Los Muertos de Trabal

Columnas 19 de diciembre de 2020 Por Adolfo "Fifo" Guidali
El próximo 20 de diciembre se cumplen 46 años de los Fusilados de Soca. En este marco, "Fifo" Guidali nos trae una mezcla de anécdotas, emociones, opiniones y circunstancias histórico-políticas.
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Los Muertos de Trabal. Por Fifo Guidali Foto: Intendencia de Canelones.

- Noticia del Asesinato -

El 20 de diciembre de 1974 por la tarde alguien golpeó a mi puerta, no esperaba a nadie por lo que no pude evitar un leve sobresalto, por entonces buena parte de los uruguayos habíamos tenido que desarrollar nuevos reflejos, en mayor o menor grado vinculados a la supervivencia.

Pero, era mi madre llorando con desesperación, me abrazó con fuerza y me dijo con voz quebrada "¡Mataron a Graciela!". Lloramos juntos, pero aquella reacción de dolor, impotencia y rabia, entre otros sentimientos, no nos tomó para nada por sorpresa. Hacía más de cuarenta días que no se sabía nada de su paradero y el posible desenlace no dejaba muchas opciones. Fue una consecuencia más del terror que imperaba por entonces en los países de la regíón, inevitable, aunque desde una perspectiva humana por completo evitable e innecesario.

- La familia -

Graciela Estefanell Guidali era la mayor de mis primas por el lado paterno, hija de los tíos Ricardo y Marta, hermana de Alicia y Charito (llamada Luz, algo que siempre ha tenido de sobra, pero me gusta más Charito). Forman parte de mi familia casi exclusivamente sanducera, uno de mis mayores referentes de infancia y adolescencia y, por supuesto, también en la etapa adulta, aunque muchos ya no están.

Imposible no recordar aquellos viajes de niñez. Estadías mágicas en el hermoso caserón de la calle Leandro Gómez frente a la plaza Artigas. Recorrerlo por todos sus rincones, con muebles antiguos lmponentes, hermosas vitrinas con la mejor vajilla y cristalería en el comedor, la sala del piano, los múltiples y enormes dormitorios, y hasta un aljibe en desuso, gris y con aspecto hermético junto a lo que hoy llamarían "office", distante varios metros de la cocina.

Pero, mi preferido era el enorme patio-jardín, con senderos de cemento que se bifurcaban entre canteros repletos de plantas y flores, y al fondo de todo, una enorme palmera que impresionaba, junto a un gallinero que ya hacía mucho tiempo que estaba desafectado y una huerta que la recuerdo siempre fecunda. Algo curioso, cuando tía Marta o alguna de las primas me llevaban a que cosechara algo que quisiera, zanahorias, lechugas o tomates, sin embargo a mí me llamaban la atención los rabanitos. Después, la vida se encargó de revelarme que no son para nada exóticos, y hasta integran cualquier color que se les arrime.

Uno de mis juegos preferidos, junto a mi hermano Eduardo, segundo por orden de aparición (yo soy tercerón), era montarnos en una especie de sulky a pedales, "tirado" por dos caballos alazanes, con el que recorríamos una y mil veces aquellos vericuetos curvos.También cruzábamos a la plaza Artigas, sobre todo atraídos por la cantidad de ejemplares de palo borracho, con sus troncos gruesos y espinosos y aquellos frutos verdes y alargados (como enormes mangos) que cuando explotaban producían una especie de algodón, que no sé si alguna vez se les ha dado alguna aplicación útil en el sector textil local.

Me acuerdo también de las salidas en el Wanderer (viajero en alemán, y un precursor del Audi) del tío Ricardo, un auto de los años '30 que había que ponerlo en marcha con un par de golpes de manivela. Muchas veces nos dejó a pie (por ser poco común, era un dolor de cabeza para los mecánicos orientales). Pero era Graciela la gran especialista, cuando llegaba a Paysandú en sus vacaciones universitarias dominaba a aquel ingenio al punto que no se le resistía y rodaba sin quejarse.

Es imposible olvidar la clásica y contagiosa carcajada de Graciela, por ejemplo, cuando armábamos partidos de bádminton y chamboneábamos superados por la velocidad de la pluma o gallito, que también llaman volante. Todavía eran tiempos de alegría y libertad.      

