El estado mundial: lo que nos ofrecen los dueños del mundo
Hoy vamos a tratar de rastrear este proceso históricamente, y veremos “la solución” a los problemas del poder omnímodo que nos ofrecen quienes son sus titulares.
Porque desde hace décadas, escuchamos voces intelectuales reclamando “gobierno mundial”.
No es posible exagerar el unicato estadounidense de 1945. Ya lo subrayó, premonitoriamente James Burnham desde 1941.
Si ya había elementos como los que captara Burnham, el desenlace de la 2GM despejó totalmente posibles incógnitas: poderes colonialistas hasta entonces decisivos, como el británico, se habían agotado (para no mencionar diversos niveles de aplastamiento de otros colonialismos europeos y del derrotado asiático; el japonés).
La Sociedad de Naciones, auspiciada desde Europa se extinguía sin grandeza y sin retorno, y la minoría con el poder en EE.UU. rediseña una nueva red internacional; la ONU, ahora a su servicio (aunque albergando una incógnita desde su mismo inicio, en una entidad política relativamente nueva; la URSS).
En 1946 un emigrado húngaro, Imre Révész, anglificado Emery Reves, biógrafo de W. Churchill y por ello con puerta franca en todos los pasillos del flamante poder mundializado, escribe un ensayo, “propio de la hora”; The Anatomy of Peace (Anatomía de la paz).
Reves, representativo del espíritu de la nueva cúspide política mundial, lo tiene claro: liquidar las soberanías nacionales, “causa de la anarquía en las relaciones internacionales”, para ceder el paso a “un orden legal universal”.
Allí está el meollo: suprimir los estados nacionales, suprimir sus soberanías; que “las naciones se regulen no por tratados, sino por ley” [sic]. Reves entiende que “bajo el presente sistema de soberanía nacional todos los países están inevitablemente orientados hacia el totalitarismo” (no sabemos porqué una ley única no nos orientaría aún más decisiva y radicalmente hacia lo totalitario….).
Reves, desde el epicentro planetario conseguido en 1945 nos “ilumina”; desde la (única) luz hacia las tinieblas. Todo el lenguaje de este servidor de la nueva ideología es el de ‘la luz contra las tinieblas’. Ingredientes: religión y ciencia, por partes iguales.
Una desenfadada exhortación a seguir la única voz legítima, la de la paz; el manido recitado de la paz de los vencedores.
Tuvimos que dejar pasar “la coexistencia pacífica”, los tiempos de Nikita Jruschev y John F. Kennedy, por ejemplo, para que con el colapso soviético, ya muy a fines de los ’80, renaciera la misma aspiración al unicato estadounidense, ahora inextricablemente unido al Estado de Israel.
Este regreso de “muertos vivos”, que el pensamiento progresista con tintes antinorteamericanos (y simpatías difusas por “el socialismo”) había prematuramente tirado “al basurero de la historia”, reaparece con la misma inflexión de la primera hora; dogmática e imperial.
Lo hemos visto, por ejemplo, en numerosos documentos, como los redactados por los neocons, expresión prístina de este “nuevo tiempo”, empeñados en recuperar aquel unicato de 1945.
Tal vez el más significativo sea The Project for the New American Century, que lleva por título principal, con una semántica militar o securitaria: Rebuilding America’s Defenses. Setiembre 2000.
Cuando apenas habían pasado 12 meses de la exhortación de esta craneoteca con semejante paper, a valerse de un operativo por el estilo del de Pearl Harbor (que fue el que “permitió” a EE.UU. inmiscuirse en la 2GM), sobreviene el doble atentado de las Torres Gemelas y el Pentágono (11 set. 2001). Que repercute en la instauración de una “guerra global de EE.UU. al terrorismo”, ocupando más y más áreas continentales.
Pero volvamos a 1946.
Reves pasa revista a los inabarcables cambios tecnológicos de los últimos cien años: “Por miles de años las comunicaciones de pueblo a pueblo dependieron de la fuerza animal; luego, en un siglo, vinieron el ferrocarril, el automóvil y el avión de propulsión a chorro: El cambio creado por el industrialismo no tiene paralelo en la historia de la humanidad”.
