Poderes mediáticos, Redes sociales, ideología y batalla de ideas

Columnas 25 de septiembre de 2022 Por Darío León Mendiondo
Los cambios en la geopolítica y la incidencia de la innovación tecnológica conducen a la humanidad por un camino lleno de tensiones y amenazas para la paz mundial. En ese marco, los medios de comunicación son actores determinantes en la formación de opinión pública, pero algo ha cambiado en las relaciones de poder…
RT google

Si bien en los albores de la comunicación digital, la virtualidad se presentó como una dimensión en la cual las personas podrían acceder a la información sobre todo suceso que ocurriese en cualquier lugar del mundo, en la práctica se libra una batalla mediática que resulta determinante para la conformación de una sociedad de la información que tenga una dimensión más o menos democrática y en consecuencia menos o más autoritaria.

Lo cierto, es que si alguien tiene la discrecionalidad de impedir o facilitar que la realidad se muestre tal como la interpretan los diferentes actores involucrados en un conflicto, y es capaz de controlar las noticias que se difunden y las que no, tendrá una ventaja decisiva, ya que podrá manipular la información en función de sus intereses.

En efecto, el conflicto entre Rusia y la OTAN, enmascarado en el territorio ucraniano, ha tenido consecuencias nefastas desde la perspectiva del acceso a la información y la comunicación democrática.

La incidencia de las empresas tecnológicas, suprimiendo la visibilidad de los medios de comunicación rusos, mediante el bloqueo de sus IP’s, desactivando los datos en Google Maps y su acceso a las redes sociales, ha sido un factor determinante para imponer una sola visión sobre el asunto, o en su defecto ganar espacios en la consideración popular respecto a las causas del conflicto, los sucesos que ocurren diariamente y las consecuencias de los mismos.

Apple, Meta, Google y Twitter fueron las más activas en ese sentido, con el argumento que Rusia difundía Fake News. Sin embargo, hay múltiples ejemplos de noticias falsas que circularon en torno al desarrollo de la guerra, que no provenían justamente de los medios rusos o pro rusos…

Con el argumento falaz que Rusia difundía Fake News a través de sus medios RT y Sputnik, las gigantes tecnológicas, entre otras empresas asociadas y subsidiarias, se han auto constituido en una especie de gendarmes de la comunicación democrática, haciendo una clasificación selectiva de los contenidos para mostrar al mundo una caracterización de los hechos, proclive a la visión de la OTAN, todo ello con la invalorable contribución de las grandes cadenas informativas que actúan como difusores y reproductores de una visión conveniente a sus intereses.

No es el objetivo de este trabajo hacer un análisis de la oportunidad o no, de la invasión de Rusia a Ucrania, sino alertar sobre el peligroso método adoptado por las grandes tecnológicas junto a los medios masivos de comunicación más influyentes del mundo occidental, para generar opinión púbica favorable en torno a estos u otros acontecimientos en un mundo lleno de tensiones, inundado de sistemas de vigilancia y espionaje electrónico.

Los contenidos de Russia Today y Sputnik fueron literalmente borrados del ecosistema digital en forma unilateral sin ninguna investigación ni proceso garantista, que en una sociedad de la información democrática debería ser excluyente.

Una historia que no empezó ahora

Vale recordar a Dilma Roussef, cuando en 2013, denunció ante las Naciones Unidas el espionaje informático y la necesidad de discutir la gobernanza global de internet desde una perspectiva multilateral.

En aquel entonces, ya podía observarse una configuración de la red de cables submarinos e infraestructura de internet, que mostraba la intención de imponer una hegemonía tecnológica para controlar toda la información que circulara por el planeta. Toda esa infraestructura era básicamente propiedad de los Estados en asociación con consorcios multinacionales, que tenían en el sistema financiero jugosas fuentes de recursos y en las grandes empresas de entretenimiento socios proclives a invertir, a cambio de beneficios posteriores.

