Por un ambientalismo crítico

Mediateca08 de junio de 2023 Por Agustín Courtoisie
Había algo que no cerraba en el maquillaje verde de tantas empresas. Ni en ciertas expresiones radicales de los ambientalistas de países ricos que apenas movían la aguja de su abuso de los países periféricos, incluidos sus impactos ambientales. Un consultor internacional en gestión ambiental, uruguayo y con un doctorado en conservación de recursos naturales, nos enseña a pensar en lo local y a dejarnos de excusas remotas. Es hora de asumir responsabilidades muy cercanas.
Libros-de-Aramis-Latchinian

La crisis del agua en el Uruguay ya ha sido abordada en varios artículos de Mediomundo. Pero es necesario situarla en un contexto mucho más amplio: el de las ciencias ambientales. Por eso, nada mejor que presentar una panorámica de la perspectiva del ambientalismo crítico, expresada de modo muy persuasivo por Aramis Latchinian.

Biólogo marino, exdirector nacional de Medio Ambiente, doctorado en conservación de recursos naturales, desde la aparición de su libro Globotomía (2009) Aramis Latchinian se dedicó a provocar a intelectuales y activistas. Pero no ingresando a las oscuras filas del negacionismo del cambio climático sino cuestionando el verdadero alcance del papel del ser humano como uno de sus factores: los problemas del ambiente hay que enfrentarlos con nuevas herramientas de gestión.

Ecología y ecologismo

Según Latchinian, aunque a veces se solapan sus dimensiones, es necesario distinguir con cuidado el “discurso ecologista” del “discurso ecológico”. Más en detalle, en El ambientalista crítico (2016) aclara:

“La ecología es una ciencia fundamental para la comprensión de nuestro entorno y para el desarrollo de la gestión ambiental, mientras que el ecologismo es una ideología con un enfoque subjetivo de la problemática ambiental y no implica un abordaje científico u objetivo de los problemas que el hombre provoca en su entorno” (Latchinian, 2016, p. 12).  

Por eso en Globotomía (2009) ha afirmado con buena base académica:

“Históricamente el escepticismo y la duda son las chispas que encienden el motor de los científicos, o deberían serlo. No obstante, ese mecanismo no funciona bien en temas ambientales (…) Cuando ese consenso artificial que descalifica y penaliza la discrepancia se empezaba a poner tedioso (…) cristalizaron una serie de investigaciones publicadas en revistas científicas de primer nivel por algunos de los climatólogos y físicos más prestigiosos del mundo, quienes presentan argumentos difíciles de rebatir respecto al carácter natural del calentamiento. Entre ellos, vale destacar las recientes publicaciones del astrofísico sueco Henri Svensmark en las que se demuestra la correlación entre la actividad solar y la temperatura en la troposfera, es decir, la incidencia de las radiaciones solares sobre los ciclos de calentamiento y enfriamiento atmosféricos” (Latchinian, 2009, p. 246). 

Y apunta enseguida algo que no podemos dejar de lado: 

“Tan contundentes han resultado sus conclusiones, que miembros del IPCC han flexibilizado su discurso mencionando que el ‘efecto Svensmark’ tal vez explicaría parcialmente el calentamiento y complementaría el efecto del CO2” (Svensmark, citado en Latchinian, 2009, pp. 247-248).

Latchinian es consciente que a veces los deslindes no son fáciles. Existen matices, cuestiones de grado. Por algo ha dicho al final de Globotomía (2009), casi contradictoriamente con su distinción entre ecología y ecologismo, que “este libro representa la opinión personal del autor, tal vez refleja su experiencia,  pero no pretende demostrar ninguna verdad científica” (Latchinian, 2009, p. 249). Pero eso no quiere decir que apelar a la autoridad de la ciencia sea en vano, sino que no hay verdades científicas absolutas y para siempre.    

En esta rápida recorrida de los tres libros de Latchinian (el último escrito en coautoría con Roberto Font) seremos muy enfáticos en recomendar su atenta lectura. Pero no hay por qué estar de acuerdo en todo con él. En cualquier caso,  la navaja de Ockham que aplica a los temas medioambientales y la sólida base de sus actualizadas referencias, convierte cualquiera de sus páginas en un material imprescindible, sea para coincidir o para intentar rebatir (a menos que uno sea un ambientalista ingenuo, permeable al greenwashing, o un extractivista sin retorno).

