Coyuntura y contexto

Columnas09 de abril de 2021 Por Víctor Alejandro Da Costa
En su nueva columna, el docente Víctor Da Costa analiza la transformación del rumbo económico y político a la interna de las sociedades y su impacto en las relaciones laborales.
Covid en argentina
Foto: EFE

No constituye novedad alguna el hecho del contexto actual y sus implicaciones directas. Tampoco que los procesos de globalización, resignificados y remodelados, en función a sus propios nuevos roles, y de la mano de la permisividad de los Estados como modo de lógica funcional, han contribuido fértilmente al desarrollo sustancial de una atmósfera propicia al incremento voraz de la idea de necesidad de cambio por el cambio mismo. Muchas veces, estas mudanzas se realizan sin estudios técnicos o valoraciones en profundidad. Por otra parte, por un lado, mecanismos como el sobrediagnóstico o la tendencia de inducción a la información fragmentaria, y por otro, la coyuntura ambiente moderna patrocina con éxito y favorece estas transformaciones silenciosas.

El capitalismo desarrollado que explica el mayor porcentaje del producto global total, da una vez más muestras de una crisis de larga exposición. Afianza una ruta que parece congregar sucesivos ajustes de intervención estatal para el salvamiento de la liquidez de las empresas, para su rescate financiero o su socorro paliativo. Alrededor de uno de cada ocho países del mundo gasta más en deuda que en servicios sociales, gasta más en deuda que en educación, salud y protección social juntas, según informe de UNICEF – Florencia/Nueva York - 1º de abril 2021. “Hoy en día, 1.420 millones de personas, incluidos 450 millones de niños, viven en áreas de alta o extremadamente alta vulnerabilidad al agua. Menos del 3 por ciento de los recursos hídricos del mundo es agua dulce y cada vez es más escasa” según Water Security for All; y esto representa, según datos también de UNICEF, que uno de cada cinco niños en el mundo carecen de agua suficiente para satisfacer sus necesidades básicas. Resulta que después de un año de pandemia mundial nos enfrentamos paulatinamente a un nuevo contexto con situaciones que profundizan las brechas; y en este ambiente la creciente y constante interrogante versa sobre que normalidad deberán enfrentar nuestros niños y jóvenes. “Los niños que viven en países con una elevada carga de la deuda, y donde los recursos para la protección social, la educación y la salud son limitados, carecen de posibilidades para salir de la pobreza y dejar atrás las privaciones”, dijo la Directora Ejecutiva de UNICEF, Henrietta Fore. “Los costes personales y públicos son enormes, y llevan a que los niños, sus comunidades y sus países tengan muy pocas esperanzas de lograr un desarrollo económico y social sostenible”. Y continúa con “la pandemia ha provocado una catástrofe educativo mundial que es necesario abordar desesperadamente para evitar que la generación de la COVID-19 se convierta en una generación perdida. Sin embargo, debido a la COVID-19 y a la carga de la deuda a la que se enfrentan estos países, ya estamos observando una contracción de los presupuestos para la educación en un momento en que los países necesitan invertir en la mejora de las escuelas y en los sistemas educativos”, afirmó Fore. El mismo informe antes mencionado también señala que “la respuesta mundial a la crisis de la deuda es demasiado tímida en comparación con la respuesta fiscal que se ha dado a la COVID-19 en todo el mundo. En la actualidad, la paralización de la deuda no abarca la deuda contraída con los acreedores comerciales, lo que deja a los países de ingresos medios cada vez más expuestos”.

De este ambiente complejo podemos definir una transformación en los rumbos económicos, políticos y sociales a la interna de las sociedades con fuerte impacto en las relaciones laborales que hasta ahora mantenían su dialogo propio. Esta época que nos pretende más atentos y sensibles a estos asuntos nos desafía también con relaciones sociales nuevas. Con la construcción ágil de nuevos sistemas para modelos experimentales, con cambios sociales vertiginosos, con experiencias intersubjetivas, valoraciones ético-estéticas, institucionalidades adaptadas y una emancipación del relato del discurso propio.

Estas variables imprimen una diferencia del contrato social “original” de las instituciones estatales, la resignificación por coyuntural que sea, lo implanta. La institucionalidad tradicional conocida como tal hasta ahora ve su modelo y su producto con, al menos, facetas diversas y sustanciadas variantes. Nuestro sistema educativo no rehúye a ello; por un lado encontramos la institución educativa y su contrato fundacional sustentado en los más ricos procesos históricos, y por otro el sistema educativo todo en el actual contexto del campo de la virtualidad, los sistemas mixtos y/o hasta la impensable presencialidad no obligatoria. Este conjunto de elementos coexistentes e interactuantes imprimen un dinamismo de reestructura y de conflicto permanente y constante. Estos nuevos desafíos nos interpelan continuamente y nos posicionan desde una óptica de entender la realidad para seguir construyendo.  

Dadas estas características es innegable que nuestra sociedad y nuestra institucionalidad deben poner en agenda temáticas acordes. La impostergable discusión sobre la reconversión laboral ágil es de vitalidad y el nuevo concepto de la las relaciones laborales en función a las necesidades formativas dinámicas de un mercado digital también.  Continuar avanzando en la incorporación de ejes transversales sustanciales como al abandono escolar temprano, políticas formativas para focalizarse en las zonas con menos oportunidades de desarrollo, los adultos que también tienen derecho a acceder a la educación y los estados deben promoverlo validando sus conocimientos adquiridos (sobre todo en las áreas técnicas derivadas de lo ocupacional-laboral), los procesos de revalidas y acreditación de la formación de otros países deberá también ser parte de los servicios de gobierno digital ágil facilitando oportunidades y disminuyendo las brechas, tender a sistemas educativos de carácter equitativo atendiendo a la territorialidad y la atención de formación superior en el interior, así como también diseñar e instalar programas de formación docente que expliquen cómo educar la igualdad de género.

La formación como instrumento práctico de la reflexión y a través de la crítica como unidad de acción, es probablemente de los mejores antídotos a la arbitrariedad y el despotismo. Basta concluir que, a lo largo de la historia moderna de la humanidad, la mayoría de las triacas contenían siempre, como ingrediente principal, a la educación; y parece ser que esta no será diferente. El Estado debe realizar campañas para promover la salud y la nutrición, desarrollar planes de emergencia para con la contaminación, la preservación de los ecosistemas nativos y los recursos hídricos sostenibles.  Continuar las intervenciones para la atención a las necesidades básicas como el agua, el saneamiento y la energía eléctrica universal; porque todo ello se puede, en efecto, desarrollar, enriquecer y fortalecer con las comunidades organizadas y la rica tradición de la educación pública de nuestro país seguro seguirá estando a la altura que la historia le demanda.

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