Divergentes y antagónicos

Columnas 02 de octubre de 2022 Por Gastón Castillo
En los tiempos actuales, cada día nos llegan enormes cantidades de información, datos y narrativas de diferente tipo. La intensidad de las dinámicas en que nos vemos envueltos nos hace imprescindible desarrollar la capacidad de distinguir entre tanto estimulo, definir la verdadera trascendencia de cada uno y desde ese ejercicio dedicarle las energías que realmente se merecen.
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Desde esta perspectiva podemos considerar las elecciones generales que tendrán lugar en Brasil el próximo domingo, como una instancia más que relevante. Lo que suceda el domingo no solo afecta al futuro de los ciudadanos y ciudadanas en ese país hermano, sino también a nuestra realidad y a la de las demás naciones del continente. 

Eso no solo se debe a la valoración de ese país por su tamaño, el peso de su economía y población, la capacidad de influencia como actor regional y global o de cualquier otra característica que podamos destacar del Brasil. Lo más relevante es quizá que podamos entender en profundidad el largo proceso político, social, económico y cultural que colocó al país al borde de uno de los abismos más oscuros de su historia y que en el acto eleccionario del domingo tendrán la oportunidad de comenzar a revertir. 

Se trata de una elección donde estarán eligiendo al nuevo Presidente de la República, los gobernadores de los veintiséis estados y del Distrito Federal, la renovación parcial del Senado y el total de la cámara de Diputados y los parlamentos estaduales. Es una elección compleja en un país con una estructura federal, donde se destaca un amplio peso del Congreso y de los gobernadores. Por más que la disputa presidencial se lleve una parte importante de la atención, es la elección en su totalidad la que dibujará un nuevo mapa político, que determinará las límites y posibilidades del país y su gobierno para guiarlo en un nuevo rumbo o precipitarse definitivamente en el oscurantismo. 

En la disputa presidencial, de la decena de candidatos y candidatas que aspiran a llegar al Palacio de Planalto, solo dos tienen posibilidades de concretarlo. El actual presidente, Jair Messias Bolsonaro y el ex presidente Luis Ignacio “Lula” Da Silva. 

El país al que aspiran gobernar se caracteriza, entre otras cosas, por tener treinta y tres millones de personas con hambre, que no logran el consumo mínimo requerido de alimentos. También es un país con un aumento sostenido de la violencia, el asesinato de activistas sociales y militantes políticos, la liberación de la tenencia de armas, el fortalecimiento de las milicias y las organizaciones criminales, la destrucción y quema de selvas, biomas protegidos y territorios indígenas, el retroceso de la políticas de salud pública, educación y vivienda, la limitación de derechos, el aumento de precios y la baja de ingresos de los sectores populares. A eso se suma un deterioro sostenido de las instituciones, la corrupción generalizada hasta en las más altas esferas del gobierno y el continuo ataque y debilitamiento de la democracia en general. 

¿Como llegó el país a esta situación?. Por supuesto que no tiene una sola respuesta. Se puede simplificar y decir que es el presidente Bolsonaro el responsable y culpable de todo. Sin embargo, por más tentadora que sea la idea y que hoy la sostengan con decisión incluso algunos que hasta hace pocos días eran sus aliados, la situación es mucho más compleja. 
Bolsonaro es un ex capitán del ejército, de discurso simple y superficial, lleno de prejuicios, lugares comunes y extremismos. Admirador de la dictadura militar del 64, tiene una larga trayectoria de casi treinta años como vereador y diputado. En la Cámara su aporte se limita a apenas dos proyectos de su autoría en todo ese tiempo. Fue un asiduo entrevistado en programas de tertulias televisivas durante muchos años donde los disparates que decía eran usados como materia prima del humor en el prime time. Al mismo tiempo sostenía un discurso anticorrupción, reivindicaba la familia tradicional brasilera sin que supieramos mucho a que se refería, enaltecía los ideales cristianos y hasta se agregó el “Messias” como segundo nombre, destacaba el valor supremo de la propiedad privada y el uso de armas para defenderla. Presentado así y en una primera lectura, no pareciera ser un gran prospecto como candidato. Por lo menos un candidato que pudiera convocar el apoyo mayoritario necesario para llegar a la presidencia. 