Por esos tiempos, antes del desplazamiento de Dilma de la Presidencia de Brasil - en una conspiración escandalosa -, los BRICS desafiaban el orden mundial en términos tecnológicos y se proponían construir un sistema de interconexión a través de cables submarinos de fibra óptica que, con una extensión de 34 mil kilómetros tenía su punto de origen en la ciudad rusa Vladivostok, pasando por Shantou en China, Singapur, Mauricio, Ciudad del Cabo y Fortaleza, antes de llegar a Miami, lo cual resultaba un paso fundamental en la consolidación de la independencia tecnológica, asegurando la autonomía de las comunicaciones, sobre todo en internet.

Se trataba de una apuesta contra hegemónica que lamentablemente no prosperó. El mega proyecto, estancado desde 2016 – justo en el año que se consumó el linchamiento público de Dilma Rousseff,  se proponía cambiar las reglas de juego en el ciberespacio y con ello la correlación de fuerzas existente en ese momento, que además permitía reducir los costos en las comunicaciones y garantizar un acceso fácil y barato a millones de personas, incluyendo a 21 países africanos. Ese proyecto hoy se ha reducido a conexiones más pequeñas que unen a Brasil desde Fortaleza con el continente africano y enlaces que interconectan a los BRICS, desde una perspectiva menos ambiciosa, lejos de su objetivo inicial, financiado fundamentalmente por capitales chinos.

El presente confirma los pronósticos

Lo cierto es que casi una década después de aquella patriada de Dilma en las Naciones Unidas, las empresas tecnológicas se han adueñado de la “nube” detentando la propiedad del 66% de los 439 cables que yacen bajo el mar con una extensión de un millón quinientos mil quilómetros ( más de 30 veces la circunferencia de la Tierra).

Vale decir que cuando hablamos de la nube, existe la creencia popular que todo ese volumen inimaginable de datos se encuentra en el espacio infinito. Sin embargo, es todo lo contrario. Toda esa infraestructura por la que circulan datos sensibles, personales, bancarios, contraseñas e información de carácter reservado y gubernamental, se encuentra bajo el mar, a lo que se suma la cobertura del espacio aéreo mediante satélites y dispositivos de alta conectividad que sirven información en tiempo real de la evolución de los diferentes sucesos.

De hecho, con la construcción de MAREA, propiedad de Meta y Microsoft en asociación con Telefónica de España, se consolidó el cable transatlántico más moderno del mundo, con 6.600 kilómetros de extensión que une la costa Este de Estados Unidos desde Virginia Beach hasta Sopelana, en la provincia de Vizcaya, comunidad autónoma del País Vasco, con una capacidad de transmisión de datos nunca antes alcanzada.

Y hace solo algunas semanas, se anunció que Google construirá el cable de fibra óptica más largo del mundo que unirá la Costa Este de Estados Unidos, donde se encuentran la mayor cantidad de Data Centers del mundo,  con Las Toninas en Argentina y conectará con Punta del Este en Uruguay y Praia Grande en el Estado de San Pablo en Brasil. ¿Ya hablamos de dependencia tecnológica?...

En efecto, existe una hegemonía silenciosa que tiene impactos decisivos en las relaciones de poder y afecta la soberanía de los países que no están alineados con las grandes potencias.

A modo de ejemplo, la multinacional Alhabet que además de ser la compañía madre de Google y Android, abarca áreas vinculadas a la biotecnología, insumos médicos, telecomunicaciones y domótica, tiene el poder a través de su herramienta Google Maps de habilitar y deshabilitar los datos de tráfico en vivo sin ninguna autorización. De hecho podría llegar a favorecer deliberadamente a una de las partes en un conflicto bélico.

