Filosofía Helenística. El epicureísmo

Columnas 07 de mayo de 2021 Por Jorge Barrera
Una nueva entrega de "Filosofía y Doxografía para profanos", sobre las Escuelas pos Aristotélicas, por el Profesor Jorge Barrera.
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Esta doctrina, rivalizó por la hegemonía filosófica con el escepticismo, si bien no podemos decir que haya conformado una escuela, debido a que su influencia estaba demasiado atada a su fundador, el  único discípulo eminente de Epicuro fue el poeta Lucrecio (99-55 a.C.), contemporáneo de Julio César,  sin embargo, tuvo una importante  influencia en el pensamiento posterior,        

Para Epicuro la reflexión filosófica sólo tiene sentido si nos ayuda a ser felices en el mundo en que vivimos.

Para entender a este filosofo, debemos pensar en la caída del modelo político centrado en  la polis. Con la irrupción de Alejandro, esa cosmovisión  se derrumba. El hombre ya no se podía  entender en referencia a la polis.  El individuo se siente solo y desprotegido, por lo cual  tiene que encontrar en sí mismo, la seguridad que antes le brindaba la ciudad estado, ahora se refugia en su mundo interior, frente a un mundo externo hostil . Por esa razón, levanta su Jardín,  como una respuesta a la situación de desamparo y angustia que vive la mayoría de la gente.

Epicuro, fue el segundo de los cuatro hermanos hijos de Neocles un maestro y de  Querestrata una adivina. Nació en la isla de Samos, en el 341 a.C., no obstante, fue ciudadano ateniense, gracias a que su padre, fue uno de los colonos que partiendo de Atenas, había marchado a Samos. “Samos es una isla griega en el este del mar Egeo, separada de Turquía por el estrecho de Mícala, de 1.5 km de ancho.” (Barrera, J; 2021).

Por los servicios realizados, su padre,  fue dotado con un lote de tierras.  Se lo consideraba descendiente de la familia de los Filaidas, (Φιλαΐδαι),  familia eupatrídas, conocidas como «los bien nacidos» o «de buenos padres». Aunque pobre, perteneció  a la aristocracia  o antigua nobleza  de la región griega del Ática. Los eupátridas eran  de  estirpe real, gozaban de derechos políticos y religiosos exclusivos, que conservaron tras la caída de la monarquía ateniense, en el ejercicio de una supremacía social, ligada a la posesión de la tierra. Representaban así la primera fase del proceso de desarrollo político y administrativo de la polis ateniense.

El padre de Epicuro fue maestro, por lo que es probable que éste comenzase a interesarse pronto por las cuestiones intelectuales. Según Diógenes Laercio: “andaba con su madre girando por las casuchas y habitaciones populares recitando versos purificatorios, y que enseñó las primeras letras con su padre, por un estipendio bajísimo.” Cuenta también que prostituyó a uno de sus hermanos, y que se servía de la meretriz Leontio.  Cuenta que en su libro “Del fin”, escribe así: “Yo ciertamente no tengo cosa alguna por buena, excepto la suavidad de los licores, los deleites de Venus, las dulzuras que percibe el oído y las bellezas que goza la vista”. Aunque estas leyendas han sido puestas en cuestión y hay quienes la atribuyen a la “mala prensa” que le hicieron sus adversarios estoicos.

 A los dieciocho años se trasladó a Atenas para servir en el ejercito, según la costumbre de aquellos tiempos. Bertrand Russell, relata que, tras los difíciles años de su juventud, su vida en Atenas fue plácida y sólo   se vio turbada por su débil  salud.             Tuvo una casa y un jardín,          que  era en él donde enseñaba. Sus tres hermanos y algunas personas más habían sido miembros de su escuela desde el principio, pero en Atenas su comunidad se acrecentó, no sólo con discípulos filosóficos, sino con amigos y los hijos de ellos, esclavos y heteras.

