Simplemente Juan

Columnas 02 de febrero de 2023 Por El polígrafo Maragato
Aun me parece mentiras la hazaña que pude protagonizar. Son esas cosas impensables que se nos dan, una vez en la vida, por obra del azar. Nunca estuvo en mis planes. La selección fue muy estricta, ni yo mismo me creía capaz de realizar esa proeza.
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Eramos cerca de medio centenar. A los pocos días me encontraba entre la docena de posibles viajeros. Casi sin saber como fui seleccionado para esa experiencia increible. Increible que en mi País se esté compitiendo con las grandes potencias en la carrera espacial, increible que me hayan elegido, entre tantos, para participar de esa gesta a mí, un humilde misionero, que había nacido y vivido toda mi vida en la provincia norteña. A mí,  que no poseía grandes atributos culturales,  ni una preparación atlética sobresaliente, A mí,  que no tenía relaciones políticas, ni económicas. ni religiosas, ni pertenecía a ninguna logia. A mí,que mis padres eran completamente desconocidos, que carecían de patrimonio, sin embargo  estuve allí. Fui el primero;  apenas cinco meses después de la llegada del primer hombre a la luna.

Corría el año 1969 y desde el Centro de Experimentación y Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsados de Chamical, en La Rioja, en el cohete sonda Canopus II, fui lanzado exitosamente al espacio.

Qué orgullo sentí entonces. Por mí y por mi país. Este hecho increíble se daba en un momento en donde la Argentina contaba con su agencia espacial,  Se llamaba “Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales”. Hoy la Conae es su heredera. Este grupo tenía un intenso programa de trabajo, entre otros el desarrollo de vectores y el desarrollo de cohetes. Y yo formé parte de ese proyecto.

El 23 de diciembre de 1969, a las 6.30, se impulsó exitosamente el cohete sonda Canopus II. Yo era el único tripulante. En un vuelo suborbital (no entró en órbita) de ocho minutos de duración. Llegó hasta una altura de unos 90 km, rozando el límite de la atmósfera terrestre con el espacio exterior. 

Después del viaje, me mudé, o mejor dicho fui llevado, a la ciudad de Córdoba. Allí mucha gente iba, porque deseaba conocerme, No voy a mentir, no me pedían autógrafos, pero, más de uno quería una foto conmigo.

Recuerdo que viajé sedado y mi cuerpo fue cubierto por un chaleco impermeable para reducir, junto con el asiento, los riesgos del efecto de la aceleración. Esta vez los expertos pensaron en todo: desde la posición transversal en la que haría el viaje hasta la monitorización de mis signos vitales y la instalación de una cápsula presurizada, que además contaba con una reserva de oxígeno de entre 15 y 20 minutos.

El cohete despegó desde una base espacial ubicada en una llanura desértica a más de 450 metros sobre el nivel del mar.

A diferencia de la misión de Belisario, la nave logró mantenerse un buen tiempo a flote, superando los siete kilómetros en tan solo cinco minutos.

La pesadilla comenzó cuando, habiendo alcanzado su objetivo -llegar a 82 kilómetros de altura-, el motor se apagó y la nave se aproximó a tierra firme. En ese momento, comencé a  respirar con el oxígeno de la cápsula presurizada y su aterrizaje se mantenía incierto.

La buena noticia era que los signos vitales no indicaban deterioro en mi bienestar físico.

Todo parecía estar en perfectas condiciones, gracias a los dos paracaídas grandes que se activaron cuando la nave se encontraba a tres mil metros de altura e hicieron posible lo que parecía  imposible: aterrizar. 

El éxito del equipo de científicos argentinos, y el mío propio, se concretó cuando se abrió la escotilla y allí estaba mi mirada inquieta, no exenta de temor.  Dijeron entonces de mí que era toda una leyenda viviente. 

Sin embargo, con el paso del tiempo, todos se fueron olvidando de mí. Recordaba entonse el dicho de Píndaro: “La gloria es el suspiro de un sueño”.

Pensar que con sólo  dieciocho  meses de nacido y, apenas un kilo y medio de peso, logré batir todo un  récord.

Y ahora estoy a punto de dejar este mundo, encerrado en una jaula del zoológico de Córdoba, que triste final el mío.

Sueño que  me recordarán como el mono Juan, o simplemente Juan, el primer astronauta argentino.

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