligencia, no es, simplemente, como puede ser el de muchos, la conmovida inclinación ante el holocausto heroico y resplandeciente por una causa que no se comparte. No. Porque la causa por la cual Guevara ofrendó generosa y valerosamente su vida, es nuestra causa, la causa de la liberación de los pueblos de la América Latina del yugo imperialista.

Muy por encima de las enconadas disensiones internas de las propias tendencias comunistas sobre las concepciones y tácticas de Guevara; muy por encima —aún— de las discrepancias entre comunistas y no comunistas, sobre la conducción de la lucha contra el imperialismo, esa epopeya impar que es la vida y la muerte de Guevara, constituye una de las más grandes e imperecederas glorias de Latinoamérica en la forja, incesantemente renovada, de su emancipación definitiva.

(Fuente: Semanario Marcha Nro. 1375, 20 de octubre de 1967, Montevideo).

Te puede interesar