San Agustín

Columnas 21 de julio de 2021 Por Jorge Barrera
Una nueva entrega del Profesor Jorge Barrera, esta vez sobre una de las figuras más importantes de su tiempo.
san_agustin

Nació en África, en la actual Argelia, el 13 de noviembre del 354,  en Tagaste, donde hoy se encuentra la  ciudad de Souk Ahras, capital de la provincia  homónima, uno de los centros de la cultura bereber. Bereberer es una deformación de la palabra “Bárbaro” que era como llamaban otros pueblos a estas tribus, su autodenominación es: “amazigh”. Esta etnia, según Ibn Jaldun, uno de sus  grandes referentes de esta cultura, se caracteriza por los siguientes rasgos: “se rasuran la cabeza, comen cuscús y visten con el albornoz”, podemos agregar además otros elementos, acaso más significativos, como la posesión  del tifinagh (un alfabeto consonántico ) y el arado amazigh (bereber).

La ciudad de Tagaste, estaba situada en Numidia, a unos doscientos cincuenta kilómetros de Cartago, en la costa de la actual Tunicia; aparentemente, no fue establecida por inmigrantes procedentes de la península itálica, sino que estaba poblada completamente por bereberes romanizados.

El nombre antiguo, Tagaste, procede de la expresión bereber “Thagoust”, que significa “bolsa”, debido a que la ciudad se encuentra al pie de una montaña rodeada por tres picos, dando la apariencia de que una gran bolsa contiene la ciudad. Los fundadores de Tagaste fueron los Papiria (de los que procede el nombre Babiria-Bereber). Estas tribus bereberes que fundaron la ciudad (los mousoulami, los kirina, los hnanchas y los hrakta) vivían en tiendas y eran nómadas,  hasta que fueron poco a poco estableciendo sus ciudades.  Se sabe que la ciudad de Tagaste aparece mencionada en los escritos de Plinio “el Viejo”.

Agustín fue hijo de Patricio, un magistrado pagano, de posición acomodada, quien, al final de su vida se convirtió al cristianismo y  Santa Mónica una cristiana devota. Esta diversidad religiosa le produce un fuerte tensión al futuro padre de la Iglesia, en la que se deberá debatir durante mucho tiempo. El joven, cuyo nombre era Aurelio Agustín, poseía un temperamento muy apasionado, a los 19 años, leyendo el hortensio de Cicerón, se  despertó, en él, el deseo de conocer “la verdad”, comenzando una larga peregrinación intelectual, que lo llevó, en primer término,  al estudio de la filosofía. Durante esta época el joven Agustín conoció a una mujer con la que mantuvo una relación estable de catorce años y con la cual tuvo un hijo: Adeonato. El hijo de Mónica buscó en diferentes creencias el camino, pero ninguna le satisfacía plenamente; fue así que llegó al maniqueísmo: “Fundamentalmente, el maniqueísmo era un tipo de gnosticismo que ofrecía la salvación mediante el conocimiento (gnosis) de la verdad espiritual. La religión que él predicaba era universal y definitiva, y trataba de integrar las verdades parciales de otras religiones, a saber: cristianismo, budismo y el el zoroastrismo. Según Maní, El bien y el mal están en perpetua lucha, la que se personaliza en la  existencia de  un dios bueno y un dios malo. El hombre terrenal es obra del dios malvado, porque las fuerzas de las tinieblas encerraron en la materia al hombre primitivo, que había sido creado por el dios bueno. El hombre debe, por consiguiente, liberarse de la materia mediante el ascetismo (penitencia) y el conocimiento espiritual o iluminación interior.” (Barrera, 2021). San Agustín  adquirió un profundo conocimiento de esta doctrina, lo que le permitiría, luego, combatirla,  desde  trincheras opuestas.

