José Enrique Rodó

Columnas 19 de octubre de 2021 Por Jorge Barrera
En una nueva entrega de Filosofía y doxografía para profanos, me voy a referir a uno de los pensadores más importantes de nuestro País.
Jose Enrique Rodo

Rodó fue un pensador de su tiempo. Los problemas que abordó, como su estilo literario fueron los propios de una época muy particular. No se puede estudiar este autor sin considerar el contexto en el que vivió. La profunda crisis de finales del siglo XlX y principios del XX.

 En el último tercio del siglo XIX, la vida económica, en el mundo, alcanzó el estadio del “gran capitalismo”. Los países  occidentales vivían inmersos en un sistema en el que imperaban los valores pragmáticos y utilitarios de la sociedad burguesa.

Sobre finales del siglo XIX, la vida económica y cultural se vieron profundamente tranasformada, también en nuestro país,  por la modernización, que vino de la mano  del “gran capitalismo”. Fue una época en la que los valores pragmáticos y utilitarios de la sociedad burguesa alcanzaron un gran auge. Esas transformaciones del estilo de vida y la nueva concepción del mundo, al tiempo que despertó expectativas para muchos,  produjo hastío y desintegración, entre los espíritus sensibles.

En nuestro País, Hacia el último cuarto del siglo XIX, la gran demanda exterior y sus exigencias provocaron la paulatina introducción de nuevas técnicas de producción para el mejoramiento de las razas ganaderas: la vieja “estancia cimarrona” dió paso a la “estancia empresa capitalista”. Asentadas en la propiedad privada de la tierra, garantizada por el alambramiento y la importante inversión extranjera, principalmente de origen inglés, estas empresas comienzan a abrirse paso y se instalan cambiando totalmente el panorama rural.

La consecuencia social de mayor alcance fue la expulsión masiva de los pobladores del campo que ya no tenían lugar en la nueva modalidad de producción. Estas personas se realojaron en los cinturones urbanos, dando lugar a   los “pueblos de ratas”, comunidades aledañas a las ciudades, en medio de la nada y sin nada; otros emigraron a los centros poblados ya existentes, para sumarse a la fuerza de trabajo; de modo voluntario o forzado algunos pasaron a ser parte de la tropa del Ejército Nacional que se estaba consolidando; y finalmente. Por último, no faltaron los que cayeron en la vida delictiva.

Las letras y otras manifestaciones del espíritu clásicas, fueron perdiendo valor, comenzando a contemplarse un nuevo mundo. Esta nueva ideología tenía como premisa que el modelo cultural vigente se había agortado y  que la cultura mostraba la crisis de los valores humanistas tradicionales.

Estas transfomaciones iban de la mano de profundos cambios politicos, sociales y económicos

Ese fue el tiempo que le tocó vivir a José Enrique Rodó.

Rodó nació en Montevideo el 15 de julio de 1871. Precisamente este año se cumplieron ciento cincuenta años de su natalicio. Creció en el seno de una familia acomodada, según los cánones de aquella época. Su padre José Rodó, un comerciante de origen catalán, y su madre,  uruguaya.  Rosario Piñeiro y Llamas.

José Enrique fue el séptimo hijo del matrimonio.

Rodó aprendió a leer a los cuatro años, con la ayuda de su hermana Isabel. Estudió luego con el maestro Pedro José Vidal. Desde 1882 concurrió al colegio Elbio Fernández, colegio privado laico, en donde realizó sus estudios secundarios. Su vocación por la escritura se manifestó dede un principio.

Debido a algunos fracasos de negocios de su padre, debió dejar el liceo privado y concurrir al liceo público, allí se destacó en Literatura. La precoz muerte de su padre, en 1885, empeoró, aún más, su situación económica. No pudo concluir sus estudios secundarios y debió trabajar para contribuir con la economía familiar, se empleó en el estudio de un escribano y posteriormente, en 1891 comenzó a trabajar en el Banco de Cobranzas.

En 1895 fundó con sus amigos Carlos y Daniel Martínez Vigil (quienes junto a Rodó se autodenominaban «Los Mosqueteros») y a Víctor Pérez Petit la Revista Nacional de Literatura. Allí publicó diferentes artículos y ensayos críticos sobre algunas personalidades de la época: Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Bartolomé Mitre y José Santos Chocano, entre otros. La revista se editó durante dos años: el primer número apareció el 5 de marzo de 1895, el último, (número 60), se editó el 25 de noviembre de 1897.