Sin embargo, lo más importante y disfrutable de aquellos viajes era sumergirnos en el cariño, nos sentíamos arropados por la ternura y también, ¿por qué no?, por la indulgencia que disfrutábamos gracias a Marta y a toda la familia. Era convivir en un ambiente libertario, donde todos nos expresábamos y éramos respetados, sin importar la edad. Algo que se extendía en la que fuera la casa familiar de los Guidali, en la céntrica esquina de Queguay y Uruguay, donde vivían mis otras dos tías paternas, Margarita y María Esther (Tetén), así como en una época mi prima Helena, hija de la primera, de la misma madera que las otras.

En aquella linda casa viví largas temporadas en diferentes circunstancias. Recuerdo aquel enorme tesoro que yacía en el altillo que había arriba del garaje: la colección casi completa del semanario Marcha, recopilada por tía Tetén, destacada profesora de historia. Pasé allí absorto muchísimas horas de mi vida, que matizaba con partidos en el frontón del Centro Pelotaris (justo enfrente por c/Uruguay), picados de fútbol, playa fluvial, natación en el Club Remeros, e incluso bailes en el club Paysandú antes de que la sociedad se polarizara en los '70.

Este escrito está dedicado a mi prima mayor, pero quiero subrayar que mis tres tías paternas tuvieron una influencia esencial en mi (nuestra) formación política e intelectual. Personas con una enorme cultura y una coherencia y ética monolíticas. Este inciso se debe a que, con absoluta certeza, también la tuvieron sobre casi toda mi generación de la familia. Creo que Daniel, mi hermano mayor, lo refrenda de manera absoluta, Eduardo sin lugar a dudas también, y que el menor, Andrés, a pesar de la diferencia de edad, también supo hacer germinar aquella semilla con todo su poderío.     

De Graciela tengo muchos recuerdos dispersos en el tiempo. Era dicharachera, afectuosa, bohemia y jovial, más bien gordita y con una afable cara redonda. En Montevideo, Paysandú o en la playa (Atlántida en particular) compartíamos partidos de voleibol, juegos de cartas y las canciones de Daniel Viglietti, entre otros, que solían cerrar algún asado familiar copioso y bien regado. Ya casi era ingeniera agrónoma cuando decidió darle a su vida otro rumbo, o la coyuntura se lo impuso.

Guardo una remembranza muy especial de un día de 1959 en que me llevó al  Centro Único de Estudiantes Sanduceros (CUDES), ubicado muy cerca de su casa. Entonces, yo con 4 años (Graciela tendría 19), me enteré y procesé hasta dónde podía por aquella época, que había tenido lugar una reciente revolución en un país muy desigual (luego aprendería la palabra dictadura, que nunca me abandonó por desgracia), que era una isla, y que el líder del pueblo alzado era un señor barbudo llamado Fidel Castro.

Fue fácil imaginarlo puesto que uno de los militantes mayores de aquel centro fermental lucía una barba similar a la del abogado-comandante, del que tampoco faltaban fotos. Alguien a quien el revisionismo, a veces demasiado sesgado y servil, ha denostado con saña, pero de quien nadie puede ni jamás podrá negar su importancia fundamental en la historia política latinoamericana moderna.- 

- En Soca o "Mosquitos" - 

Temprano, al día siguiente (21/12/1974), en el auto de mi padre, además de él, estábamos mi madre, el tío Carlos (mayor que papá y padre de mis primos Carlino, Marilina y Fito, todos comprometidos), yo y la adorada tía Marta, recien llegada desde Paysandú, para trasladarnos hasta la morgue del cementerio de Soca o "Mosquitos".

Durante todas las semanas anteriores (más de cuarenta días), tía Marta removió cielo y tierra, viajó a Buenos Aires donde se entrevistó con el senador exiliado Zelmar Michelini, cuyo postrer asesinato provocó una gran herida en la historia del Uruguay, y con el representante del Alto Comisionado (hoy Agencia) de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), quienes con las manos por completo atadas nada pudieron hacer ni aportar. Los vecinos de mi prima y sus compañeros se limitaron a decir: "se los llevó la (policia) Federal".