Y tras esta verificación, certera, sobreviene el diseño geopolítico: “Nuestra nación [sic] es el centro inconmovible alrededor del cual gira cuanto existe.” [sic, sic]
Un sincericidio del húngaro, devenido american. El encandilamiento producido por la modernidad galopante, seguirá todavía un tiempo hasta que las mentes más lúcidas empiecen a captar los frutos envenenados del desarrollo desenfrenado, ambientalmente nefasto.
Valido de esta fe elemental, Reves no tiene recato en proponer la abolición de las soberanías nacionales: “[…] mientras todas estas naciones soberanas retengan sus soberanías […] serán inevitables los conflictos violentos entre pueblo y pueblo y no podremos contar jamás con la esperanza de ver realizada la seguridad mundial.”
Reves, adelanta en los ’40 los “regímenes de seguridad nacional”, que difundirá el imperio norteamericano en décadas posteriores.
Intenta además avanzar basándose en lo que para él es la ciencia: “debemos tratar de llegar a un método […] más científico.” Que para Reves consiste en prescindir de “los puntos fijos creados por la imaginación para la propia conveniencia [nacional]”. Y resume: “es necesario limitar la soberanía de las naciones y establecer un gobierno mundial.” Rubrica: “No hay la menor esperanza que podamos resolver de otra manera ninguno de los problemas vitales de nuestra generación.”
En 1946, con el ascenso de EE.UU. a la condición de líder mundial (entonces único, exclusivo, aunque ese período se cortará abruptamente con el ingreso “sorpresa” de la URSS al club atómico, en 1949), la desnudez del planteo de Reves nos señala el pensamiento oculto de los cráneos de la geopolítica estadounidense.
Un sugerente detalle que apunta Reves es que no hace falta que los estados democráticos renuncien a su soberanía por la sencilla razón de que no la tienen. “Sólo un estado totalitario o fascista es soberano”, sostenía.
También en aras de la universalidad asoma la intolerancia y el margen cero a la diferencia, porque: “ningún Estado Miembro podrá retirarse de las Naciones Unidas ni ser expulsado de la Organización”.
Con el tiempo, las competencias y las complicaciones, esa estrategia –tan prístina en 1946–, irá recubriéndose de mantos suntuosos de democraticidad y coprotagonismo. Particularmente, a través de la red de organizaciones e instancias onusianas.
En 1946, podíamos todavía ver al rey desnudo. O casi. Vemos desde entonces, como el norte de un “gobierno mundial” toma un sitio relevante, parcialmente eclipsado durante el período de “las (dos) superpotencias”, y se revigoriza, como vimos, desde los ’90, ante el colapso soviético, y cómo en los muy últimos años toma nuevo impulso, ahora con la meta puesta en la Agenda 2030.
En nuestro tiempo, el Foro Económico Mundial, como “liga mundial” de los think tanks, su presidente Klaus Schwab, su secretario ideológico, Yuval Harari, junto a Bill Gates y el plantel de los billonarios –que buscan a menudo convertirse ya no solo en mecenas de nuestro tiempo sino en los administradores de la soberanía humana– están postulando un (el) gobierno mundial; reeditando por enésima vez el ya señalado anhelo. El Reves de 2022 se llama Luigi Ferrajoli y con optimismo digno de mejor causa nos quiere hacer creer que un “constitucionalismo planetario”, una “Constitución de la Tierra”, nos asegurará el fin de los padecimientos, de las hambrunas, de las sequías, de la producción de desechos cada vez más incontrolables.
Desde mediados del siglo XX, y significativamente, siempre articulando el “proyecto” de un gobierno mundial con la ONU, se urdieron varios diseños y propuestas. En general, tales proyectos postulan la creación de una conciencia mundial y planetaria, y la eliminación de nacionalismos, ideologías confrontadas y creencias religiosas exclusivistas que separan a los hombres.
Siempre la misma interrogante: ¿cómo creer que las injusticias generadas con tanta desigualdad de tratamientos como existen en el mundo, desaparecerán sólo porque habrá un único agente dispensador (de justicia, de bondad)?