José Enrique Rodó falleció en Palermo, Italia, el 1 de mayo de 1917

Según Carlos Real De Azúa: “su planteamiento ético propone ante todo una lección de moral, libre y humanista, centrada en la vocación y en la superación personal. La armonía es una incitación a que el ser humano desenvuelva toda su capacidad moral, la cual viene de la mano de un alto sentido estético”

Rodó sintió que el pensamiento positivista ya no daba cuenta de la realidad, y que esa filosofía traía un vació espiritual, debido a  su concesión mecanicista y utilitaria de la existencia humana.

Se podría decir que Rodó “esquiva” el positivismo y comienza a transitar el camino de la metafísica. Se formula interrogantes sobre Dios y la Naturaleza y a esas preguntas las enfrenta con la razón.

Es así como Rodó expone la filosofía de la vida sesgada por el idealismo. La filosofía de la vida es la gran corriente de su tiempo. Exhorta al alma a la búsqueda de su destino, al conocimiento de sí mismo, a través de la acción y la voluntad. El lema rodoniano es “renovarse es vivir” y esto es aplicable a la vida toda, inclusive a la vejez. Todo esto está ligado a normas de acción para la vida y se relaciona con el tema existencialista de la vocación, porque se vincula con el tópico de llevar una vida auténtica.

El ideal es el valor por el cual el hombre se mueve y Rodó exige que se trascienda la realidad mejorándola por medios ideales.

Esta filosofía de la vida es semejante a una luz que hace desvanecer sombras y penumbras alojadas en el interior de los seres humanos y que ilumina el alma de aquel que la practique.

Quienes tenemos encima unos años recordamos de la escuela la parábola “Mirando jugar a un niño”.

En ese relato, nos cuenta que un niño jugaba con una copa de cristal en un hermoso jardín, haciendo desprender de ella un delicado sonido al golpearla con un junco. Como resonaba el arte en los tiempos dorados.  Pero de pronto, desconforme con lo logrado, se le ocurrió llenarla de limpia arena y aquel sonido semejante a un trino se volvió en ruido seco. El potisivismo, la concepción utilitarista, se identifica con ese llenar la copa de arena. Frente a el nuevo escenario caben, al menos, dos posibilidades. La primera es la inmovilidad ante la pérdida: la otra es la que asumió  el niño ante el “fracaso de su lira”, buscó en su alrededor una flor reparadora que la introdujo en la arena de la copa y luego la elevó muy alto paseándola triunfante por aquel maravilloso jardín. En otras palabras, volvió su fracaso en éxito, recibiendo nosotros de Rodó fecunda enseñanza, porque muestra claramente cómo el niño utiliza los logoi, es decir discursos, lo esencial, lo que es parte de nuestro cuerpo, aunque no nos demos cuenta que está en nosotros, porque está incorporado, pero que es lo esencial para enfrentar cualquier situación humana por adversa que sea.

 En la filosofía rodoniana la influencia del legado de la Grecia clásica está presente y por lo tanto la inquietud de sí. Esta sabia filosofía no nos hace desconocer la realidad, sino que es presentada como herramienta útil para ayudarnos a convertir una experiencia funesta en algo exitoso

Pero su obra más importante fue sin dusas “Ariel”

Ariel (1900), un "sermón laico" dedicado a la juventud de América, tuvo una gran repercusión en toda la América hispánica, con su visión de los Estados Unidos como imperio de la materia o reino de Calibán, donde el utilitarismo se habría impuesto a los valores espirituales y morales, y su preferencia por la tradición grecolatina de la cultura iberoamericana.

Enfrenta sí, a dos imágenes personificadas en Ariel, a quien invoca como su númen y Calibán, a quien representa el objeto de sus más severas críticas. Los caminos dibujados por Rodó son imborrables, pues, tienen su base en lo más profundo de nuestro yo.

Para el escritor uruguayo, el ideal de moralidad humana resultaría de la conjugación de los principios de la caridad cristiana dentro de los moldes de la cultura griega de la cual se declaraba un gran admirador. En su opinión el Cristianismo es un cuadro de juventud del alma, de gracia y de candor y Grecia es la encumbrada realizadora porque tuvo la juventud, la alegría y el entusiasmo.

Y de esa manera surgió el arte, la investigación, la filosofía, la conciencia de la dignidad humana. Lo imperecedero de Atenas es que fundó, según Rodó, su concepción de la vida en el concierto de todas las facultades humanas. Es que el escritor aspiraba a que los individuos desarrollaran la totalidad de su ser y no un solo aspecto del mismo. Cada uno debe ser un ejemplar no mutilado de la humanidad en el que ninguna noble facultad del espíritu quede descartada.

 

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