La zapatería del perilla o la prevacunación

Columnas 16 de febrero de 2021 Por José Preliasco
Esta historia la encontré en un antiguo cofre que guardaba en el ático de mi casa, al lado de un viejo calefón en desuso. Quizás tenga más de cuarenta años, parecía escrita con “lapicera fuente” y en realidad desconozco quien fue que la redactó. Se las dejo para ver si algún lector me ayuda a descubrir su origen.
cofre

Cierto día, estando desprovisto de un calzado adecuado -los últimos tenían más de quince años y si bien eran de buena calidad, sentían el paso de los años y las exiigencias sufridas- Eran de marca “Aquiles”,  Gerardo me los habá hecho “a medida”;  la capellada se encontraba bastante nueva, (eran de un buen cuero), pero,  la suela y el taco no podían disimular su antigüedad y evidenciaban “mi pie plano”.

Siempre trate de usar zapatos buenos, siguiendo los consejos de mi amigo  Juan Carlos, “los zapatos bien lustrados, un pañuelo de seda en el bolsillo y una buena dentadura, son el mejor pasaporte social”.

Llegado fin de mes, quien sabe por qué motivo, me encontré con un  excedente de la jubilación en la libreta de la caja de ahorro. Pensé, es ahora o nunca, y comencé a proyectar la compra de un nuevo par de zapatos. Teniendo en cuenta que por mi edad, quizás sea el último pensé en no escatimar esfuerzo ni gasto y comprarlos, no sólo de excelente calidad, sino también absolutamente de mi agrado, después de todo, no está mal a esta altura del partido, hacerme algún  gusto.

Justo por esos días, ¡vaya coincidencia! toda la prensa anunciaba la apertura de una nueva tienda de calzado, que ya había demostrado su nivel en la hermana República Argentina y que ahora íbamos a poder disfrutarla en Uruguay, no solo la gente bien, sino también la gente común.

Este comercio aseguraba que “vas a tener los mejores zapatos de tu vida” durante los proximos años, si me das la oportunidad de vestir tus pies.

La propaganda era convincente, una voz muy persuasiva, similar a la del locutor de radio carve,  decía:  si comprás en la zapateria “del Perilla”,  tus pies no tendrán ninguna molestia, porque zapatos que aprietan,  solo  demuestran desidia y poco apego.

En realidad mis zapatos me quedaban cómodos, pero...¿Quién se podía resistir a una propuesta tan elocuente?.

Con una conferencia de prensa en cadena de televisión y radio, publicidad en los periódicos ,y además,  “bombos y platillos”,  se anuncio que ya estaba todo dispuesto para la inauguración de este excepcional comercio. ¡Estamos preparados!, decia su eslogan. ¡Es ahora! Complementaba.

Llegado el tan ansiado día, concurrí, como tantos otros con la ilusión de poder calzarme como nunca antes lo había podido hacer.

El edificio de la zapatería tenía varios pisos y muchas secciones en cada planta; acorde con la categoría del emprendimiento.

Al entrar al local, pronto una amable señorita, que según me enteré después, había sido pasante en la intendencia de Colonia.  se me acercó con suma gentileza. Con voz dulce y seductora me preguntó ¿Qué deseaba?. Le contesté que venía a comprar un par de zapatos (Lo cual era obvio, pero no me salió otra respuesta). Me preguntó que talle, yo le contesté cuarenta o cuarenta y uno, la vendedora me explicó que los zapatos de ese talle se encontraban en el piso diez.

Una dificultad de último momento, responsabilidad no de esta empresa, sino de los antiguos administradores, según me explicaron en ese momento, impedía el uso del ascensor. Me pidieron educadamente disculpas y me informaron que debía ir por la escalera. Con los deseos que tenía de ser de los primeros clientes de esta prestigiosa tienda, poco me importó el esfuerzo y ascendí hasta el lugar señalado.