Bahía de Minamata, Japón

La estructura de Globotomía (2009) se divide en tres partes. La Parte I, “¿Problemas ambientales globales o globalización de los problemas ambientales?”, aborda entre otros puntos de “El riesgo real y la percepción del riesgo”, “El ecoterrorismo”, “Los riesgos ambientales en la agenda del Estado”, “¿Contamina el Estado o los privados?” y “La coartada del desarrollo sustentable”. 

La Parte II, se titula “Casos emblemáticos de Globotomía”. Este último término es una ironía referida a pensar demagógica o superficialmente los temas ambientales como si se hubiese padecido una “lobotomía” cerebral, y alude a la vez a una mirada inadecuada de ciertos asuntos planetarios. Se subdivide en tres secciones: “Calentamiento global”, “El fin del petróleo y la crisis energética”, “El agujero de la capa de ozono” y “La extinción en masa y el conservacionismo”.

La parte III, “La gestión ambiental en crisis”, plantea la interrogante “¿Crisis ambiental o crisis de la gestión ambiental?”. En este último tramo del libro podrán encontrarse dos estupendos estudios de caso: la tragedia de la Bahía de Minamata en Japón (pp. 224-226) y un controvertible pero ineludible análisis sobre la primera planta de UPM y la correspondiente puja entre argentinos y orientales (pp. 226-240).

Bajo la premisa de que es menester evitar que los problemas ambientales se conviertan en conflictos socioambientales, actuando a tiempo, se relata el caso que conmovió a Japón en la década de 1950. La empresa petroquímica Chisso durante décadas había vertido mercurio puro a las aguas de la bahía de Minamata. Por entonces, no había mayores  controles y en los niveles vertidos tampoco había prueba de toxicidad.

“Pero el mercurio puro sí afectaba a una especie de bacteria que vivía en las aguas de la bahía, que como parte de una mutación adaptativa comenzó a convertir el mercurio puro que le resultaba nocivo en metil-mercurio, que le era inocuo” (Latchinian, 2009, p. 224).

El metil-mercurio sí es muy peligroso para muchas otras formas de vida porque contribuye a la disolución de las grasas y se bio-acumula. Eso impactó en toda la cadena de seres del ecosistema porque el sistema nervioso y el cerebro de los animales vertebrados están compuestos de tejidos grasos. A los problemas neurológicos de los peces se sucedieron las mortandades de gatos que se alimentaban de sus restos.    

“Y no demoraron en aparecer los efectos terribles sobre los habitantes de la bahía  de Minamata (su dieta se basaba en consumo de pescado): comenzaba con sensación de hormigueo en el cuerpo, debilidad muscular y pérdida de equilibrio, hasta la incapacidad motora casi total, pérdida del habla y de la audición y, por último, pérdida de la razón y la muerte. Esta contaminación por metil-mercurio se conoce como enfermedad de Minamata” (Latchinian, 2009, p. 224).

Si bien se conoció de modo inequívoco la relación entre los vertidos y la enfermedad, a empresa siguió operando por 15 años más. El resto de la historia vale la pena leerlo directamente pero para ello hay que conseguir el libro.

Latchinian recargado

En El ambientalista crítico (2016), mi título favorito de la serie de tres obras, el autor vuelve a la carga con más datos, más análisis y una escritura elegante, de amenidad periodística, que es uno de sus sellos. Es importante prestar la debida atención al subtítulo, porque desde él se insinúan varias pistas de los contenidos y de las perspectivas propuestas: “Gestión ambiental, ecologismo y desarrollo en América Latina”.  Su modus operandi es riguroso, cada afirmación tiene su referencia académica, se diga lo que se diga de las conclusiones a las que llega, siempre originales, por cierto. Y después de todo, se trata de materia opinable en muchos casos. 

Cuatro grandes capítulos que a mi gusto debieron ser llamados “secciones”, configuran un libro imperdible de apenas doscientas veintitrés páginas: el Capítulo I, “El nuevo escenario ambiental en América Latina”; Capítulo II, “Un nuevo discurso ambiental en América Latina”; Capítulo III, “Una nueva forma de gestión ambiental”; Capítulo IV, “El desafío ambiental de América Latina”. 