En los muy últimos años ha sobrevenido un cambio sustancial. Ya no se trata de proyectos políticos teóricos o de “buenas intenciones”. La instaurada pandemia de 2020 nos muestra el alcance práctico de “un gobierno mundial” y nos deja vislumbrar sus rasgos.
En primerísimo lugar, la llamada pandemia Covid 19 ha revelado nuestra ignorancia como especie para enfrentar o atender una enfermedad, un agente patógeno jamás claramente delineado.
El gobierno mundial sanitario de la OMS se hizo sentir en buena parte del mundo; y sus medidas han expresado viejos conocidos nuestros: ignorancia, reluctancia al examen crítico y pésimo manejo.
Por cierto que la ignorancia no es delito y puede explicar muchos traspiés. Pero las instituciones sanitarias oficiales, tanto nacionales como onusianas, se han negado, por ejemplo, a discriminar o intentar discriminar al menos cuántos muertos ha generado el Covid 19 y cuántos el desfondamiento del sistema sanitario con sus falencias asistenciales, a menudo mortales. Nos tememos que los muertos resultados del miedo, de las omisiones, ignorancias y aplazamientos, son muchos más que los diagnosticados con Covid 19 propiamente dicho. Pero es apenas una impresión; nos faltas cifras para cuantificarlo.
En resumen, esta primera plasmación de un “gobierno mundial” (aunque limitado a un área, de salud, mejor dicho de enfermedad), ha dejado a los autoasumidos benefactores de la humanidad en inmejorables condiciones para avanzar. Puesto que se ha demostrado que a la humanidad se la puede mover, llevar y traer, encerrar y dosificar, con miedo. Chocolate por la noticia. Lo nuevo, empero, es el volumen sin precedentes de tales operaciones.
En el capítulo sanitario, todavía hay muchas “cuentas pendientes”: episodios tipo muerte súbita ¿han proliferado tras la pandemia?… ¿o tras las vacunaciones?; ¿porcentaje de episodios como pulmonías, a menudo bilaterales, han aumentado también tras las vacunaciones masivas? Nos faltan otra vez estadísticas. Los recuentos parecen cosecharse de acuerdo con las convicciones de quien los haga; los superadaptados a la “verdad oficial” insisten en que si bien las inoculaciones no impiden los contagios y la difusión del Covid 19 (no son realmente vacunas y por lo tanto, han mentido) atenúa sus efectos mortales; los refractarios a una inoculación de la cual mucho más se ignora de lo que se sabe, temen que una serie de síntomas y secuelas de las inoculaciones nos deje más en territorio de enfermedad que de salud.
Hay, además, muchísimas investigaciones boicoteadas que comprueban la impudicia, la angurria, la deshonestidad intelectual de grandes corporaciones farmacéuticas en demasiados rubros, y demasiadas veces…
El mundo médico parece estar sumiéndose en una esquizofrenia de mundos paralelos: las reparticiones oficiales siguen “informándonos” de los casos y las muertes Covid y de la presunta eficacia de las inoculaciones; investigadores y médicos independientes nos informan de la colusión progresiva entre las transnacionales farmacéuticas y su rendimiento crematístico y la salud de la población. Y producen informes y abordajes que cuestionan radicalmente la medicina oficial.
Por ejemplo, hace pocos días la gobernadora de Alberta, Daniella Smith, uno de los estados constituyentes de Canadá, pidió públicas disculpas a los “no vacunados”, a los que resistieron las inoculaciones, reconociendo que habían sido decisiones políticas (vale decir, no científicas ni sanitarias). Smith se desliga ahora (más vale tarde…) de la política nacional canadiense, una de las más duras obligando a las inoculaciones para poder trabajar, por ejemplo, y que por ello mismo, tuvo más resistencia desde la población. Aseguró que se lamenta "por todos los que han sido 'inapropiadamente' sometidos a discriminación" por el Estado. Y prometió amnistiar a quienes fueron multados o arrestados.
Por nuestras latitudes, estamos esperando: cuando un juez probo en Uruguay, pidió pruebas de solvencia científica a laboratorios bajo sospecha, el gobierno cómplice a todo mandato global y corporativo y renuente al uso del sentido común, revocó autoritariamente esa decisión judicial.
Al creciente divorcio entre la medicina oficial y la medicina crítica, hay que agregarle una crisis asistencial en general, con plazos de atención cada vez más insensatos (y literalmente patógenos).