Llegado al piso diez, le expliqué al dependiente que venía a comprar un par de zapatos cuarenta o cuarenta y uno. -¡Ha venido al sitio adecuado! me dijo y a continuación me preguntó: - ¿Zapatos abrochados o mocasines?. Yo siempre tuve preferencia por los mocasines, al fin y al cabo no tengo que agacharme para atarlos y además, me parecen más cómodos. -Mocasines,  le dije muy convencido. Exteriorizando cierta decepción me contestó: - Lamentablemente, los mocasines están en el piso dos, por lo que se va a tener que molestar y bajar hasta la sección correspondiente. Bueno, los mejores zapatos de mi vida, bien valían el esfuerzo, sobre todo teniendo en cuenta que iba a tener que volver a bajar por la escalera, culpa de los anteriores administradores del edificio. Tomé coraje y ahora enfilé por la escalera hacia abajo, hasta llegar al piso dos.

Allí me atendió otra amable señorita, que según parece pertenecía a una ONG, ya que para equilibrar el presupuesto, “Perilla” había decidido tercerizar esta sección. La pregunta recurrente no se hizo esperar:- ¿Qué desea?, me preguntó sonriente la dama. Necesito un par de zapatos número cuarenta o cuarenta y uno, mocasines sin cordones. - Muy bien, me dijo, mientras escudriñaba un catálogo, para inmediatamente lanzarme una nueva pregunta: ¿Suela de cuero o sintética? A pesar de ese sonido que produce dentera cuando quedan algunos granos de arena en la parte inferior del calzado, los prefiero de “suela”, son mas frescos y no me hace transpirar los pies. Por supuesto que todo eso lo decía para mis adentros. A la vendedora le dije simplemente: - Prefiero suela de cuero. ¡Cómo no!, en el catálogo nos figuran mocasines número cuarenta o cuarenta y uno, sin cordones y con suela de cuero, me mostró la foto, eran en realidad preciosos, ya me imaginaba siendo la envidia de todos en la cola de la jubilación.

Pero, lamentablemente ese producto, según me señala el libro, está en el piso nueve, le pido disculpas, pero, se va a tener que molestar y para peor ...- si ya se, le contesté,  los anteriores administradores dejaron el ascensor sin funcionamiento. Ella asintió con la cabeza. Tendría que volver a subir, pero el premio bien valía el esfuerzo, Subí ya con paso cansino, allí  encontré otro vendedor, que según me enteré después, era un coronel retirado, de unos cuarenta y cinco años, con una historia algo oscura, pero, que ahora estaba al servicio de esta moderna empresa. Me hablo con cierta sequedad- ¿que andaba buscando? Me dijo, le contesté con el mismo tono, porque  ya estaba empezando a cansarme. -Vengo a buscar un par de zapatos cuarenta o cuarenta y uno, mocasines, sin cordones con suela de cuero. Me interrogó nuevamente: ¿De qué color?. Siempre he pensado que los zapatos negros se prestan para todas las circunstancias, por lo tanto: - le dije : -Negros. El caballero me replicó: zapatos negros, piso tres. Estaba a punto de estallar, pero no me pareció el lugar más adecuado, me contuve y volví a bajar por la escalera, sin realizar ningún comentario. Llegué al piso tres, las paredes lucían cuadros muy hermosos con diferentes modelos de zapatos, las estanterías con cajones de pinotea y de cedro, todos cerrados.

Allí me atendería una persona, de mediana edad que estaba perdiendo el cabello, pero lo disimulaba con un extraño peinado. Tiempo después me enteraría que era el dueño del comercio. -¿Qué desea? me preguntó amablemente: Le dije -vengo a comprar un par de zapatos número cuarenta o cuarenta y uno, tipo mocasines sin cordones, suela de cuero, color negro.  El vendedor con una sonrisa extraña me contestó: -Para ser sincero, zapatos todavía no tenemos, pero.¡no podrá negar que nuestra organización es perfecta!

José Preliasco

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