En el momento de publicarse El ambientalista crítico (2016), Latchinian ofrecía una mirada en parte afín al desarrollismo:

“Por más que se haga un discurso vago acerca de que es una responsabilidad de toda la humanidad, de que debemos cambiar ‘nuestros’ hábitos de consumo y andar más en bicicleta, es difícil argumentar que tenemos el control de las causas  si el 50% de los gases de efecto invernadero de origen antrópico son emitidos por dos países, Estados Unidos y China, mientras que toda América Latina y el Caribe juntos emiten menos del 10%” (Latchinian, 2016, p. 79).

El autor realiza algunas puntualizaciones luego, adelantando los contenidos que recorrerán su libro posterior junto a Roberto Font, La destrucción costera en América Latina y la coartada del cambio climático (2022). Su criterio es que sobre las causas vagas o remotas, nada podemos hacer. Hay que actuar sobre las causas locales y regionales:

“Si una playa llegara a desaparecer  por el aumento del nivel del mar (...) las autoridades no pueden hacer nada (...) Pero si la degradación de la playa se relaciona con causas más tangibles que el cambio climático, como la construcción sobre las dunas, el vertido de efluentes en las playas o la deforestación de las costas, entonces las autoridades locales deberán asumir su responsabilidad de gestión” (Latchinian, 2016, pp. 79-80).  

Llama la atención que el ecologismo importado de países centrales sea tan funcional a la visión de muchos terratenientes. Hay que comprender la gravedad del modelo de “sustitución de ecosistemas”:

“Si donde teníamos un bosque hoy tenemos un gran monocultivo, habremos perdido en servicios ambientales (ciclo hidrológico, captación de CO2, biodiversidad, entre muchos otros) y esa pérdida no se repartirá equitativamente. El nuevo sistema monocultural que ocupa el lugar del bosque provocará un empobrecimiento del suelo y posiblemente de su entorno (erosión y desertificación, arrastre de sedimentos, nutrientes y agroquímicos a los cursos de agua, entre otros)” (Latchinian, 2016, p. 67).

“Estos problemas no son nada despreciables para el futuro de la humanidad; nuestro planeta tiene cerca de 150  millones de km 2 de tierra de los cuales aproximadamente 30 millones de km2 tienen condiciones aptas para la agricultura, pero esa tendencia global de producir biomasa mediante extensos monocultivos intensivos en grandes extensiones, está provocando una tasa de erosión  de 100 mil km2 por año, lo que habla de la gravedad del problema. Pero nuevamente el movimiento ecologista  coincide con los grandes terratenientes, que mantienen con sus trabajadores  relaciones de tipo feudal (trabajando mucho más de 8 horas y pagándoles con vales) y que también rechazan a las empresas que pretenden introducir la industrialización al campo” (Latchinian, 2016, p. 67).

Bancos, minería, transgénicos

Empecemos por el sistema financiero y los grandes decisores políticos del mundo. En “un contexto de recursos limitados y problemas urgentes”, dejarse intimidar por la agenda ambiental de los países centrales que involucra la no industrialización de los países periféricos es una ingenuidad. Es preciso definir otra agenda (la del ambientalismo crítico):

“El último gran salvataje del sistema financiero de EE.UU. y Europa (17 trillones de dólares)  sería suficiente para erradicar el hambre  del mundo por 500 años independientemente del cambio climático (según los costos estimados por la FAO). Sin embargo, según el discurso ecologista duro, el hambre de mil millones de personas está más relacionada con el aumento de temperatura que con las prioridades de inversión de los gobiernos del primer mundo” (Latchinian, 2016, p. 136).

A mí me surgen algunas dudas respecto de esa cifra de 500 años. Pensé incluso en un error tipográfico. Me daría por satisfecho si fueran 50 o fueran 5 años libres de hambre en el mundo. Como temo que este artículo se convierta en una suerte de antología de textos de Latchinian, debo consignar que, parafraseándolo para no hacer cita textual, la FAO sostiene que 30 mil millones de dólares al año alcanzan para que nadie se muera de hambre en el mundo. Y eso es 30 veces menos de lo que se gastó en un año para salvar al sistema financiero de EE.UU. (Latchinian, 2016, p. 68). Continuemos con nuestro ambientalista crítico: 

“Es mentira. No hay ‘un solo planeta’. Europa es uno, África es otro y no es ingenua la unificación del discurso” (Latchinian, 2016, p. 137).

