Las Misiones Pedagógicas en Uruguay: Educación, Territorio y Dignidad Compartida

En 2025, Uruguay conmemora los 80 años de las Misiones Sociopedagógicas, una experiencia pionera de educación popular iniciada en Caraguatá, Tacuarembó, en 1945. Este artículo rastrea su génesis y destaca su carácter inédito en América Latina, reconociendo influencias iberoamericanas que preceden y enriquecen su desarrollo.

18/08/2025 Federico Barrera Peña
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La articulación entre el pensamiento artiguista, el de Simón Rodríguez y las propuestas de Julio Castro y Miguel Soler Roca permite delinear una genealogía pedagógica que trasciende los marcos nacionales y las lecturas exclusivamente freirianas. Rodríguez, con su idea de ―templar el alma para las dificultades de la vida‖, anticipa una pedagogía emancipadora que se concreta en la praxis territorial de Castro y Soler, quienes resignificaron la escuela rural como espacio de dignidad y justicia social.

Las Misiones Sociopedagógicas no solo dialogaron con las experiencias mexicanas postrevolucionarias y las Misiones Pedagógicas españolas, sino que se nutrieron profundamente del ideario artiguista. En ellas resuena el mandato de ―que los más infelices sean los más privilegiados‖, orientando la acción educativa hacia la justicia territorial y el protagonismo popular. Esta hibridación revela que la educación popular en Uruguay fue una creación situada, no una importación tardía. Reivindicar esta tradición plural y artiguista permite revalorizar el legado de las misiones como horizonte ético y político para una educación pública más justa, viva y comprometida.

Introducción 

Este año, 2025, Uruguay conmemora los 80 años de las Misiones Sociopedagógicas, una experiencia profundamente transformadora iniciada en 1945 en Caraguatá, Tacuarembó. Más que una efeméride, este aniversario convoca a revisar críticamente una práctica educativa que supo vincular territorio, saber y dignidad en tiempos de desigualdad estructural. Las misiones no fueron simples campañas de alfabetización: fueron gestos de justicia pedagógica, donde maestros, estudiantes, artistas y técnicos se desplazaban a zonas rurales para construir comunidad desde el diálogo y el reconocimiento mutuo. En el Uruguay de 1945, los debates sobre la democratización

de la enseñanza pública comenzaban a adquirir densidad institucional, impulsada por referentes locales como el maestro Julio Castro y el maestro Miguel Soler Roca, y por colectivos de docentes y estudiantes, cuya labor en la formación docente y su defensa de una pedagogía crítica y comprometida marcaron una impronta duradera. Si bien décadas más tarde figuras como Paulo Freire influirían profundamente en los movimientos pedagógicos latinoamericanos, en ese momento era la tradición nacional de educación popular la que orientaba las discusiones sobre cogobernanza y autonomía universitaria., estas brigadas itinerantes apostaron por una educación que no se limitara a enseñar, sino que hiciera pueblo. En un país marcado por la centralización y la exclusión del interior profundo, las Misiones Sociopedagógicas ofrecieron una alternativa radical: educar como acto político, como vínculo afectivo, como proyecto colectivo. A 80 años de aquella primera misión, su legado sigue interpelando a quienes creen que la escuela puede ser territorio de libertad, soberanía y encuentro.

Orígenes y contexto histórico 

La educación popular en Uruguay no emergió como réplica tardía de modelos latinoamericanos, sino como una creación situada que articuló el pensamiento iberoamericano con el legado artiguista. Las Misiones Sociopedagógicas, iniciadas en 1945, encarnaron esta síntesis: retomaron el ideario de Simón Rodríguez —educar como acto de dignificación y vínculo— y lo entrelazaron con la concepción artiguista de soberanía territorial, justicia social y protagonismo popular. En este sentido, el proyecto artiguista no fue solo inspiración simbólica, sino horizonte político: educar en el interior profundo era ejercer soberanía desde abajo, construir ciudadanía desde el vínculo y la reciprocidad.

