De saberes y titulaciones

Columnas 14 de febrero de 2023 Por Luis E. Sabini Fernández
Cambios culturales acaecen en el país. Y la mirada mediática, oficial o crítica, no registsra conflictos, sólo un avance indefinido. Siguiendo, obviamente, la ideología dominante. Que no es la vieja religión pagana o el deísmo, tampoco el nhilismo, ni filosofia alguna de la escasez.
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Esa ideología dominante, en primer lugar ni se menciona a sí misma.  Dejemos para otro momento aproximarnos a esa ideología esquiva de sí misma. Y concentrémonos en un solo aspecto o manifestación. Bajo esa modalidad, estamos en un proceso fuerte de curriculización de las actividades. Sobre todo, académicas. Como siempre, hay buenos motivos, Costó mucho a la salud de las poblaciones distinguir barberos y dentistas superando la silla que tenian en común, o, por ejemplo, a médicos de curanderos.

A lo largo de la historia se fueron afianzando colegios profesionales con dos cometidos primordiales; asegurar un ejercicio de calidad profesional y proteger la colegiatura de esa profesión.

El proceso de curriculización ha sido en absoluto desparejo. Se sabe que muy a menudo los mejores fotógrafos no provenian de una escuela de fotografía; no eran egresados de un  colegio profesional. Lo mismo puede decirse de periodistas. Todavía en el siglo XXI perviven periodistas de enjundia autodidactas junto a egresados de escuelas de periodismo.

Pero el proceso de profesionalización y curriculización ha proseguido ocupando más y más áreas.

Hay disciplinas más compatibles con dicho proceso, como la química, tal vez, la arqueo-logía… hay otras francamente renuentes a esa homogeneización, como puede ser la poesía…

Hay profesiones altamente curriculizadas, como la de médico, que ha ido cambiando sustancialmente en sí misma, en particular, a través de un proceso de  especializaciòn; desde el médico renancentista que era a la vez biólogo, filósofo, potencialmente panteísta, científico, hasta el actual especialista en, por ejemplo, cirugía de mano. Profesión la médica, cada más vertebrada desde el mercado de medicamentos que convierte a su vez al médico también en un hiperespecializado; ciertos médicos devienen así, expendedores del BigPharma, médicos que carecen de visión o lectura integral, que se conforman con reconocer un síntoma y aplicar “la pastilla” programada para tratar ese síntoma. Que no han desarrollado la calidad de investigar, remontarse a las causas; sólo administran una secuencia estímulo-respuesta. Médicos, titulados, que ponen tan orondos, al verificar una muerte  “causa del deceso: paro cardiorrespiratorio”.

La crisis actual de la medicina, expuesta, por ejemplo, con la pandemia 2020 o desde algo antes, con el aluvión reciente de vacunas “para todo”, o con la proliferacion de partos por cesárea, suprimiéndole al ser por venir “el trabajo de parto” (no sólo a su madre), o con la política encarada por instituciones médicas de gran peso planetario como el NCI o la ACS de EE.UU. para enfrentar los cánceres, sin plantearse medidas para erradicar o al menos achicar sus causas, sólo empeñadas en prolongar la vida de los cancerosos; política ésta coincidente, con la de  las ramas industriales montadas de farmacología y  aparatología para “combatir” el cáncer. 

Sucinta e incompleta enumeración de nudos sanitarios conflictivos, que nos lleva a pensar que la curriculización, incluso la más severa, dista de asegurarnos lo que debiera ser el impulso de cada profesión para bregar por una vida y una sociedad mejores.

Pero la curriculización avanza. Y episodios como los ya repetidos en nuestra sociedad, de usurpación de títulos (distintos entre sí, pero con un denominador común en la cuestión); caso Sendic, caso Peña (y seguramente unos cuantos más no tan notorios) llevan el foco a la tenencia legítima de titulaciones, y no al de la calidad de la profesión ejercida bajo ese título.