Su candidatura y el éxito obtenido fue parte de un proceso, una conjunción de diferentes factores que supo aprovechar con mucha habilidad. Supo posicionarse para recibir el apoyo de los sectores liberales relacionados al capital financiero y empresarial a quienes les vendió la idea de que iba a terminar con el afán distributivo y desarrollista que había sostenido el PT. También la religión y en particular las iglesias evangélicas fueron un importante respaldo, en la medida que entendían que era quien mejor representaba sus intereses. Contó con el apoyo de los empresarios del agronegocio y los ganaderos, a quienes les resultaba muy simpático y beneficioso el negacionismo y poco apego que tenía para con las cuestiones ambientales. Por supuesto que el ejército y la policía lo veían en parte como a uno de los suyos que les permitía sentirse reivindicados en sus prácticas y ideas. 

Estos sectores de poder y algunos otros más difusos, fueron lentamente preparando el terreno. Para ello jugaron un rol fundamental las empresas mediáticas, sus radios, estaciones de televisión y otros medios. Por un lado banalizaban y edulcoraban el extremismo del personaje y por otro iban construyendo un estado del alma antipetista y anti izquierda. Maximizaban la exposición e información sobre los casos de corrupción, que son parte de la práctica política nacional y de los que el PT no estuvo ajeno. Estigmatizaban toda política o acción que pudiera significar mayores grados de justicia social o reconocimiento de sectores históricamente excluidos. Aprovechaban toda oportunidad de manipular las emociones, miedos y expectativas de la ciudadanía respecto a los más variados temas, generando una sensación de incertidumbre, caos e inseguridad. Es en ese contexto que surge con una dimensión nacional y se fortalece Bolsonaro. Según lo que expresara Ariel Goldstein "Uno de los ejes para el éxito de la propuesta del ex militar fue presentarse como un restaurador del orden, proponiendo una política militarista en materia de seguridad, señalando que aquellos policías que mataran delincuentes debían recibir condecoraciones" (Goldstein. A. 2020. p.251). 

El otro candidato con posibilidades e incluso con la perspectiva de ganar ya en la primera vuelta es el ex presidente Lula. Su historia es conocida. Fue presidente durante dos períodos, pernambucano de nacimiento, es uno de los doce hijos de doña Lindu, que como tantos norestinos un día subió junto a su madre y hermanos a un “pau de arara” y tras varios días de viaje llegó al estado de São Paulo. No sin dificultades ahí desarrollo su vida, estudió para ser mecánico tornero, trabajó en la fábrica, fue sindicalista, lideró varias huelgas y movilizaciones para defender los derechos de los trabajadores. Luego fundó el PT, fue su candidato a presidente y tras varios intentos finalmente llegó a la presidencia por 
primera vez en el año 2003. 

Su gestión de gobierno tiene muchas señas de identidad que se pueden destacar. Implementó programas como el de Fome Zero, una estrategia para terminar con el hambre y la subalimentación que logró que el Brasil, un país productor y exportador de alimentos saliera del llamado Mapa del Hambre de las Naciones Unidas. Creo programas de transferencia de renta como Bolsa Familia, que al mismo tiempo que mejoraban la situación de millones de personas, dinamizaba las economías locales y el consumo y de esa forma treinta y seis millones de ciudadanos salían de la extrema pobreza. Implementó programas de erradicación del trabajo infantil, de ampliación de los empleos formales y de crecimiento del salario mínimo. Impulsó programas de atención y universalización de acceso al cuidado de la salud, promovió agendas tendientes a combatir la violencia contra la mujer y a mejorar las condiciones de equidad de género, combatir la discriminación y la inclusión en sus más amplio alcance, promovió la cultura como expresión de las identidades, desarrolló una política de preservación y protección ambiental. Todo esto al mismo tiempo que la economía brasilera crecía, desarrollaba sus industrias y afirmaba su soberanía como un actor global en la región y en el mundo. También desarrolló una acción firme y decidida en el combate a la corrupción. Creó el Portal de la Transparencia, el Consejo de Transparencia Pública y Combate a la Corrupción, La Ley de Acceso a la Información, fortaleció y profesionalizó a la Policía Federal por destacar algunas de sus acciones en ese sentido. 

Fueron dos períodos de gobierno y cuando entregó el mando a su sucesora, la también petista Dilma Rousseff, contaba con un 87% de aprobación en la población brasilera. 