Frente a esas cortinas de humo y esas maniobras publicitarias globales, por radical que se presente, es muy poco convincente un ecologismo que pone en la misma canasta la minería de socavón con la minería de cielo abierto (pp. 42-44). Un ecologismo que atribuye a UPM los graves impactos que producen en la región las plantas de celulosa con tecnologías obsoletas (aunque si el Estado no asume su liderazgo para regular sino que habilita sustancias tóxicas como ha ocurrido hace poco, el problema es otro y muy grave, por supuesto, como lo documenta Ámbito, 2022) (pp. 48-49). 

Un ecologismo que generaliza a partir de casos negativos: fue un desastre producir salmones transgénicos (p. 64) pero el “arroz dorado” podría haber salvado de la enfermedad y la muerte a millones de niños (pp. 62-64). Otro lugar común: en el caso de la prevención de catástrofes, concentrarse en si la propiedad de una empresa sea estatal o privada no es tan relevante como la necesidad de regular y controlar. Basta recordar las tragedias de Chernobil y British Petroleum (p. 47). Otro lugar para la trampa en que caen los ambientalistas radicales pero ingenuos: la ecoarquitectura (Latchinian, 2016, pp. 80 y ss.).  

Su juicio sobre algunos ecologistas del Uruguay es muy duro:

“El movimiento ecologista, respaldado por el discurso pseudocientífico de algunos sectores académicos más comprometidos con la militancia ecologista que con la investigación en ecología, de forma engañosa hicieron un gran paquete con toda la minería a cielo abierto, en la que envolvieron la minería de oro y de hierro como si fueran casos similares, cuando son actividades que ambientalmente tienen muy poco en común” (Latchinian, 2016, pp. 48-49).

“El discurso ecologista es meridianamente claro en el caso de Uruguay: no importa lo que digan los estudios técnicos, la legislación vigente o la opinión de las mayorías, al movimiento ecologista no le interesa escuchar argumentos, sean técnicos, científicos o legales” (Latchinian, 2016, p. 49).

Por no hablar de los grandes intereses expresados en organizaciones de fachada simpática, como WWF (World Wide Fund for Nature), que se asoció con Coca-Cola para proteger los osos polares, donde ellos ganan pero los osos no (Latchinian, 2016, p. 120 y alrededores). 

Todas esas afirmaciones merecen ser chequeadas y contrastadas, y deben tomarse muy en cuenta. Y pese a que, en lo personal, soy de los que creen que es bueno juntar firmas contra los contratos secretos y su anulación (en mi perspectiva, para renegociarlos mejor), y en favor de estimular la participación ciudadana disminuyendo las exigencias  para presentar recursos e incrementando a la vez las mayorías parlamentarias para autorizar ciertos contratos con empresas extranjeras, entre otras cosas (Movimiento Uruguay Soberano, 2023).

Hay muchas posturas de El ambientalista crítico (2016) que parecen contradictorias pero en realidad son complementarias (uno siempre debe estar atento a Vaz Ferreira). Estas mismas líneas también pueden resultar equívocas. Sin embargo, es perfectamente conciliable estar enterados de los horrores cometidos por las grandes empresas extractivas, por ejemplo, o desechar ciertas formas de defender el ambientalismo y las maneras de encarar el cambio climático, y al mismo tiempo, buscar nuevos fundamentos para otra variante de ambientalismo: el ambientalismo crítico.

El método de las hormigas

Vamos a ver algunos casos. Las actividades empresariales de gran escala en Colombia conducidas por Gary Drummond (“fiel representante de lo más reaccionario de la industria minera estadounidense”) han involucrado prácticas inmorales y hasta han sido vinculadas a asesinatos de sindicalistas. Entretanto, sugiere Latchinian, “regular es más inteligente que prohibir”:

“Son muchos los casos que demuestran que la prohibición de la minería de gran porte no implica que no se extraigan más metales, solo implica que la actividad se hará al margen de la ley, y ese es el peor escenario. Las terribles imágenes de los garimpeiros en Brasil han sido ampliamente difundidas, pero no menos escalofriantes son los resultados de la ilegalización de la minería en Venezuela, donde decenas de yanomamis han sido asesinados  y el parque nacional Canaima ha sufrido severos daños ambientales por la minería ilegal de oro y diamantes, vasta zonas del sur de Venezuela son gobernadas por bandas mafiosas que esclavizan, contaminan y asesinan, mientras el Estado está ausente porque la minería formalmente no existe” (Latchinian, 2016, pp. 51-52).