Esta perspectiva contrasta con el enfoque que privilegia una genealogía latinoamericana centrada en Freire y los movimientos sociales de los años 70. En cambio, el caso uruguayo revela una tradición anterior, plural y territorial, que dialogó con las Misiones Pedagógicas de la Segunda República española y las experiencias mexicanas postrevolucionarias. Reconocer esta genealogía permite revalorizar el magisterio rural como agente de transformación y las misiones como expresión de una pedagogía emancipadora profundamente arraigada en el pensamiento iberoamericano y artiguista.

Las Misiones Pedagógicas en Uruguay constituyeron una experiencia singular de democratización del saber, profundamente arraigada en la tradición latinoamericana de educación popular. Inspiradas por el ideario de Simón Rodríguez, el legado artiguista, la labor territorial de Julio Castro y el compromiso pedagógico de Miguel Soler Roca, estas misiones no fueron meros dispositivos de extensión educativa, sino verdaderos actos de justicia pedagógica. En ellas, enseñar no era transmitir contenidos, sino ―hacer pueblo‖, construir comunidad desde el vínculo, el trabajo y la dignidad del saber compartido. Emergen en el siglo XX como respuesta a las desigualdades educativas entre Montevideo y el interior del país, en un contexto donde el magisterio rural asumía un papel protagónico en la construcción de ciudadanía.

En un Uruguay que se debatía entre el modelo batllista de ―estado benefactor‖ y las tensiones sociales del mundo rural, las misiones se propusieron llevar la escuela allí donde no llegaba el Estado, pero sin reproducir sus lógicas centralistas.

Inspiradas en parte por las Misiones Pedagógicas mexicanas y por las españolas de la Segunda República (1931–1936), que buscaban llevar cultura y educación a los pueblos más aislados, las misiones uruguayas se adaptaron al contexto local: zonas rurales, comunidades que se encontraban ―a la mano de Dios‖ y trabajadores del campo del interior profundo. No se trataba de imponer, sino de dialogar con los saberes del territorio, reconociendo la dignidad de las prácticas locales y la potencia educativa del vínculo. En este sentido, el magisterio rural asumió un rol transformador, articulando justicia social, formación ciudadana y pedagogía crítica desde el territorio.

Un legado colectivo: rostros visibles y comunidades en las Misiones Sociopedagógicas 

Las Misiones Sociopedagógicas fueron, ante todo, una experiencia colectiva. Aunque es posible identificar figuras destacadas como Julio Castro, Miguel Soler Roca, Weyler Moreno, Rubén Acasuso y María Luisa Navarro de Luzuriaga, este artículo no pretende —ni podría— enumerar exhaustivamente a todos los maestros, estudiantes y trabajadores que participaron a lo largo y

ancho del país. El espíritu de las misiones residía precisamente en la acción compartida, en el protagonismo comunitario y en la convicción de que la educación debía llegar a los rincones más postergados sin imponer saberes, sino dialogando con ellos. Desde Caraguatá hasta Cuchilla de Melo, el magisterio rural uruguayo tejió redes de dignidad pedagógica que trascendieron nombres propios. En ese sentido, las misiones no fueron obra de individuos excepcionales, sino de una generación que entendió la docencia como compromiso social y territorial. Su testimonio permanece vivo en cada gesto de justicia educativa.

Julio Castro y la pedagogía del vínculo 

Uno de los principales referentes de las Misiones Pedagógicas fue Julio Castro, maestro, periodista y militante del pensamiento pedagógico crítico. Su visión de la escuela como espacio de dignificación del trabajo y del saber popular marcó profundamente el enfoque de las misiones. Para Castro, la educación debía ser territorial, afectiva y transformadora. En sus escritos, como: ―La escuela rural en el Uruguay‖, denunció la exclusión estructural del campesinado y propuso una pedagogía que partiera de la experiencia concreta.

Las misiones, bajo su influencia, no se limitaron a enseñar a leer y escribir. Incluían talleres de carpintería, agricultura, música, teatro, salud comunitaria y organización vecinal. Cada actividad era una forma de reconocer saberes invisibilizados y de construir ciudadanía desde abajo.

