La profesión docente y sus desafíos
¿Profe, se jubila? Sí, pero es raro… Álvaro Fernández Etchart “(…) tenía la esperanza de que tomara esa materia (Análisis Pedagógico de la Práctica) y me acabo de enterar que se jubila. Cuando hice Pedagogía en 2017 me dijo algo que me hizo saber que estaba 100% en el camino adecuado. Tenía la esperanza de que fuera quien me dijese que me recibí de Maestra (…). Le mando saludos y espero que descanse, que bien merecido se lo tiene. Gracias por todo. Un placer cruzarlo”.
Parafraseando a un importante filósofo del siglo XVIII, salvando las distancias y circunstancias “estas palabras me despertaron de mi sueño dogmático”, otra vez. ¿Qué le dije a esa estudiante para que estuviera cien por ciento “en el camino adecuado”, según dice? Vaya a saber, no me atreví a preguntar. ¡Qué gran responsabilidad! Esto me llevó a repensar lo que tantas veces pensé y enseñé en mis clases; cuál es la importancia de ser docente, qué significa ser docente, cuál es la esencia de la tarea, cuál es el profundo sentido de educar en cualquier época y circunstancia.
Estas son las cuestiones que se deben pensar y repensar siempre. De alguna manera volví al inicio de los años 80, en el comienzo de mi carrera, donde una especie de idealización juvenil y contextual nos posicionaba como héroes constructores de un mundo nuevo, mejor. Así lo creímos. Así estudiamos. Así luchamos. La educación salva al mundo. Qué curioso, al final siempre se piensa o se vuelve al principio.
Como en la vida misma. ¿Qué significa ser docente? Innumerables textos lo expresan y es bueno que así sea. Pero después de casi 36 años me atrevo a decir, a hablar desde la experiencia, desde el sentir y el hacer, amalgamado con la teoría que siempre me acompañó. Es difícil definir la tarea de un docente, de caracterizarla, más allá de los perfiles profesionales que se pueden establecer y es bueno que se establezcan.
Es una tarea abierta, donde todos podemos aportar, sea desde el lugar que sea. Reconocer esto sería de gran aporte para las gestiones en educación. Hoy siento la necesidad de hablar desde el testimonio de lo agradecidamente que he aprendido y vivido. Ser docente es crecer y desear hacer crecer.
No es fácil interpretar el crecer, supuestamente significa ser más. ¿Más qué? Nada fácil. ¿Qué significa ser más en un mundo capitalista, consumista y acumulativo? ¿Cómo salgo de esos esquemas cuantitativos impregnados? Pero dejemos de lado por ahora estas cuestiones y abordemos el tema desde otra perspectiva, desde la perspectiva humana, del conocimiento, de la integralidad personal. Ser más es ser mejor persona, ser mejor persona es ser más abierto, más comprensivo, más auditivo, más dialógico, más democrático, más igualitario, menos prejuicioso, en definitiva, ser más humano.
La educación necesita de la humanización. De qué sirve la tecnología, la ciencia, y todo el saber del mundo si no nos hace más y mejores hombres y mujeres. Es fácil decirlo, no es fácil entenderlo y menos fácil es intentar realizarlo. En algún sentido es una tarea diaria, presente en los detalles, en lo supuestamente mínimo que no es tal. Educar es un acto de reciprocidad y generosidad, doy desinteresadamente y recibo gratuitamente. Parece extraño, pero es así, no hay acto más generoso y deseante que enseñar, educar y aprender. El otro crece en mí y yo en él.
Ser docente es regocijarse con el saber. Siempre consideré fundamental la relación del docente con el saber. ¿Desde dónde se posiciona el docente? No es este un tema menor, porque desde donde se posiciona enseña. ¿Desde la superioridad del que todo lo sabe y por lo tanto hay otros que no saben a quienes yo voy a iluminar?
Por lejano que parezca esto sigue sucediendo, este perfil docente es peligroso por detentar el poder y peor aún porque quien cree tener el saber ya no lo busca, por consiguiente, poco aprende y quien poco aprende poco enseña. ¿Desde el que algo sabe y mucho ignora y por lo tanto debe aprender siempre más? Perfil docente más acorde con la realidad, los tiempos y los conocimientos actuales. Que de alguna manera implica la humildad y honestidad como característica del ser docente.
No se es docente porque se sabe sino porque se ama el saber, una investidura filosófica debería ser inherente al ser docente, la búsqueda del saber, el amor por el saber, el disfrute en el saber. Por algo Sócrates y tantos otros eran Maestros, con mayúscula. Nada más honorífico que nos llamen Maestros. Siempre propongo a los estudiantes que reflexionen su relación con el saber, su avidez, sus intereses, sus satisfacciones, sus emociones, sus dudas, sus desvelos, sus incertidumbres, sus dedicaciones. Estas cuestiones deben estar y no ocultarse, deben sentirse, manifestarse, expresarse, eso es parte de lo humano. El lugar y conciencia del no saber para poder buscarlo permanentemente.
Ser docente es gozar de enseñar y de aprender. La satisfacción, elemento crucial para el desempeño pleno de una profesión, cualquiera sea, solucionar problemas, salvar vidas, hacer crecer. Quien ama enseñar disfruta de hacerlo. Y créanme que se nota, los estudiantes lo notan. Perciben quien ama lo que hace y quien no. No estoy presentando una postura romántica de la docencia (que en parte la tiene) sino que a la hora del balance estas cuestiones pesan y mucho, más de lo que uno cree.