Ya convertido al cristianismo, el problema de la existencia del mal y su relación con Dios,  sería uno de los problemas más importantes abordados por el obispo de Hipona. En sus escritos acomete contra la concepción maniquea, a la que caracteriza como “fábulas”, es así que en “del libre albeldrío”, obra desarrollada en diálogo con Evodio, segundo obispo de Antioquía, después de Pedro,  expresa: “ Evodio- ¿Cuál es el origen del mal?...Agustín- Suscitas precisamente aquella cuestión que tanto me atormentó a mí siendo aún muy joven y que, después de haberme  fatigado inútilmente en resolverla, me empujó e hizo caer en la herejía de los maniqueos” (Agustín,  1979). También al problema del mal le dedica la obra: “De la Iglesia católica y de los maniqueos”, donde fundamenta que:  “la definición del mal como algo nocivo es también destructiva de la secta maniquea” (Ibid).
Fue en la ciudad de Milán donde vivió Agustín la última etapa, antes de su conversión. Allí empezó a asistir como catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio, éste ejerció una profunda influencia sobre su pensamiento, no sólo a través de sus sermones, sino también por sus acciones, que mostraban la pureza de su corazón. Fue, precisamente,  Ambrosio de Milán  quien le dio a conocer los escritos de Plotino y las epístolas de Pablo de Tarso, estos escritos fueron fundamentales en su construcción  doctrinaria y en  su camino al cristianismo.

El año 336 es una fecha capital, siente en un huerto, en  Milán, una crisis de llanto y desagrado de sí mismo, de arrepentimiento y ansiedad, se relata que escucha una voz infantil que le dice: toma y lee, abre el nuevo testamento y lee un pasaje de la epístola a los romanos, sobre la vida de Cristo referida a los apetitos de la carne. Ese momento se conoce como la conversión de San Agustín, de allí en más su vida se dedica íntegramente al cristianismo, llegando a consagrarse como uno de las principales pensadores de la Iglesia y obispo de Hipona, ciudad en la que muere en agosto del año 430.

La filosofía de Agustín se expresa de un modo radical en “Los soliloquios”: “quiero saber de Dios y del alma ¿nada más? Nada más en absoluto”. En la filosofía agustiniana hay dos temas fundamentales; Dios y el alma. “ El centro de la especulación será Dios, y de ahí su labor metafísica y teológica, por una parte, San Agustín el hombre de la intimidad y la confesión, nos legará la filosofía del espíritu y por último  la relación del espíritu que vive en el mundo, con Dios, nos llevará ala idea de la Ciudad de Dios” (Julián Marías 1958)

El libre albedrío

En esta obra intenta ofrecer una defensa sistemática de la tesis según la cual la voluntad

humana es libre. En la Antigüedad, por lo general, se creía que los seres humanos no habrían podido sustraerse al influjo de la naturaleza y del destino. En la mitología griega y romana el “hado” o “fatum” era inapelable,  los griegos y los romanos decían: “volentes ducunt, nolentes trahunt, fata”. Los hados a los que aceptan su destino los conducen hacia él y a los que no lo aceptan los arrastran.  Si bien autores como Platón o Aristóteles creían en la existencia de la voluntad libre, al igual que Sócrates quien expresa; “Nadie peca voluntariamente”, queriendo significar que se peca por ignorancia, lo que parece indicar que existe una voluntad libre que rige las acciones humanas. De cualquier manera, encontramos pocos textos en las obras de los clásicos griegos, en los que se ofrezca una argumentación formal a favor de la capacidad humana de decidir sobre sus actos. De ahí la importancia que posee el libre albedrío para la historia de las ideas de Occidente. Algunos estudiosos piensan incluso que fue  el primer autor en desarrollar la idea de la voluntad humana,  a pesar de que no es el primero en defender la tesis de que el ser humano sea libre.

Se dice de Agustín que vivió a caballo de dos épocas, la antigüedad y la modernidad.

Los problemas agustinianos, se pueden resumir en tres tópicos fundamentales: Dios, el Alma y el Hombre.