Pero volviendo al conflicto entre Rusia y la OTAN, en un comunicado público emitido por Twitter en los primeros días de iniciados los combates, se aseguraba que su principal prioridad “es mantener a las personas seguras”… No sabemos a que personas se refería, pero todos estaremos de acuerdo que a lo largo y ancho del mundo hay millones de personas que padecen los efectos de infames guerras y conflictos armados de carácter quasi permanente.

Este anuncio de Twitter abarcaría también a la seguridad de las personas en Palestina, Siria o Yemen ?... Lo cierto es que en el mismo comunicado se agregaba que “nuestros equipos de seguridad e integridad están vigilando los posibles riesgos asociados al conflicto” (entre Rusia y OTAN) y enumeraba una serie de medidas destinadas a combatir la desinformación y la manipulación dirigida…

Pero... ¿Cuál sería el criterio para determinar qué es desinformación y cuando se produce la manipulación? ¿Cuál es el organismo regulador? ¿Quién fiscaliza que los algoritmos estén construídos asépticamente para garantizar que nadie será víctima de la desinformación y la manipulación?

En el caso de Meta, directamente se bloqueó en Instagram y Facebook el acceso a RT y Sputnik, a solicitud de la Unión Europea. Sin rodeos. Aquí no hubo garantías sino procesos unilaterales llevados adelante por intereses políticos y económicos.

Apple también aportó lo suyo al conflicto, eliminando de su grilla la posibilidad de descargar las App’s de RT y Sputnik. Es su derecho, pero todo suma en la misma dirección…

Algún lector desprevenido podría concluir equivocadamente que estamos haciendo una defensa de la invasión rusa a Ucrania. Nada más lejos. Lo que hacemos es señalar – sin cortapisas - que de forma unilateral y sin ningún tipo de garantías, las empresas tecnológicas pueden incidir en forma directa en el desarrollo de un conflicto, pero sobre todo son capaces de generar las condiciones subjetivas para la formación de opinión.

Ese perverso control social es lo que está en juego. Cuando se opera deliberadamente para incidir en la percepción colectiva, tomando partido por una postura, valiéndose de su posición dominante en el mercado.

Una guerra fría de nuevo tipo

Estados Unidos y sus poderosos socios tecnológicos, en connivencia con los grandes conglomerados financieros libran una batalla que va más allá de las fronteras ideológicas.

La multipolaridad continúa incomodando sus planes de expansión, los vínculos comerciales de Rusia con la UE (antes del conflicto) y otras regiones del mundo, la dependencia europea del gas ruso y el fortalecimiento de China, desafían constantemente las relaciones de poder.

En ese contexto, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) adquiere un papel intervencionista, que llevó a la Unión Europea a una sumisión absoluta a la política militar de Estados Unidos, lo que seguirá agudizando las tensiones en materia política y económica.

A su vez, China está desarrollando un rol activo para potenciar a los BRICS y promover su resurgimiento. En la reciente cumbre del bloque, Xi Jinping, oficiando de anfitrión, aprovechó la oportunidad para extender invitaciones especiales a varios países, en lo que parece ser una evolución del bloque que podría expresarse en una nueva denominación: BRICS+. 

Países como Argentina, Egipto, Nigeria, Senegal, Kazajistán, Arabia Saudita, Irán, Indonesia, Emiratos Árabes Unidos y Tailandia han sido convocados a esta nueva instancia que en el contexto del conflicto entre Rusia y la OTAN, coloca a China en una posición de liderazgo que pretende darle al bloque un carácter de alternativa multilateral de cooperación recíproca.

Sin embargo, no será fácil consolidar esta iniciativa ya que actores como India y Brasil ofrecen reparos, que obedecen a sus estrechos vínculos con las potencias occidentales, aunque la inminente victoria de Lula en las elecciones de octubre, podrían inclinar a Brasil a darle más dinamismo al bloque desde una perspectiva de incidencia en la agenda global. 

No obstante, el papel contra hegemónico que en algún momento se vislumbró en otro contexto geopolítico, resulta difícil de imaginar en las actuales circunstancias.