La historia posterior también es conocida, el líder del PT enfrentó durante años, la persecución por parte del Lawfare judicial, mediático y político que buscaban menoscabar sus posibilidades de disputar la Presidencia de Brasil y que a dichos de Luis Felipe Miguel, ‘’...el proceso contra Lula representa un paso esencial en el proyecto político que encendió el golpe de 2016. Trata de proteger del riesgo de invalidación las medidas implementadas desde la deposición de Dilma Rousseff.’’ (Jinkings I.,Miguel.F. 2018. p-22). Fueron veinte procesos judiciales en su contra, en los que sistemáticamente fue declarado “no culpable” o en otros casos archivados y por improcedentes. La consecuencia de eso, además de la continua exposición mediática y el desgaste de su imagen en la opinión pública, fue entre otras cosas, la sentencia en segunda instancia que lo llevó a la suspensión de sus derechos políticos, no poder ser candidato en la elección de 2018 donde se elige a Bolsonaro y estar 580 días en prisión. Finalmente la defensa de Lula logró probar su inocencia también en este caso, al mismo tiempo que se determinaba la parcialidad del juez Sergio Moro y del fiscal Deltan Dallagnol. 

Recuperados ya sus derechos políticos, habiendo pasado el Brasil por un golpe parlamentario contra la presidenta Dilma, posteriormente el gobierno de Temer y de Bolsonaro y el enorme deterioro social, económico y moral que estos han generado, Lula vuelve a la primera línea de acción y encaba un amplio movimiento de restauración democrática. Para ello ha logrado construir una corriente de apoyo mayoritaria, un frente amplio y diverso de actores sociales y políticos comprometidos con la causa democrática y conscientes del peligro en el el país se encuentra. Son diez partidos que formalmente apoyan su candidatura y dentro de las actores políticos que lo respaldan se destacan su ex adversario, que fuera cuatro veces gobernador de Sao Paulo, Geraldo Alckmin, quien es su candidato a vice presidente, también la Senadora y dirigente de la REDE, Marina Silva, que fuera Ministra de Medio Ambiente del gobierno Lula y luego si distanciara y ejerciera fuertes 
críticas a su gestión, el dirigente del PSOL, Guilherme Boulos, el diputado André Janones, dirigente de AVANTE, el senador Randolfe Rodrigues también de la REDE por citar algunos de los más destacados. Al mismo tiempo el proyecto democrático que representa Lula ha recibido el apoyo de las diferentes personalidades del mundo cultural y mediático incluso de muchos que ha tenido y siguen teniendo una visión critica de sus gobiernos pero que entienden lo que en las actuales circunstancias esa candidatura representa. 

Hace unos meses atrás, cuando la presentación formal de su candidatura y del acuerdo para la conformación de la fórmula con Geraldo Alckmin, en su intervención Lula citó la idea expuesta en “Pedagogia da Esperança”, de Paulo Freire. Esa idea que sostiene la necesidad de unir a los divergentes para enfrentar a los antagónicos. Su candidatura y la extensa red que la sostiene tiene en común ese principio y la necesidad de que las diferencias y contradicciones que representan muchos de quienes la integran, son asumidas en unidad con el objetivo de salvaguardar la democracia e institucionalidad de Brasil frente al peligro que representa Bolsonaro y quienes lo respaldan. Es la expresión concreta de esa idea de Freire que sostenía la importancia de la virtud revolucionaria que consiste en la convivencia con los diferentes para que pueda luchar mejor contra los antagónicos. 

Como afirmábamos al principio la importancia del proceso actual de Brasil no se debe solo a la trascendencia de ese país sino al tipo de proceso y circunstancia con las que llegaron a este punto de definición. Por supuesto que hay diferencias institucionales, políticas e históricas con nuestra realidad, pero al mismo tiempo hay similitudes y lógicas que se repiten y de las que deberíamos aprender para no transitar los mismos caminos. 

La situación actual en nuestro país, su gobierno e instituciones, es quizá una de las más delicadas y de mayor riesgo a las que mi generación le ha tocado vivir. De Brasil podremos aprender que en determinadas circunstancias es necesario de articular con los divergentes, movilizarnos en la calle, tener claro quienes son los antagónicos para orientar nuestra acción. 

Esperemos que Brasil encuentre su camino. Tenemos esperanza de que en un nuevo rumbo pueda sentar las bases para un horizonte de progreso, dignidad y respeto de la vida y de la gente. Esperemos también poder actuar en consecuencia construir junto a ellos un futuro del que podamos sentirnos orgullosos. 

Gaston Castillo es Secretario de Juventudes de la Coordinadora E - Frente Amplio y Presidente del Comité Unidad - Teja perteneciente a la Coordinadora E del Frente Amplio. 

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