¿Socialdemocracia auténtica o mero acuerdo electoral?

Columnas 03 de junio de 2022 Por Darío León Mendiondo
La disputa por el espacio socialista democrático está latente desde hace un tiempo. Los diferentes agrupamientos que comparecieron en las elecciones internas del Frente Amplio (FA) fueron sólo expresiones electorales, representativas de una parte del supuesto arco ideológico.
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Y paradójicamente, la polémica se instala después, cuando se venían haciendo esfuerzos desde fines de 2020 para que las construcciones políticas no se hicieran sobre pies de barro, sobre meros acuerdos electorales.

Lamentablemente, se optó por no reflexionar en conjunto, por no discutir y eso abrió paso a los hechos consumados ante el acto electoral de la fuerza política, que tuvo lugar en diciembre.

Hoy, los temas que no se hablaron en su momento, resurgen. Ya en un escenario posrreferéndum, se habla nuevamente de socialdemocracia, unos y otros, pero del mismo modo, tiñendo la discusión desde una perspectiva fundamentalmente electoral. Y otra vez corremos el riesgo de repetir errores. Pero bienvenido el debate, recogemos el guante.

No hay dudas de que una parte muy importante de la izquierda de nuestro país se identifica con una profunda vocación humanista. Esa visión, fundada en el pensamiento avanzado de Batlle y Ordóñez a principios del siglo pasado, dio lugar a procesos de reformas institucionales en los que el Estado –aunque concebido como herramienta de dominación– tuvo una clara orientación al servicio de la igualdad, la equidad y la justicia social.

De Domingo Arena a Zelmar Michelini –uno de los fundadores del FA, nada más ni nada menos–, por citar sólo dos figuras emblemáticas, en un escenario previo y posterior a la segunda guerra mundial respectivamente, las ideas transformadoras del Batllismo, revolucionarias para la época, cruzaron transversalmente en nuestro país ese período de cambios drásticos en la geopolítica del planeta.

Uruguay construyó, más allá de las peripecias del mundo, una red de contención social y una estructura que, sin estar exenta de aspectos negativos –fruto del clientelismo y el reparto de cargos–, marcó a fuego en nuestra sociedad la concepción de un Estado fuerte, dirigido a la universalización de derechos y garantías, asociado al bienestar y al progreso. Esto forjó una cultura que echó raíces en la conciencia colectiva de nuestro pueblo.

La presencia del Estado, hoy en debate por los reflujos conservadores del herrerismo que desde el gobierno intentan mitigar su rol y alcance, es indiscutible desde una visión socialdemócrata o socialista democrática.

Pero esa coincidencia histórica no alcanza para construir un espacio totalizador que nos represente ideológicamente y nos integre hacia objetivos comunes y acciones políticas transformadoras de la realidad.

Por supuesto que es fundamental coincidir sobre la importancia del Estado en un mundo desafiante, en el que sucesivas crisis económicas derivadas de diferentes circunstancias, que no analizaremos aquí, en forma recurrente producen más desigualdad y pobreza.

Pero tan importante como ello es definir qué somos y hacia dónde vamos y, sobre todo, qué hacemos para alcanzar los objetivos.

Dicho esto, no sería conveniente discutir la socialdemocracia desde una perspectiva oportunista, ni desde posturas basadas en proyectos individuales. Tampoco puede abordarse este debate con un objetivo meramente electoral.

Antes de entrar en especulaciones y construcciones electorales, es prioritario definir colectivamente cuál es el lugar que la socialdemocracia debe ocupar por su responsabilidad histórica.
No se trata de una reflexión circunscripta solamente a la intelectualidad, sino que tiene mucho que ver con nuestra relación con la gente (antes diríamos con el pueblo o con las masas), con nuestro vínculo con los sectores de la sociedad que se movilizan por un mundo mejor.

Y antes de entrar en especulaciones y construcciones electorales, es prioritario definir colectivamente cuál es el lugar que la socialdemocracia debe ocupar por su responsabilidad histórica. Hablemos también de raíces y anclas ideológicas, de prácticas políticas, de procedimientos.