Nada mejor que los estudiantes vean profesores que aman su profesión, y más con sentido crítico; abocados a su tarea, comprometidos con la realidad que les toca vivir, informados, conscientes, dispuestos a discutir cualquier temática. Porque el que rehúsa temáticas, esquiva el saber y lo que es peor no educa. Ni el cansancio, ni el tedio, ni la rutina, ni ningún obstáculo pueden con ese impulso, con esa fuerza mayor que nace de la propia esencia y sentido del educar.
Quizás cuando pensamos en recuperar el sentido de la educación en estas pequeñas cosas está la clave. Ser docente satisface el alma y el encuentro entre almas. Parece extraño hablar de alma, pero de alguna manera todos sabemos algo de ella, algo que pertenece a la interioridad, a la intimidad, a lo difícilmente identificable y expresable. Ya hemos hablado de la satisfacción del docente, que no significa solamente conformidad con las condiciones por las que atraviesa, estamos hablando de la satisfacción del alma, si así puede decirse. Por algo el filósofo Agustín de la Edad Media o San Agustín señaló que una de las principales cosas que quería saber era sobre el alma. Pero un alma interactúa con otras almas, nunca está sola, interactúa con otras vidas, con otros sentimientos, con otros pensamientos, con otros seres únicos como yo.
Es el cruce del que habla la estudiante, un cruce de almas, de voluntades, de saberes. Un cruce que es más que un cruce. Esa es una clave de la tarea educativa, la relación con el otro, un otro igual y distinto a mí. ¡Qué desafío! En tanto igual puedo intentar comprenderlo, en tanto distinto no sé quién es y a veces no sé quién soy. Ese encuentro conocidos-desconocidos hace fascinante la tarea educativa. Educo a quien conozco (hasta donde puedo decirlo) y educo a quien no conozco (esto es posible). Las posibilidades del encuentro entre almas, como lo hemo llamado, son insospechadas e infinitas.
¡Qué más grandeza se puede esperar! Ser docente es pretender ambiciosamente una especie de inmortalidad. Esto parece sublime. Cuánto se ha escrito sobre la inmortalidad y sus diferentes formas. El que queda en la memoria, en el recuerdo, en las anécdotas, en la microhistoria, no muere nunca. ¿Y qué docente no permanece en esos relatos? Se acuerda profe cuando me dijo … Usted me enseñó que … Qué profesor no tiene anécdotas referidas a estas cuestiones o las ha vivido, aunque no las recuerde. Educar es dejar huellas, y lo más sorprendente e interesante es que son huellas muchas veces insospechadas, invisibles, como huellas sin huella.
Hasta dónde llega el profesor, nunca lo sabremos, será hoy, mañana, más adelante, siempre o nunca, y eso hace más motivante y apasionante la tarea. Hasta dónde puedo llegar nadie lo sabe, ni el docente ni el estudiante. ¿Hay algún desafío mayor? Parece ser el sabor del sinsabor. La posibilidad insospechada de inmortalidad, aunque parezca algo más que humano. Ser docente es vocación de brindar, de servicio, de humanidad. No entiendo la vocación como algo que se trae vaya uno a saber de dónde; la vocación es algo que se educa, se trabaja, se estimula, se conforma.
En ese sentido es importante alimentar la vocación docente. Este tema a mi entender está poco trabajado. Parece ser que una vez que llegué ya está y no es así. Una vez que llegué (vaya uno a saber a dónde y qué significa llegar) ahí empiezo, aunque parezca un contrasentido. Siempre dije a mis estudiantes la carrera empieza cuando termina.
Esto implica un trabajo continuo, permanente, de atención constante, lo que implica la conformación de una identidad personal y profesional. Lo que va más allá de lo que la bibliografía llama formación continua. Educar es dar con generosidad, con gratuidad y gratitud, no se espera reciprocidad, acto humano de los más nobles. Doy y no espero, sino que deseo. Se da a quien de alguna manera se ama, a un hijo, a un amigo, a un amor, a alguien o algo y no se espera nada a cambio.
Las evaluaciones no son la devolución en un sentido profundo, son más bien un formalismo, que si bien nos dan un retorno no creo que un profesor que se precie de tal lo considere como lo esencial. Lo esencial es lo humano, aquello a donde llegamos sin saberlo nosotros ni los otros. El encuentro de almas. Ser docente es ser mucho más de lo que uno pretende ser. Así es. Y quizás acá sea donde me presente más autorreferencial.
Esta profesión me dio las mayores satisfacciones, grandes alegrías; pero también incertidumbres, angustias y ansiedades. Pero en el balance general, pesan los aportes, los buenos momentos, las sonrisas, los reconocimientos cotidianos, los saludos, cada estudiante, cada momento, los agradecimientos, los pequeños acontecimientos. Todo esto hizo que la profesión me diera mucho más de lo que yo esperaba, que era mucho, pero de otro tenor. A los 20 años pensé que podía transformar el mundo, a los 62 aprendí que puedo transformar (aunque sea mínimamente) a algunas personas. No es poco, con eso me quedo.
Ojalá que todos mis estudiantes puedan hacer y sentir lo mismo y sean tan felices como yo con mi profesión. Ese es mi más profundo y sincero mensaje y deseo. Para terminar, volver al inicio, porque siempre se vuelve. A esa estudiante que esperaba que yo le anunciara su “ser maestra”, le diré que si bien importa quién se lo diga y agradezco la deferencia; quien lo haga, será una voz que represente muchas voces, siempre que recuerde y rescate lo esencial de su formación y de sus maestros. Todos quienes la formamos estaremos allí, ese día y siempre.
A esta altura, al retirarme al jubileo, si me preguntan cómo estoy diría; “estoy extraño, no hay explicación, me siento raro”, después de todo es la primera vez. Quizás esto sea parte de “un mundo raro” como lo canta Chavela.
Álvaro Fernández Etchart