Y concluye ese tramo:

“Las campañas intransigentes en contra de la minería, opuestas a cualquier forma de diálogo, solo han promovido la minería ilegal, que es una de las peores lacras ambientales de la actividad minera” (Latchinian, 2016, pp. 52).

En Colombia ocurren cosas similares:

“La ciudad caribeña de Santa Marta, donde opera el puerto de Drummond, sufre hoy los impactos de la industria del carbón mal gestionada: el transporte marítimo a cielo abierto provoca vertimientos de carbón en el mar, contaminación de las playas, alto contenido de material particulado en el aire, entre otros perjuicios” (Latchinian, 2016, p. 53).

Visualizar todas esas problemáticas y proponer regular en vez de prohibir, para evitar resultados opuestos a los buscados, es algo muy coherente con la estrategia de buscar un camino ambientalista diferente. Y sobre todo evitar ciertas falacias metodológicas:

“El método para verificar los impactos ambientales del calentamiento global se parece mucho al cuento del explorador que llega a una remota aldea para conocer las costumbres de los aborígenes y el cacique le dice: ‘Aquí los hombres que desobedecen la ley se convierten en hormigas’. El explorador sonríe y le explica que eso es imposible, que nunca un hombre se podrá convertir en hormiga. ‘¿Ah, no?’, le dice el cacique y mirando el suelo le señala un camino repleto de hormigas y le pregunta ‘¿Y entonces eso qué es?’...” (Latchinian, 2016, pp. 122-123).

“Básicamente el mismo método se utiliza para verificar los graves daños provocados por el calentamiento global: una inundación, lluvias inusualmente copiosas, el aumento del nivel del mar, se presentan como evidencias irrefutables de nuestros impactos sobre el clima, independientemente de que esos fenómenos naturales hayan ocurrido con la misma intensidad o frecuencia desde mucho antes de la presencia del hombre en el planeta” (Latchinian, 2016, p. 123). 

Conviene recordar aquí que Latchinian no niega la existencia de procesos que puedan describirse como “cambio climático”. No es un “negacionista”. Lo que discute es cómo ponderar el porcentaje antropogénico del fenómeno, pide no distraerse con todo aquello que no está en nuestras manos transformar, y convoca a asumir las causas locales sobre las cuales sí que podemos asumir responsabilidades. En cuanto al origen del cambio climático, prefiere inclinarse por otra explicación: 

“...y menos control tendremos si se demuestra la hipótesis de que el mayor aporte al cambio climático no es humano sino natural, por ejemplo, por los ciclos de actividad solar” (Latchinian, 2016, p. 79).

Hasta allí creo que las reflexiones de Latchinian merecen muchísima atención. Me es más difícil acompañar su optimismo respecto a que la humanidad sabrá discernir por dónde explorar en materia de intervenciones genéticas (pp. 70-72) porque creo que el principio precautorio se respeta mejor si se es bioconservacionista. 

En cuanto a su crítica de las metáforas indígenas (“la Pachamama”) o científicas (la teoría de “Gaia” de James Lovelock), creo que hay cosas que pueden ser dichas en esos lenguajes pero no en los lenguajes de los científicos y los tecnólogos. Ambos lenguajes son necesarios, con diferentes propósitos (Latchinian, 2016, pp. 116-117). 

Degradación costera y excusas

Para finalizar, comentemos su último opus. Escrito junto a Roberto Font, La destrucción costera en América Latina y la coartada del cambio climático (2022), constituye una extraordinaria serie de casos estudiados con minucia y desarrollados con excelente apoyo gráfico (fotografías en color, dibujos y esquemas). 

El primer capítulo, refiere a la “Destrucción costera” y el segundo se interroga: “¿Es cierto que está aumentando el nivel del mar?”. 

Luego vienen seis capítulos medulares: “México: la invasión de las algas pardas”; “Ecuador: El Niño y los camarones”; “Nicaragua: una pequeña isla de maíz”; “Venezuela: la tragedia de La Guaira”; “Uruguay: Montevideo, la ciudad más linda”; “Venezuela: Morrocoy, el paraíso perdido”. 