Dios

El argumento principal de San Agustín para probar la existencia de Dios se fundamenta en la existencia de “verdades eternas” que se encuentran en  nuestra alma.  Estas verdades están presentes en todos los hombres, son inmutables y necesarias, y los primeros principios de la razón, a las que nos tenemos que someter.

Dios es la verdad: éste es el principio fundamental de la teoría agustiniana. La verdad nos revela lo que es, en contraste con la falsedad, que nos hace creer lo que no es.

Según la doctrina que expuso San Agustín, Dios es el creador de todo lo existente y todo lo creo de la nada,  en un acto  libérrimo de su santa voluntad. Así mismo, recoge la teoría platónica de las ideas, las cuales, en lugar de encontrarse en el “topos urano”, se alojan en la mente divina, pero, al igual que en el filósofo griego son modelos perfectos.

El alma

La relación del alma con Dios se manifiesta en el hecho que no es posible buscar a Dios, si no es dentro de la propia alma, Agustín expresa que, él mismo, buscó a Dos en todas partes, pero sólo lo encontró en su interior. “No es posible buscar a a Dios  si no es sumergiéndose en su propia interioridad, confesándose y reconociendo el verdadero ser propio: pero este reconocimiento es el mismo reconocimiento de Dios como verdad y trascendencia.” (Abbagnano, 1982)

En el capitulo 10 de las confesiones expresa: “La substancia viva y el alma, que no es susceptible de cambio, aún siendo de algún modo capaz de cambiar, es inmortal”

El Hombre

En la misma naturaleza del hombre está la posibilidad de buscar y amar a Dios, a diferencia de los animales que sólo sienten atracción por la vida carnal y los objetos sensibles, así mismo, si fuéramos árboles no podríamos amar a nada que tuviera movimiento y sensibilidad. Pero el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios, por lo que tenemos la posibilidad de volver a Él. La posibilidad de volver a Dios se debe a la triple forma de la naturaleza humana: “Yo soy, o conozco, yo quiero; soy en cuanto sé y quiero, sé que soy y quiero, ; quiero ser y saber” (confesiones, Xlll, 11). De aquí se desprenden las tres facultades  del alma humana: memoria, inteligencia y voluntad.

La misma estructura del alma humana hace posible la búsqueda de Dios, pero para encontrar a Dios debe morir el hombre viejo y nacer el hombre nuevo, debe renacer el hombre a la vida espiritual. La primera elección es aquella en la que decide recibir a Dios y su gracia. La causa del pecado es la renuncia a esta adhesión. El mal está en la soberbia, ya el pecado original tuvo su causa en apartarse de la gracia divina, por soberbia, ésta nos aparta del ser y nos ata a lo que tiene menos ser. «El hombre, al usar mal de su libertad, la perdió perdiéndose a sí mismo». Por lo tanto: ¿cómo pudo Dios en su perfección dotarnos del libre albedrío y, así, de una voluntad capaz de actuar mal?

La respuesta de Agustín a estas preguntas es que todo lo que Dios puso en nosotros es bueno y que, por ende, la fuente de toda maldad humana es la voluntad libre en cuanto que es capaz de optar por actuar de una manera contraria a nuestra naturaleza.

 

Bibliografía

Abbagnano, Nicolás. 1982. Historia de a Filosofía. Hora S.A..Barcelona. España

Barrera, Jorge, (2021), https://mediomundo.uy/contenido/4440/la-patristica-y-las-herejias-en-los-comienzos-del-cristianismo

Dhilthey, Wilhelm, (1951). Historia de la filosofía. Fondo de cultura económica. México.

Fernández, Clemente (1979). Los filósofos medievales. Selección de textos, Bac,  Madrid. España

Julián Marías (1958). Historia de la Filosofía. Revista de Occidente. Madrid

Le Senne, René (1973). Tratado de Moral General. Gredos. Madrid. España.

Russell, Bertrand, (1946). Historia de la filosofía Occidental. Austral. España.

Sertillanges A.-D. (1983). El cristianismo y las filosofías. Gredos. Madrid. España

Te puede interesar