Y esto no es un asunto local o nacional; nos suena generalizado, como la influencia del Big Pharma en todo el planeta.
Lo que llamamos esquizofrenia dentro de la medicina, entre defensores de la verdad oficial del Covid 19 y sus detractores, podemos extenderla al mundo de la ideología política.
Lo científico que enarbola la ortodoxia covídea como propia (condición que también nos damos como propia los críticos a la definición de Covid19 como pandemia), se ha desplazado a otras áreas, como la política propiamente dicha.
Porque la idea de “gobierno mundial” se pretende científica, como vimos con Reves, en los ’40.
Y vemos que la OMS y sus principales referentes como Bill Gates, se pretenden científicos.
El pensamiento crítico, de izquierda, se ha considerado también científico. Y aquella izquierda que se ha plegado ahora al Big Pharma también; combaten el terraplanismo, sostienen.
Con lo cual “el gobierno mundial” adviene por vía doble; desde la derecha más consolidada y desde una cierta izquierda. Pagan tributo a un tecnooptimsimo ingenuo, pero arrasador.
Se trata de una izquierda orgullosamente cosmopolita y transnacional que reivindica incondicionalmente “el progreso científico”. Entre otros rasgos, también hace clave ideológica de la cuestión de género (planteando una merecida crítica al machismo que deriva, empero, en algo habitual; tirar al bebito con el agua sucia). En nuestras latitudes, lo vemos en la generalidad de los movimientos políticos progresistas (frenteamplismo en Uruguay, kirchnerismo en Argentina, Apruebo Dignidad en Chile), con significativas líneas de expansión comunicacional; Le Monde diplomatique, www.rebelion.org, Viento Sur, Página 12, para nombrar apenan algunas.
Esta peculiar izquierda, que se presenta como única, es de hecho eurocentrista y enarbola esa política de género como herramienta de achique demográfico (aunque no explícito). Procurando resolver el desborde poblacional humano, que algunos consideramos insensato, mediante una solución atroz.
Este conglomerado progre que se autocalifica “de izquierda” feminista, y más que feminista, feministe y antiheterosexual, pandémicocientificista, se separa decisivamente de otra izquierda que advierte críticamente el giro transnacionalista y megacorporativo, que siempre enfrentó.
Esta profunda división del pensamiento otrora crítico lleva a su vez a nuevas confluencias. Una izquierda antitransnacional, defensora de “la escala humana” y enemiga de los megaproyectos” postula un cierto localismo, un rasgo que hasta recientemente había caracterizado a corrientes conservadoras, y por consiguiente de derecha. Esta izquierda antitransnacional, globalifóbica, postula cierto conservacionismo (no confundir con conservadurismo). Pero las líneas se entremezclan: así como fanáticos de los privilegios económicos se autocalifican hoy de “libertarios” (un término que hasta recientemente se ligaba a cierto democratismo político, enfrentado a opciones autoritarias), en varias cuestiones se “realinean los planetas”.
La italiana Giorgia Meloni, líder del fascismo italiano actual plantea:
“¿Por qué la familia es un enemigo? ¿Por qué la familia es tan aterradora? Hay una sola respuesta a todas estas preguntas. Porque nos define. Porque es nuestra identidad. Porque todo lo que nos define es ahora enemigo de quienes quieren que ya no tengamos identidad […]. “Entonces atacan la identidad nacional, atacan la identidad religiosa, atacan la identidad de género, atacan la identidad familiar. No me puedo definir como italiana, cristiana, mujer, madre. no.”
“Debo ser ciudadano x, género x, padre 1, padre 2. Debo ser un número. Porque cuando sea sólo un número, cuando ya no tenga identidad ni raíces, entonces seré el perfecto esclavo a merced de los especuladores financieros. El consumidor perfecto.”
La defensa de la pareja humana, de la familia humana, de la heterosexualidad, del amor al terruño, recogido por una derecha también ella globalifóbica coincide, siquiera puntualmente, con postulados “izquierdistas” del pensar globalmente, actuar localmente.