Con Brasil como garante de la doctrina de la Seguridad Nacional, los gringos y sus cipayos ya habían volteado a la señera democracia uruguaya, derrocado a su gobierno y asesinado al Dr. Salvador Allende en Chile. Stroessner era por entonces para ellos una garantía en Paraguay.

Pero, Argentina, a pesar de una voluble oposición, presumía por entonces, tras la muerte de J.D. Perón, de un gobierno que podría definirse como fascio-esotérico, encarnado por la "Perona" (Mª Estela Martínez) y el "Brujo" (José López Rega), capaces de las mayores aberraciones posibles. Allí ya era suficiente con asesinar y/o hacer desaparecer a cualquier disidente, por cualquier medio y en contubernio con las fuerzas armadas, ávidas de sangre. Valía todo. El cóndor multicolor emprendía su vuelo.

Llegamos al lugar todavía con la bruma del amanecer, no había nadie. Nos dirigimos hacia el lugar donde alguien nos dijo que estaba la morgue, una especie de tapera cúbica casi en escombros construida entre lo siglos XIX-XX, pero jamás remozada.

Comenzaron a llegar policías y militares. Uno de estos últimos, sin la menor lógica, pero para demostrar su minúsculo poder, le dijo a mi padre que moviera el auto porque donde estaba molestaba. ¿A quién? Estaba bastante apartado. Un misterio, tan grande como el que proyecta el cerebro de un milico, precisamente en la localidad de "Mosquitos" en aquella coyuntura.

Pero, establecido como si fuera parte inevitable de un guion, el jefe de policía local invitó a tía Marta a entrar a la pocilga para reconocer el cadáver de Graciela. Sólo la podía acompañar una persona y fue el tío Carlos. A todos se nos cortó la respiración.

No veíamos, pero escuchábamos todo desde cerca. Nunca olvidaré el grito de desesperación de Marta cuando reconoció el rostro de su hija mayor destrozada. Los cadáveres desnudos estaban cubiertos por diarios y cuando ella quiso descubrir el resto, por cinismo o simple torpeza, el jerarca policial le dijo: "¡No se preocupe, señora, sólo tiene siete o(u) ocho balazos!".

Llegó mi prima Alicia, quien se encargó de acompañar hasta Paysandú al féretro con su hermana, estibado en un coche de una de las

más connotadas empresas de pompas fúnebres del país. Eso sí, el conductor no parecía para nada un hombre del oficio, por lo que mi prima recibió discretas señales y algún comentario, innecesarios porque (re)conocía perfectamente la clase de buey con el que araba. Un tira más.

El resto regresamos a Montevideo, yo abrazado a tía Marta como a la ida. Desde siempre tuvimos un vínculo especial, una empatía que a veces se reflejaba en pensamientos simultáneos. No tengo palabras para agradecerle todo lo que me brindó, afectiva e intelectualmente, en particular, y mucho más. Décadas después dedicó su predilección a mi hijo Mateo, algo que me emocionó.

Por la tarde, los mayores viajaron a Paysandú. La consigna familiar fue que los más jóvenes nos quedáramos en Montevideo, cosa de evitar posibles provocaciones o algo aún peor. Había precedentes.       

Esto ocurrió días, horas antes de las fiestas navideñas. Para nuestra familia éstas nunca volvieron a ser igual. Un poco disimuladas porque el cumpleaños de papá era el 1 de enero, pero más allá de abrazos, brindis y asados, siempre sobrevolaba un halo de tristeza. Me pregunto: ¿cómo festejarían con sus familias los torturadores y asesinos? Puedo imaginarlo, pero me cuesta escribirlo.

- El Cosena y el meapilas -

Seguramente la muerte del coronel Trabal estaba decidida desde mucho tiempo antes de los secuestros en Buenos Aires y el traslado de los mártires al "300 Carlos R" o "Infierno chico", ubicado en un lugar de "ensueño" en la rambla de Punta Gorda, robado por los gorilas autóctonos.

Probablemente, la tortura despiadada, la destrucción de aquellos jóvenes fue algo así como un pasatiempo mientras se afinaba la logística del asesinato en París. Eso sí, aún existen dudas sobre los perpetradores del crimen. Lo único claro es que el MLN-T no tuvo absolutamente nada que ver. Se hablaba de ajustes de cuentas entre los propios milicos, los "fachos" dominantes contra los "peruanistas" (an alusión al régimen del gral. Velasco Alvarado), un eufemismo para aquellos considerados más "abiertos". ¿A qué? Decían que Trabal, a pesar de su prontuario al frente del SIE, entre otros, era uno de éstos.