Epicuro, junto con Zenón de Citio,  son considerados  los primeros filósofos de la etapa helenística, sobre el 311, fundó una escuela filosófica en Mitilene, isla de Lesbos, más tarde dirigió una escuela en Ampsaco (hoy, Lâpseki, Turquía), en el 306 se radicó en Atenas, fundando una comunidad, conocida como el jardín que admitía personas de dudosa reputación,  mujeres y esclavos. Su doctrina se basa en la búsqueda del placer regida por la prudencia. Fue contrario al temor a la muerte, a los dioses populares y a la necesidad  fatalista. Lo esencial del saber reside en tranquilizar el ánimo y proporcionar una vida feliz.

Entre sus escritos se destacan tres cartas: La primera carta la escribe a Herodoto, y es acerca de las cosas naturales; la segunda a Pitocles,  trata de los cuerpos celestes; y la tercera a Meneceo, en la cual define las cosas necesarias para la vida.

En la primera carta divide a la filosofía en tres ramas: canónica, física y moral.

La canónica contiene el ingreso  a las operaciones, y la desarrolla en el libro titulado Canon. La  física trata sobre  la naturaleza desde una perspectiva materialista, siguiendo las ideas atomistas de Demócrito. Todo es corporal y está formado por la agregación de  átomos. El universo es un mecanismo sin ninguna finalidad, ni intervención alguna de los dioses. Su física es muy ingenua y su finalidad es la de ser útil para su ética. Creía que el sol tenía el tamaño que se ve y que la luna cambiaba de tamaño y de forma. El trueno y el rayo son explicados de formas diversas y poco científicas. La percepción la explica por la teoría atómica  de las “eidolas”, estas  penetran al hombre por sus sentidos. Toda la doctrina epicúrea se dirige a la moral, opina que el placer es el verdadero bien y el camino para  la buena vida. Distingue dos pasiones: el deleite y dolor, las cuales, no son propias del hombre, sino que también residen en todos los animales. Pero el placer que se persigue, debe reunir determinadas condiciones: debe ser puro, duradero y estable. Estas condiciones eliminan los placeres sensuales, para dar lugar a otros más sutiles y espirituales. El ideal del sabio es del hombre sereno y moderado,  que procura la templanza y  el equilibrio.     «Mi cuerpo se estremece de placer —dice— cuando vivo de pan y agua, y desprecio los placeres del lujo, no por sí mismos, sino por los inconvenientes que los siguen» (Russell, Bertrand, 1946)

La carta a Meneceo es una síntesis completa de su pensamiento moral.

Comienza con una sentencia en la cual afirma que filosofar es importante a cualquier  edad, siendo tan valioso para el joven como para el viejo; “Ni el joven dilate el filosofar, ni el viejo se fastidie de hacerlo; pues a nadie es intempestivo ni por muy joven ni por muy anciano el solicitar la salud del ánimo. Y quien dice, o que no ha llegado el tiempo de filosofar, o que ya se ha pasado, es semejante a quien dice que no ha llegado el tiempo de buscar la felicidad, o que ya se ha pasado.” (Epicuro, carta a Meneceo)-

Para conseguir la felicidad Epicuro propone el “tetrafármaco”. Cuatro remedios infalibles que todo hombre debería seguir:  “No temas a los dioses, no temas a la muerte, el placer es fácil de obtener y el dolor es fácil de evitar"