¡Qué lejos estamos de nuestro maestro Carlos Vaz Ferreira! (maestro no personal mío, que no lo tuve, sino social, del Uruguay, sobre todo de la primera mitad del s XX con una prolongación en su segunda mitad). Con justicia es considerado un filósofo fundacional en la cultura de nuestro país. Y su aporte, su filosofar, su “lógica viva” sus análisis no provienen de algún título que pueda haber obtenido. Se recibió de abogado a los 25 años y de inmediato, todavía siglo XIX, se dedicó a filosofar, como docente. Sin título de docente ni de filósofo. Fue así inolvidable filósofo y maestro, en la tarima, en el pupitre. Y en sus escritos, a menudo de origen oral, en sus clases magistrales; Moral para intelectuales, Sobre la propiedad de la tierra, Sobre el feminismo, Fermentario, Los problemas de la libertad y los del determinismo.

Se podría argüir que el filosofar de Vaz Ferreira se hizo más espontáneamente porque a fines del siglo XIX estaban muy poco desarrolladas las carreras y colegiaturas del área. Pero vengamos más cerca de nuestro tiempo. En la década de los tormentosos ’70, de los cuales hoy recordamos su medio centenario.

No pretendo que sea ni el mejor ni el primero, pero un filósofo fundamental y fundacional del Uruguay incluido nuestro presente, fue Mario Sambarino, catedrático de Filosofía de la Práctica de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UDELAR, hasta 1973, precisamente. No tenía título de licenciado ni de filósofo. ¡Tampoco tenia Carlos Real de Azúa el de politólogo y fue uno de los más severos analistas de la política de su tiempo!

Entonces, como ya había licenciados en filosofía, hubo intentos de cuestionar la calidad pedagógica y filosófica de un maestro como Sambarino. Por carecer de títulos. El peso intelectual de su aporte era tan insoslayable que las autoridades académicas de entonces desecharon todo opción curriculista. La dictadura, ya entronizada con pretensión de definitiva en el segundo semestre de 1973, acabó con su cátedra, junto con la de tantos otros docentes del momento, mediante un cierre de la UDELAR que duró unos veinte meses con anulación expresa de todo compromiso laboral o contractual (Sambnarino murió en el exilio). Tenía en su haber, por ejemplo, Investigaciones sobre la estructura aporético-dialéctica de la eticidad, un detallado análisis de las modalidades éticas; no necesitó, para pensar y ayudar a pensar, pasar por el cedazo de una colegiatura o por la disponibilidad de un título.

Tomemos otro ejemplo histórico de nuestro país. Pedro G. Scaron es considerado por buena parte de la exégesis marxiana como el mejor o entre los mejores traductores de Karl Marx al castellano. Así lo considera, por ejemplo, un marxólogo como Horacio Tarcus,  erudito muy considerado en amplios círculos intelectuales, cofundador y actual director del CEDINCI (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas, Buenos Aires). Las traducciones producidas por Scaron son consideradas un buen paso adelante respecto de muchas otras de egresados académicos con muy estimables títulos, sobre todo a causa del aparato crítico que acompaña sus traducciones presentando borradores y opciones del mismo Marx, o cotejos con otras fuentes. 

Y bien: Scaron era autodidacta, no sé si con bachillerato completo. En su caso, queda prístino que importa ver la calidad de su producción intelectual, no su foja curricular.

Este fenómeno que he sucintamente reseñado con Vaz Ferreira, Sambarino, Real de Azúa o Scaron se repite a lo largo de la historia con legión de forjadores extracurriculares de cultura.

Una ”prueba del nueve” es saber qué motiva a un estudioso; si aprender y ejercer lo que lo desafía u obtener un título.

Entiendo que la sociedad uruguaya se empobrece si sustituimos los asuntos del saber por el de las titulaciones para legitimar saberes.

Me llama la atención el empeño, sobre todo en los medios de incomunicación de masas, en atender la calidad de los títulos como si fuera lo único problematizable.

La mentira importa, al engañar, pero no puede sustituir la importancia del conocer.

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