Las fuerzas se mueven como en un tablero de ajedrez, con movimientos precisos y de carácter quirúrgico. Todo está en juego, la hegemonía tecnológica (5G, 6G, IA), la supremacía económica y el control político del destino de la humanidad. La disputa en el plano militar se materializa también en otros escenarios decisivos tales como la guerra mediática y la guerra jurídica para gana opinión pública y obtener el consenso social.

Se condena invasiones pero se fomentan las mismas con provocaciones y acciones de hostigamiento. Se promueven los Derechos Humanos pero se aplican bloqueos económicos que condenan a millones de personas a la pobreza. Se predica la libertad de expresión, pero se bloquean los accesos a la información de las fuentes que no responden a determinados intereses.

América Latina y una discusión impostergable

Mal que nos pese, la realidad nos indica que más allá de los esfuerzos que puedan hacerse por construir un orden mundial diferente, más justo, más igualitario y más libre, América Latina necesita construir su propia agenda y los temas de soberanía tecnológica e informativa siguen siendo un talón de Aquiles. Tampoco los gobiernos progresistas pudieron avanzar demasiado en la construcción de esa agenda, porque había otras necesidades que resolver en una región arrasada por el hambre, la exclusión y la miseria.

Acaso, el nuevo ciclo progresista que parece iniciarse en estos tiempos, sea el contexto adecuado para reactivar los órganos de integración como la UNASUR y la CELAC, pero con una visión estratégica, colocando estos temas en la lista de prioridades y asumiendo políticas activas, que fomenten la interacción de los Gobiernos para diseñar proyectos de carácter contra hegemónicos en el plano tecnológico.

Si no hay independencia tecnológica, si las plataformas de acceso a la información, si los grandes medios masivos de comunicación, siguen siendo aquellos que son controlados por poderosos conglomerados financieros que a su vez están vinculados económicamente con la industria del medicamento, la industria de las armas y las grandes superficies de consumo y entretenimiento, seguiremos abonando el camino para la consolidación de un modelo contrario a los intereses de nuestros pueblos. 

Continuaremos siendo receptores de decisiones ajenas, estaremos expuestos a censuras de aquellos medios alternativos que no respondan a los intereses oligopólicos cada vez que éstos se sientan amenazados, nuestros pueblos en su gran mayoría seguirán ausentes de lo que ocurre realmente en Palestina, Yemen, Etiopía y otras regiones del mundo signadas por el despojo, la exclusión y la desigualdad.

De lo que se trata es de negarse a aceptar que una visión distorsionada de la realidad se imponga definitivamente, porque justamente ese es el papel de los medios hegemónicos, construir una percepción colectiva que legitime la visión del mundo “que queremos”. Son instrumentos al servicio de una visión ideológica, que hacen política para influir en las percepciones de las personas.

En ese sentido, resignificar los valores que encarnan nuestros pueblos, construir sociedades económicamente más justa y solidarias, rescatar el arte y la cultura al servicio de la igualdad y del desarrollo humano, promover el respeto y la convivencia con el ambiente que nos rodea, son objetivos incompatibles con la necesidad de expandir el predominio militar o de promover hábitos de consumo insaciables que estimulan prácticas contaminantes, que engendran violencia y cuyo objetivo fundamental es la reproducción del capital para la acumulación de riqueza y beneficio de unos pocos.

Nadie lo expresó mejor que Gramsci cuando señaló que “La conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados orgánicos infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios”.

Solo una conclusión es posible, habida cuenta de su incidencia en la batalla cultural, es indispensable desarrollar una estrategia global de medios de comunicación que incluya plataformas con independencia tecnológica, para desafiar decididamente al “statu quo”, lo que se complejiza aún más en tiempos de tecnologías disruptivas que están en constante evolución y que requieren complejos desarrollos e inversiones. Pero si no estamos dispuestos a intentar cambiar eso, no estamos dispuestos a nada.

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