Meloni se aferra a un dios, en general ajeno al pensamiento y la crítica de izquierda, más bien renuente y refractaria a las religiones institucionalizadas, monoteístas, pero un sentimiento religioso panteísta, en cambio, es sumamente caro a ciertas actitudes vitales de lo que se considera “izquierda”, lo cual nos hace pensar que dentro del arco de la resistencia a la globalización absoluta existen abismos pero no necesariamente infranqueables.
Tenemos que barajar conceptos y consignas y dar de nuevo: como internacionalista no me opongo a todo nacionalismo (sólo al opresor). Y sí me opongo al cosmpolitismo indiferenciado que establece un vínculo directo entre el individuo y el “gobierno mundial”. Difícil entrever mayor arbitrariedad, mayor abismo, mayor opresión. La transnacionalización barre toda particularidad defendiendo una ubicuidad digital que nos transforma también a nosotros, habitantes de este planeta, en algoritmos.
A medida que se profundiza “la decadencia del imperio americano”, presenciamos un empuje de la ofensiva imperial. No necesariamente bajo la bandera de las cincuenta estrellas, también bajo ropajes globales, mundialistas, o pseudotales, como la OTAN, el FMI, la OMS, el PNUD, la UNESCO. Y no menos importante, a través del idioma.
La lengua inglesa ha cumplido un papel fundamental en el desarrollo del imperio american.
Y junto con otras ofensivas mediáticas y sensibles a lo largo del s XX, como la fábrica de hacer mundos de Hollywood, nos hemos convertido en cierta medida, como el resto del mundo, en espejo (claro que deformante) del American Way of Life (Awol).
La cuestión resulta entonces cómo sustraernos a ese canto de sirenas.
Nuestra única defensa es, una vez más, aprender a pensar. Con cabeza propia, lo más propia posible. Para eso, ni la derecha recalcitrante que ligó su destino con el imperio en constante unificación, ni la izquierda progresista, que liga su destino a todos los avances con ropaje científico (aunque a menudo sean meramente tecnológicos) producidos por el poder establecido en tiempos modernos, nos convence.
Pensar localmente ha sido bastión, en general, de pensamientos de derecha. Como los de Igor Shafarevich o Alexandre Dugin en Rusia, o de la ya citada Meloni.
Sin embargo, en esa constelación, tenemos que aprender a distinguir lo que aceptamos como valioso; un pensamiento científico pero anticientificista, la defensa de la escala pequeña para preservar el ambiente (achicando los ritmos enloquecidos de cambios tecnológicos, cada vez más ajenos a nuestras dimensiones humanas, finitas). Y más en general, una conciencia crítica que esquemáticamente hemos atribuido demasiado tiempo a “la izquierda” que ha dilapidado esa potencial intelectual. Por ejemplo, Laurent Guyénot constituye un ejemplo formidable de pensamiento crítico (no de izquierda, más bien cristiano).
“La preponderancia estadounidense” (que un intelectual orgánico del american power, George Kennan, se afanaba en preservar en favor de EE.UU, como Noam Chomsky lo ha explicado abundantemente en sus textos), ha generado mecanismos de preservación del poder propio, instaurando o apoyando sociedades “modélicas” que funcionen como escaparates ideológicos del sistema vigente. Costa Rica en América Central, Uruguay, en la del Sur, Suecia en Europa, Taiwán o Corea del Sur en Asia, Israel en el Cercano Oriente, Sierra Leona o Liberia en África…
Sabemos que pensar con cabeza propia es más fácil decirlo que hacerlo. Este largo episodio de pandemia Covid 19 lo rubrica, una vez más. Pero también sabemos que el deterioro planetario, provocado fundamentalmente por la hybris tecnocapitalista avanza, ¡y cómo!
Seremos cada vez más puestos a prueba: si concedemos mantenernos entre algodones tecnológicos, admitiendo que la globalización siga devastando nuestro entorno, hasta ir alcanzando nuestras vidas, o si el instinto de conservación nos permitirá ver riesgos para nuestra especie, y no sólo el de nuestros techos particulares.
Si entrevemos una línea de resistencia compartida, nuestra política tendría que ser luchar por la defensa de la igualdad entre seres humanos, pero no la igualdad, sin derechos, de cuartel, sino la de la igualdad de derechos.