Durmiendo a la intemperie
Lo que Motta ponía en boca del proletario amigo del “centrojá” del interior llegado a un cuadro grande de Montevideo, allá por inicio de los 90´ es válido hoy día para mí; se siente una especie de positivo resentimiento hacia quienes cierran los ojos a la vida, como para entregarse a una siesta a la intemperie. Negarse a mirar la realidad con ojos racionales, omitir involucrarse en mejorar la vida colectiva, no reaccionar en que el buen pasar individual sólo se mantiene si se expande a todos, es como dormir a la intemperie.
El cambio del modelo de bienestar generalizado que durante quince años construyó el Frente Amplio, con el pasaje a un esquema de “mallas oro” protegidos y trabajadores postergados, es aceptar que es justo que en el mundo haya grandes y chicos, ricos y pobres, señores y siervos. No exagero. Peor que la explotación es la normalización de la situación de privilegios para unos, a costa del esfuerzo de muchos. Igual que El Petiso les diré que me siento resentido, pero positivamente, con fuerzas y responsabilidad de llamar a despertar de la siesta que nos adormece, porque cuando despertemos, la intemperie nos habrá entregado a las inclemencias, con todas sus consecuencias.
¿Qué significa despertar?
Darnos cuenta de que ninguna filosofía humanista aplaude que haya poderosos y oprimidos. Para que en la realidad este despertar ocurra, debemos reaccionar y no dejar que se normalice la siesta, que construyamos una sociedad donde los económicamente poderosos, sean contribuyentes de la mejoría de calidad de vida de los más necesitados. Esa es una de las bases del pensamiento artiguista (recordar el Reglamento de Tierras de 1815, por ejemplo). El Prócer nunca buscó favorecer a los ricos del momento, impulsó el reparto de las tierras de los “malos europeos y peores americanos” para sacar de la pobreza a “los más infelices”. Tan revolucionariamente justiciero fue José Artigas, que las familias dominantes de los gobiernos de aquellos tiempos, nunca aceptaron titular las tierras a favor de los pobres de la época. Algún embajador extranjero del siglo XIX , escribió a su gobierno que “por suerte” esas ideas no prosperaban en el nuevo país que se formaba a partir de 1828. Una vez entendido que la justicia social es artiguista y no foránea, como algunos tratan de hacer creer, dedicarnos a elaborar y hacer cumplir leyes dignas de ese objetivo.
Saber, a través de la historia, que siempre ha habido opositores a la justicia social. No en vano hace más de cien años, las organizaciones de propietarios rurales (ARU y Federación Rural) y de empresarios comerciales e industriales se opusieron tenazmente a las reformas batllistas, como la jornada de ocho horas en los comercios. La vida es como una rueda, pero no de ruleta; no es una timba, hay que moverla con equidad y criterio para que no pisotee a los que están más abajo.
No se puede seguir durmiendo a la intemperie.
No se crea que, porque circunstancialmente podemos disfrutar de ciertas comodidades, éstas serán permanentes. El deterioro de empleo, salarios ¡y jubilaciones! irá socavando el sostén del bienestar de quienes duermen una siesta ajena, sobre el colchón de bienestar que construyó el gobierno frenteamplista, que este modelo de Lacalle y sus socios vino a cambiar. Muchos de los apellidos que hoy ponen en marcha la destrucción del modelo equitativo que se había instalado, figuran en los libros de historia como impulsores de un país ultra conservador, con pocos dueños de mucho, y muchos desvalidos. El esfuerzo político de juntarse familias y grupos diferentes, tuvo y tiene el objetivo de consolidar un país de señores y servidores, que frustró José Batlle y Ordóñez con sus reformas a principio del siglo XX. Pero hay muchas formas de conquistar sin disparar un tiro: una es convenciendo al que no tiene nada, que debe luchar contra el que lo convoca a trabajar por la justicia. Se le convence (TV, medios de prensa, redes) de que los impuestos son malos, aunque no los paguen y su producto sea para beneficiarlos, por ejemplo.
Estamos en la cancha de esa disputa, sin El Petiso ni el Canario Omar, el mediocampista del libro, pero con la posibilidad de volcar esfuerzo colectivo para restablecer una nación de iguales. No es cierto que alguien quiera quedarse con lo ajeno. Como diría el inmortal senador demócrata cristiano Juan Pablo Terra : el fruto del trabajo, para el trabajador! De eso se trata.
Volver a esa idea que fructificó a partir del primer gobierno de Tabaré Vázquez, será volver a la equidad cristiana y humanista...y no dormir a la intemperie