Culmina con un Epílogo, “El mundo entero en un grano de arena”; y un Glosario que es una joyita aparte: “Para entender la playa”. Completan el volumen una bibliografía y un índice de fotografías.

El libro prolonga y profundiza, apelando a muchas experiencias singulares, los conceptos clave de las obras comentadas con anterioridad. Tal como sostienen Latchinian y Font:

“Una ley o una política muy buena para un país puede ser un fracaso para otro. Las políticas ambientales se deben diseñar en función de las condiciones particulares de cada sitio. Las iniciativas para revertir el cambio climático son un buen ejemplo de esa generalización, algo que discutiremos en los próximos capítulos” (Latchinian y Font, 2022, p. 11).

“Discutiremos la razonabilidad de que regiones pobres sin saneamiento de aguas cloacales ni recolección de residuos sólidos inviertan cantidades importantes de recursos en su `preparación para enfrentar el cambio climático. Peor aún, que se tenga el descaro de afirmar que la causa del hambre de esos países es el cambio climático. Pero el cinismo, o la ignorancia, de adjudicar al cambio climático el hambre en países como Madagascar, donde más del 90% de la población  vive en condiciones de pobreza, tiene una contracara igual de perversa: los gobiernos negacionistas del cambio climático  y otros problemas ambientales, que subastan los recursos naturales y promueven ecocidios, burlándose de quienes alertan de los riesgos ambientales reales y burlando también la legislación ambiental” (Latchinian y Font, 2022, p. 13).

En un artículo próximo, compartiremos mayores detalles de los casos desarrollados en La degradación costera... (2022). A cuenta de futuros comentarios, entonces, remitimos por ahora al lector a una excelente entrevista mantenida por Leo Lagos con Aramis Latchinian en La Diaria (2022). En las referencias del final, el lector podrá acceder al link para acceder a ese texto completo.     

Más en general, ¿qué críticas pueden señalarse a las miradas de Aramis Latchinian? 

Creo tener una visión algo menos indulgente del capitalismo que la que en algunos momentos tiene el autor (a pesar de que en reiteradas oportunidades condena la pobreza y el hambre, o señala las prioridades de las naciones periféricas para transformar con dignidad sus propias circunstancias). 

En eso pienso algo parecido al profesor de la Universidad de Tokio, Kohei Saito: 

“El Antropoceno es un producto artificial del capitalismo, una era en que las cargas y las contradicciones generadas por el sistema capitalista han cubierto la faz de la Tierra. Sin embargo, en el sentido en que el capitalismo está destruyendo el planeta, quizás fuese más correcto, en vez de Antropoceno, llamarla Capitaloceno” (Kaito, 2022, p. 309). O bien, esto lo agregaría yo, “CapitalObsceno”.  

En cualquier escenario teórico, las tres obras aquí reseñadas, Globotomía (2009), El ambientalista crítico (2016) y La degradación costera... (2022) configuran en conjunto una de las mejores introducciones a una visión original de los problemas del ambiente, de fuerte base empírica y muy meditada. Leer a Latchinian sirve siempre. Porque si se coincide, el lector va a penetrar mucho mejor las razones y los hechos base del acuerdo. Y si no, porque será fortalecedor pensar por qué uno no está de acuerdo en algo, y se verá obligado a defender de modo mucho más exigente el punto de vista propio.   


Referencias

Ámbito (2022). “Polémica en Uruguay: el gobierno autorizó a UPM a usar más agroquímicos cuestionados”. https://www.ambito.com/mundo/uruguay/polemica-el-gobierno-autorizo-upm-usar-mas-agroquimicos-cuestionados-n5577489

Movimiento Uruguay Soberano (2023). https://uruguaysoberano.uy/

La Diaria (2022). https://ladiaria.com.uy/ciencia/articulo/2022/11/sin-la-coartada-del-cambio-climatico-la-destruccion-costera-de-montevideo-tiene-causas-bien-locales/

Latchinian, A. (2009). Globotomía. Del ambientalismo mediático a la burocracia ambiental.  Caracas: Ediciones Punto Cero.

Latchinian, A. (2016). El ambientalista crítico. Gestión ambiental y desarrollo de América Latina. España: Ediciones Punto Cero.

Latchinian, A. y Font, R. (2022). La destrucción costera en América Latina y la coartada del cambio climático. España: Ediciones Punto Cero. 

Saito, Kohei (2022). El capital en la era del Antropoceno. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial.

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