A su vez, previo a una convergencia electoral o posibles coincidencias políticas, debemos analizar las razones de nuestras profundas diferencias de análisis de coyuntura, de caracterización de la etapa y de acciones concretas para resistir la imposición de la ley de urgente consideración (LUC); también hacer síntesis respecto de que esa lucha posibilitó generar acumulación social y política.

Tuvimos diferencias insoslayables en la convocatoria al referéndum y durante el proceso de recolección de firmas, que no se deben ocultar. Ello no impide, hacia el futuro, la construcción política superadora de esas contradicciones, si realmente hay voluntad y convicción de marchar juntos, pero se requiere de un proceso de autocrítica profunda.

Algunos sectores que se sienten parte de este espacio socialista democrático tuvieron vacilaciones y un involucramiento tardío en la batalla contra el proyecto conservador que encarna el herrerismo, lo que interpela a algunas compañeras y compañeros respecto de su pertenencia real a una visión socialdemócrata auténtica.

Esa socialdemocracia que se encarna en el pensamiento de muchos hombres y mujeres que, desde la Primavera de los Pueblos en 1848, discutieron sus fundamentos y orientaciones, y de quienes destacamos particularmente a Rosa Luxemburgo, pacifista, feminista, democrática y libertaria, que peleó codo a codo con su pueblo.

Porque no se trata de retórica, sino de hechos. Su acción fue consecuente con sus dichos y eso le costó la vida. Hablar de Rosa Luxemburgo es hablar de socialdemocracia, pero socialdemocracia auténtica. Una mujer que representó a las masas oprimidas de la época; una inclaudicable luchadora social, que marcó un camino de resistencia y de lucha, que nos convoca a una forma de hacer política, a confiar en la gente, en la movilización y en la protesta pacífica, a confrontar decididamente con el proyecto conservador.

Pero en el debate por la LUC no estuvimos todos desde el principio. Sin embargo, los hechos demostraron que la maduración de ese proceso permitió que la izquierda recuperara base social y fortaleciera su vínculo con la gente, con los sectores sociales y organizaciones gremiales diversas.

Y es verdad que el FA, en su estrategia electoral puesta en perspectiva de una futura victoria, necesita reconquistar sectores que transitan por el centro político. Pero también es verdad, con igual fuerza, desde una perspectiva ideológica, que la socialdemocracia se encuentra del lado izquierdo de la vida. Y no alcanza con invocarla, tenemos que reconocernos en ella.

Porque la contradicción principal sigue siendo la misma, entre dos proyectos de país, con sus matices y formaciones intermedias, que circunstancialmente acumulan hacia un lado o hacia el otro, lo que sin duda no se puede ignorar en el plano electoral.

Ya tendremos tiempo de discutir esa estrategia electoral, en la que deben considerarse los intereses coyunturales de sectores de la sociedad que no se identifican nítidamente con una vertiente ideológica, sino que se mueven por sus legítimos intereses corporativos. Canalizar esas demandas es una tarea que hay que abordar indudablemente, pero ahora, es imprescindible debatir sobre la estrategia política.

No debemos caer en la tentación de tomar atajos y saltearnos esa etapa. Necesitamos propiciar un intercambio sincero y profundo, en el que los espacios de convergencia tengan la riqueza de la reflexión política, la definición de objetivos comunes, de acciones y metodologías para su concreción.

Discutir de socialdemocracia en un esquema de precariedad, sin ponerle contenido, con el solo objetivo de terciar en una contienda electoral, nos puede conducir por el peligroso camino de contaminarnos del discurso de la derecha para ganar una elección. Así, no acumulamos.

En todo caso, las victorias electorales que no tengan la sustancia política necesaria para ganar previamente la batalla cultural sólo serán efímeras y nos conducirán una y otra vez a retrocesos que nos impedirán avanzar en esas transformaciones que, coincidimos, deben ser profundas.

Recogemos el guante, y lo lanzamos de nuevo: ¿socialdemocracia auténtica o mero acuerdo electoral?

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