Pero, las consignas se respetan y ellos en su arrogancia de legos impuestos por simple fatalidad, fruto de los últimos acaecimientos de la llamada Guerra Fría, se las inventaron en un santiamén: "Cinco de ellos por cada uno de los nuestros" era más o menos la consigna, que parecía sacada de un discurso peronista. En realidad fueron seis (el hijo de Mª de los Ángeles Corbo), pero, ¿es que no saben contar?

Eso sí, fueron pragmáticos, eligieron a cinco, jóvenes (una embarazada), entonces ya no requeridos, residiendo fuera del país, y sin una gran relevancia en la jerarquía del movimiento. Tenían en sus mazmorras a los líderes, los llamados "nueve rehenes". Pero era fácil imaginar las reacciones a nivel internacional y el corte de suministros de dinero y armas de haber tocado a alguno de ellos. Hasta, dicen, se inventaron "un intento de invasión" (¡cinco invasores, una de ellas encinta! Unos fenómenos). Aquel vuelo "0", precursor de muchos otros, pilotados por obedientes "aeronautas orientales", alguno de los que tuvo la desfachatez de afirmar que desconocía la naturaleza de la carga transportada.

Cuentan que cuando el COSENA (Consejo de Seguridad Nacional) decidió aquella "venganza" falaz, el presidente de la época, meapilas, títere de los uniformados, dijo que "eso iba contra sus principios cristianos". ¿Habrá dicho algo parecido en circunstancias casi similares, como cuando el asesinato de Michelini y Gutiérrez Ruiz junto a otras dos personas? Capaz que sí, pero ¿hizo algo por evitarlos? ¡NO! En el nombre de Jesucristo.

Un inciso: Graciela había sido detenida a comienzos de los '70 y procesada por encubrimiento. Había alojado en su casa a Lucía Topolansky, lo que le valió un año y medio de reclusión. Por entonces se aplicaba aquella figura legislativa de las "Medidas prontas de seguridad", que caracterizó prácticamente a todo el gobierno de Pacheco Areco, peor político que boxeador aficionado. Pero, esas medidas eran un eufemismo legal para denominar al Terrorismo de Estado. Otros países son menos hipócritas y le llaman "Estado de excepción".

En virtud  de aquellas MPdeS, al cumplir la pena mi prima tuvo que optar entre emigrar al Chile de Salvador Allende o seguir encarcelada hasta la noche de los tiempos. Se fue a Santiago. Tras la brutal agresión estadounidense-militar vernácula para derrocarlo y asesinarlo e imponer la feroz dictadura, ella logró trasladarse a Argentina. Allí pasó más de un año hasta el secuestro, pero Graciela, que no tenía antecedentes en episodios armados, intuyó lo que había llegado y supo enfrentarlo con muchísima valentía. Algo que le valdría un "tratamiento especial" por parte de sus verdugos.

- Europa -

Charito, la menor de las hermanas, requerida por los... (el epíteto queda a gusto del lector), logró salir del país, no así su marido "Colacho", herido en un enfrentamiento, quien pasó toda la dictadura entre rejas. En tanto, su hermana Alicia y su familia, afines al PCU, optaron por México. Charo, tras un periplo latinoamericano finalizó exiliándose en Bélgica.

Una vez instalada allí pidió a tía Marta que llevara a Europa a sus hijas, Marina y Ana, que por entonces tendrían 9 y 7 años. Su abuela llegó con la intención de quedarse algunos meses y, cuando madre e hijas se hubieran adaptado a su nueva vida, regresar a Paysandú.

No fue así, mi prima realizó una licenciatura y un doctorado en Ciencias del Trabajo en la prestigiosa universidad de Louvain-la-Neuve, por lo que Marta se hizo cargo de una buena parte del funcionamiento del hogar y continuó ayudando en la crianza de sus nietas, inmediatamente adaptadas y hablando y escribiendo  francés en pocos meses como si fueran nativas.