Epicuro realiza una profunda critica a  “los dioses de la plebe o vulgo” , afirmando que: “negarlos no es una actitud impía.” En cambio acusa de impiedad a quienes: “acerca de los dioses tiene opiniones vulgares”. Defiende la opinión de que las afirmaciones del vulgo, en relación a los dioses, no son “anticipaciones”, sino juicios falsos. El de las “anticipaciones” es el único criterio de verdad que considera adecuado Epicuro, tanto para la física como para la moral. La explicación es la siguiente:  Cuando las sensaciones se repiten numerosas veces, se graban en la memoria y forman lo que denomina  ideas generales, "anticipaciones" o "prolepsis". Sirven para reconocer nuevas sensaciones; por ejemplo, para distinguir un caballo de un buey, primero se  debe conocer ambas especies. Pero de los dioses, poco y nada sabemos, por lo tanto, no podemos anticipar sus cualidades. Pero, al carecer de todo conocimiento sobre los dioses, el vulgo les atribuye acciones  que producen daños gravísimos a los hombres malos y favores, a los buenos. Considera que esas ideas son el resultado de una extrapolación de los propios sentimientos humanos, atribuyéndoselos a los dioses, pues, para los hombres son gratas las virtudes, y malo todo lo que no es virtuoso.

Referido a la muerte, no debe considerarse ni buena , ni mala, porque todo bien y mal está en los sentidos, y la muerte no es otra cosa que la privación de estos sentidos. Así, el perfecto conocimiento de que la muerte no es contra nosotros, hace que disfrutemos la vida, no añadiéndole tiempo ilimitado, sino quitando el amor a la inmortalidad. En consecuencia, hay que apartar de nuestro pensamiento el temor a morir.

Así que nada hay molesto en la vida, para quien está persuadido de que no hay daño alguno en dejarla. No hay que temerle a la muerte, porque no es su presencia la que nos incomoda, sino, el temor a ella.

“La muerte, pues, el más horrendo de los males, no nos pertenece; pues mientras nosotros vivimos, no ha llegado ella; y cuando ha llegado ella, ya no vivimos nosotros. Así, la muerte ni es contra los vivos ni contra los muertos; pues en aquellos todavía no está, y en éstos ya no está. “ (Epicuro, Carta a Meneceo).

El futuro.

Sobre el futuro, nada podemos saber, por lo tanto, “no debe preocuparnos”. Afirma que el

futuro ni es nuestro, ni tampoco deja de serlo absolutamente; de modo que ni lo esperemos como que ha de venir infaliblemente, ni menos desesperemos,  como si nunca ha de venir-

Referido a nuestros deseos, los clasifica en “naturales “ y “vanos”; de los naturales unos son necesarios,  innecesarios. De los necesarios, unos lo son para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo, y otros para la misma vida. Los naturales y necesarios, son por ejemplo; la alimentación, el abrigo y la seguridad. Pero  para alimentarnos es suficiente pan y agua. Los placeres naturales e innecesarios, son por ejemplo una comida sabrosa, los placeres de carácter espiritual o la gratificación sexual. Y los vanos o innecesarios serían, por ejemplo,  La gloria, la fortuna o el honor

El sabio sabe  lo que debemos elegir y evitar, para la sanidad del cuerpo y tranquilidad del alma; pues el fin no es otro que vivir felizmente. Por amor de esto,  hacemos todas las cosas, a fin de no dolernos ni conturbarnos.

 Exhorta en la Epístola a Meneceo a meditar con la compañía de algún amigo. Para él, la amistad no es sólo un medio para conseguir la felicidad, sino la felicidad misma, pues sin amigos no existe vida feliz.

Epicuro sufrió toda su vida de mala salud, pero aprendió a soportarla  con gran fortaleza. “Fue él, y no un estoico, quien mantuvo primero que un hombre podía ser feliz en el tormento ” (Russell, Bertrand, 1946)                                                                                                                                                                                      

Bibliografía

Capelle, Wilhelm, (1981). Historia de la filosofía griega. Gredos. Madrid.

Diogenes Laercio. Vida de los filósofos más ilustres. Luarna Ediciones. España.

Gigon, Olof. (1985). Los orígenes de la filosofía griega. Gredos. Madrid.

Mondolfo, R. (1983), El pensamiento antiguo., 2 vols. Buenos Aires: Editorial Losada

Russell, Bertrand, (1946). Historia de la filosofía Occidental. Austral. España.

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