Miguel Soler Roca (1922–2021) 

Fue una figura clave del magisterio rural uruguayo y un defensor incansable de la educación como herramienta de justicia social. Migrante catalán, se formó como maestro en Uruguay y dedicó su vida a transformar la escuela rural desde el territorio. Cofundador de la Federación Uruguaya de Magisterio en 1945 y miembro de la comisión redactora del Programa para Escuelas Rurales

(1949), articuló pedagogía crítica, acción comunitaria y compromiso político. Su obra trascendió fronteras, integrando organismos internacionales como la UNESCO, pero siempre mantuvo el vínculo con los saberes locales y la dignidad del trabajo docente

Estructura y funcionamiento 

Las Misiones Pedagógicas se conformaban como brigadas itinerantes integradas por maestros, estudiantes normalistas, artistas, médicos y técnicos, que se desplazaban a zonas rurales durante semanas o incluso meses. Su objetivo era establecer vínculos sólidos con las comunidades locales y desplegar una amplia gama de actividades educativas, culturales y sanitarias. En el plano de la educación formal, se promovía la alfabetización, la formación docente y el apoyo escolar. En el ámbito no formal, se organizaban funciones de cine comunitario, representaciones de teatro popular, talleres de música y espacios de lectura colectiva. Además, se impulsaban acciones vinculadas a la salud y la organización comunitaria, como campañas de vacunación, promoción de la higiene y conformación de comités vecinales. Todo este entramado se sostenía en una lógica de diálogo horizontal: los misioneros no llegaban como expertos, sino como compañeros de camino. En ese intercambio, se aprendía tanto como se enseñaba.

Pedagogía emancipadora y territorialidad 

Las Misiones Pedagógicas uruguayas encarnan una pedagogía profundamente emancipadora, en la línea de Simón Rodríguez y Paulo Freire. La educación no era vista como instrucción, sino como praxis transformadora. Enseñar era un acto político, un gesto de amor y de reconocimiento de la diversidad: sexo, etnia, clase, territorio.

Rodríguez afirmaba que ―enseñar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para las dificultades de la vida‖. Las misiones retomaron esta idea, proponiendo una educación que preparara para la vida comunitaria, el trabajo digno y la participación democrática.

Freire, décadas después, hablaría de la concientización: el proceso por el cual los oprimidos toman conciencia de su situación y se organizan para transformarla. Las misiones fueron espacios de concientización colectiva, donde la lectura del mundo precedía a la lectura de la palabra.

Impacto y legado 

Aunque las Misiones Pedagógicas no fueron una política de Estado sostenida en el tiempo, su impacto fue profundo y duradero:

Formación de maestros rurales con sensibilidad territorial.

Producción de materiales pedagógicos adaptados a la realidad local.

Inspiración para movimientos posteriores, como la educación popular en sindicatos, cooperativas y organizaciones sociales.

Su legado vive hoy en experiencias como las escuelas populares, los talleres comunitarios, los proyectos de cogobernanza educativa y las universidades territoriales que buscan romper con el centralismo académico.

Vigencia actual 

En el Uruguay contemporáneo, marcado por desigualdades persistentes y desafíos democráticos, las Misiones Pedagógicas ofrecen claves para repensar la educación pública:

¿Cómo vincular la escuela con el territorio?

¿Cómo reconocer los saberes populares y comunitarios?

¿Cómo formar docentes que sean agentes de transformación?

La respuesta no está en recetas técnicas, sino en recuperar el espíritu de las misiones: educar como acto de amor, de justicia y de construcción colectiva.

Conclusión 

Las Misiones Pedagógicas en Uruguay no fueron solo una experiencia educativa: fueron una utopía en movimiento, una apuesta por la dignidad del saber compartido. En tiempos de fragmentación social y crisis institucional, su memoria nos convoca a imaginar una educación que no se limite a enseñar, sino que haga pueblo, que construya comunidad desde el vínculo, el trabajo y la esperanza.

Como decía Simón Rodríguez: ―O inventamos, o erramos‖. Las misiones inventaron una forma de educar que sigue siendo faro para quienes creen que la escuela puede ser territorio de libertad.

Bibliografía

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