Mi tía continuó con sus inquietudes culturales e intelectuales. Aparte de sus lecturas, por allí proliferaban los conciertos y obras de teatro, en la propia ciudad universitaria y otras cercanas, además de Bruselas y Lieja, a tiro de piedra.

Aquella mujer menuda, muy blanca, la recuerdo siempre canosa como buena Guidali, con ojos muy claros, inteligencia y ternura, supo vivir para los demás, a pesar de que nunca superó la muerte de Graciela, como es lógico para cualquier ser humano sensible. Debe ser terrible sobrevivir a un hijo. Siempre discreta, en su dormitorio desplegó una especie de pequeño altar sobre la mesa de luz dedicado a su primogénita, casi siempre con una pequeña vela encendida.

Yo la creía agnóstica, pero aquella íntima liturgia era un vínculo espiritual para ella necesario. Algo sublime: antes de vivir en Louvain-la-Neuve, la familia residió en la antigua Leuven, flamenca. Entonces, Marta descubrió en un pequeño cementerio de resistentes belgas durante la Segunda Guerra Mundial, con cruces blancas todas idénticas como suele ser común, la única tumba que albergaba a una mujer. Desde entonces, no pasó un solo año sin que se acercara a depositar un ramo de flores. Al homenajear a aquella belga para ella desconocida, Graciela cobraba vida.   

Hacia fines de los '70 me trasladé a París. Por supuesto, mis visitas a Lovaina eran bastante frecuentes y extremadamente gratas.

No obstante, en aquella época por allí aún sobrevolaba el fantasma de Trabal. No puedo refrendar todo lo que escuché de muy diferentes fuentes. La inteligencia francesa no había molestado a ningún exiliado político uruguayo. Era obvio: los tupas no fueron.

Lo que me llamaba la atención es que aparentemente se limitaban a decir, de acuerdo a gente que estuvo cercana al caso: "Il s'agissait d'une opération américaine (estadounidense para ser más precisos)". La duda, decían, era si los ejecutores fueron agentes de la CIA o sicarios de la mafia corsa, muy poderosa en Francia. Un detalle menor, aunque "testigos", tras el asesinato perpetrado cuando la víctima salía en su coche del garaje del edificio donde vívía, vieron salir corriendo a dos individuos altos y rubios. No prueba nada.

Siempre me extrañó esa supuesta indiferencia de la "Sûreté Nationale" francesa y sus adláteres respecto a un asesinato perpetrado en su propio territorio.

Eso sí, fue un asesinato cuyas motivaciones siguen siendo bastante confusas pero, ante la duda, la venganza tomada contra cinco (seis) inocentes fue un acto de ignominia y crueldad innecesarias, cuyos actores intelectuales, el beato y los uniformados, jugaban a varias puntas y sólo querían demostrar que eran los dueños de la pelota, eso sí, aunque jugaban muy mal.   

Recientemente un grupo autodenominado "autónomo" reivindicó el asesinato de Trabal y también de un militar boliviano. El único comentario que se me ocurre: imbéciles sobran en todo el mundo. 

 - "Hate? No thanks!" -

¿Odio? ¡No, gracias! Aunque sea una pasión mayúscula, antítesis del amor,  sentimiento que seguramente los verdugos jamás experimentaron en sus vidas mezquinas, sería casi homenajearlos, por ellos siempre anidé desprecio, cierta lástima y una gran repulsión.

De los artífices lo sabemos todo o casi todo, en tanto la mayoría de sus peones siguen siendo anónimos, ya viejos o muertos. Me pregunto: ¿cómo estos individuos, amos y esbirros, podían mirar a los ojos a sus familiares, a sus hijos en particular, o simplemente reflejarse en un espejo sin desintegrarse o implosionar agobiados por su vileza y miseria?

¿Qué puede anidar en el cerebro de individuos capaces de torturar con ensañamiento (hay que ser más que malnacido para hacerlo a una joven embarazada) o  agotar los cargadores de sus ametralladoras sobre los cuerpos de  mujeres y hombres jóvenes ya rotos? Sadismo o simplemente imbecilidad. Soberbia, también. Pero, la soberbia de los ignorantes.

Algunos lunáticos se creían defensores de la patria, la democracia, los valores de nuestra (in)civilización y mucha barbarie, incapaces de asumir que eran sicarios mal pagados al servicio de señores con apellidos poco comunes por aquí, como Nixon o Kissinger..., o del lumpen burgués vernáculo (denominación despectiva muy utilizada en Europa durante el siglo XX respecto a las clases dominantes latinoamericanas, consideradas incapaces de desarrollar proyectos propios, convirtiéndose así en siervos de las potencias imperialistas). 

Los terroristas de Estado vernáculos (y sus socios del "Cóndor") se cebaron con jóvenes uruguayos (y de países hermanos), idealistas, que querían una sociedad mejor para todos, inclusive para éstos, sus fratricidas. Algunos de aquellos jóvenes se levantaron en armas. Es discutible la pertinencia de este recurso en aquel contexto histórico en particular. Sin embargo, creo que hay que respetar a quienes fueron capaces de sacrificarlo todo por un ideal y enfrentarse a una terrible alternativa: matar o morir.

Pero, aún en el error, en toda una década mataron muchísimas menos personas que sus beligerantes (y sobre todo, no torturaron, salvo condiciones de "alojamiento" algo limitadas). Esto no es una justificación, para nada. No se califican ni cuantifican los muertos. Cada persona es un universo y tiene el derecho a desarrollar su vida y, para unos y otros, nadie cuenta con la gracia divina de arrebatársela al prójimo (un ex presidente nuestro tuvo el descaro de opinar cuando la reciente espantosa represión en Chile, "que el país tenía problemas de crecimiento". Con decenas de asesinados, que no reprimidos en pocos días por los carabineros, el hombre tuvo el "tupé" de inventarse una casi "parábola" con tufo neo-liberal). 

Dan Mitrione (catedrático en torturas) me enfrentó a la duda, pero justificar aquella ejecución hubiera sido como refrendar a título personal la pena de muerte. No obstante, cuando la derecha rancia y obtusa se refiere a quienes se levantaron en armas como "asesinos", les recuerdo que sus socios y amigos pertenecen a una categoría "superior" en todos los aspectos, la de "genocidas".       

Estos sujetos, muchos impunes "ad eternum", con sus "chapuzas" y atrocidades abrogaron a todos los jóvenes de nuestro país (y otros), en los años '70 y comienzos de lo '80, independientemente de posturas o indiferencias políticas, nuestro derecho a ser felices. Llevar una vida normal, interactiva, rica, libre y culturosa, pero sobre todo la posibilidad de crear y perseguir la utopía. Algo natural, y para nada contradictorio ni excluyente, por ejemplo, con el placer que provoca lo simple bien hecho, como arguyen algunos intelectuales. Quisiera haberles podido enrostrar por entonces: "¡Déjennos vivir, carajo!".

Los cipayos y sus amos indujeron u obligaron a muchos a exiliarse en países lejanos, a otros a refugiarse en los paraísos artificiales (que no son lo mismo que los fiscales). Pero esto es harina de otro costal. La cuasi incógnita sigue siendo: ¿quién mató a Trabal? ¡Ya poco importa!

Recordemos hoy a aquellos cinco, perdón seis, mártires con todo nuestro cariño. Están vivos en todos nosotros, son memoria viva. Pero, sin dejar de lado a sus victimarios, puesto que para ellos: "¡NO HABRÁ OLVIDO NI (AÚN MENOS) PERDÓN!".-

Este texto esta dedicado a mi prima hermana Graciela Estefanell Guidali y a sus cuatro (cinco) compañeros mártires de los llamados "Fusilamientos de Soca", ignominia de la dictadura cívico-militar uruguaya y exordio de la repulsiva "Operación Cóndor" en el Cono Sur americano.*

Adolfo "Fifo" Guidali   

*Mi reconocimiento para Julio Abreu. No está claro si los asesinos querían que alguien pudiera contar sus "hazañas", aunque lo amenazaran en caso de hacerlo, o utilizarlo como cobaya en su infierno para experimentar cómo podían destrozar a un ser humano que no consideraban precisamente enemigo. Julio, tuya y de Amaral es la antorcha.

Un abrazo para todos los participantes en el acto de este sábado (19/12/20) en el memorial de Soca, convocado por Crysol. La memoria, la ética y el futuro son nuestros.- 

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