Genocidio rampante en Gaza… a la vista del público

La muy larga y detallada reflexión del intelectual indio Pankaj Mishra me despierta ciertas interrogantes, más allá de los muchos aciertos que festonan su abordaje. La matriz no europea del planteo brota, afortunadamente, por todas partes, cuando ya resulta prístina la crisis de la pretensiòn Europa centro del mundo.

Columnas01/05/2024 Luis E. Sabini Fernández
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Pero es justamente a la luz de una reflexión que procura superar todo eurocentrismo, como lo han hecho con tanta enjundia otros autores indios como Winin Pereira, Vandana Shiva, Arundhati Roy,  que me llama la atención la confianza que Mishra otorga a ciertas verdades reveladas del mundo occidental.

La oscilación entre formidables observaciones sobre el pensamiento dominante (europeo) y sus parti pris para referirse a otras manifestaciones de ese mismo eurocentrismo es lo que llama, penosamente, la atención.

Espigo algunas de sus jugosas observaciones: nos recuerda que en 1982, cuando Israel arrasa a El Líbano y a los núcleos de resistencia palestinos allí asentados –un operativo que mereció la repulsa de, por ejemplo Jacobo Timerman, preso de la dictadura argentina de 1976, finalmente expulsado de Argentina y recibido con honores por Israel, quien inicia entonces un segundo exilio, repudiando a sus “protectores”− y el presidente estadounidense Ronald Reagan acusa a Israel de ejercer un genocidio en El Líbano ordenando su (tardío, deliberadamente tardío) final, otro senador norteamericano más realista que el rey opinó que tendría que haberse atacado (todavía) más, aunque eso significara matar mujeres y niños. Entonces, Menagem Begin le aclara al entusiasta senador (de daños ajenos), que “según nuestros valores, está prohibido herir a mujeres y niños, incluso en la guerra”. Bueno recordarlo hoy en la Franja de Gaza (FdG), ante las matanzas masivas y deliberadas del “ejército más moral del mundo”, aunque el alegato de Begin sea apenas el taparrabos ideológico que el vicio concede a la virtud.        

Nuestro autor acierta con el delicado y eludido asunto racial del color… de piel. Nos dice que buena parte del conflicto que se juega en Palestina/Israel es racial: “Las respuestas para muchas personas en todo el mundo no pueden dejar de estar contaminadas por una amargura racial latente desde hace mucho tiempo. Palestina, como señaló George Orwell en 1945, es una ‘cuestión de color’, y así lo vio inevitablemente Gandhi, quien suplicó a los líderes sionistas que no recurrieran al terrorismo contra los árabes … Lo que William E. Burghardt Du Bois llamó el problema central de la política internacional –la ‘línea de color’– motivó a Nelson Mandela cuando dijo que la liberación de Sudáfrica del apartheid es ‘incompleta sin la libertad de los palestinos’.”

Mishra no acepta incluso que se hayan lateralizado y dejado a un lado los “numerosos holocaustos tardíos [sic] victorianos en Asia y África”. Algo que percibimos apenas miremos un mapa con densidades humanas; hay continentes históricamente despoblados, como el africano: en Angola, por ejemplo, un enorme territorio de un millón y cuarto de km2, se estima que había unos 18 millones de habitantes en el s XV; pasadas las “visitas” de esclavistas, a mediados del s XIX se estimaba su población en 8 millones.

En el penosísimo tema de genocidios, Mishra navega con algunos aciertos. Sin embargo, ya el título podría darnos una pista peculiar, al establecer el arco (¿de lo posible?) entre la Shoá  y Gaza.

Mishra nos dice que “los recuerdos del sufrimiento judío a manos de los nazis son la base sobre la que se ha construido la mayoría de las descripciones de ideología y atrocidad extremas, y la mayoría de las demandas de reconocimiento y reparación.” Y remata: “a falta de algo más eficaz, la Shoah sigue siendo indispensable como estándar para medir la salud política y moral de las sociedades.”

¿Acaso, el colonialismo europeo, diezmando y/o exterminando poblaciones africanas, mutilando congoleños, extrayendo mano de obra esclava durante siglos del África para las Américas, no constituyó formas de genocidio atrozmente memorables, tanto como los registrados genocidios de la Turquía imperial contra armenios o de la Alemania nazi contra judíos?


Tomar a la Shoá para erigirlo como referencia requiere pasar por alto las motivaciones por las que se logró posicionar a la Shoá como el non plus ultra de la maldad.

Caben algunas precisiones metodológicas con ese posicionamiento. Atendiendo la calidad racional, crítica de la investigación histórica y sus avances, no es adecuado abordar la historia como un fait accompli. La historia no necesita ni tolera sacerdotes o inspectores que vayan proclamando verdad o falsedad. Esa posibilidad le queda a las religiones, a las diversas fés. El llamado holocausto nazi de comienzos de la década del ’40 tiene tales vestales. Los últimos, en Yad Vashem, la institución, israelí, que custodia las presuntas  verdades en ese campo. Por decisión de sus miembros se ha demandado judicialmente a “negacionistas”, que han sido encarcelados; historiadores incluidos; historiadores de calidad profesional probada, según comentarios de prensa no partidaria ni pronazi. Yad Vashem puede tranquilizar algunas almas, pero inquieta otras, de  buscadores de verdades históricas.

Un docente, investigador e historiador, Norman Finkelstein, él mismo judío y no sólo judío sino con mucha de su estirpe asesinada en campos nazis de concentración, define así “la industria del holocausto” en su libro homónimo: “Este libro es tanto una anatomía como una denuncia de la industria del holocausto nazi. Como todas las ideologías tiene una conexión, aunque tenue, con la realidad. El Holocausto es una construcción, no arbitraria sino intrínsecamente coherente.”

Si un investigador de los quilates de Finkelstein le atribuye tan bajo grado de veracidad o confiabilidad a la versión del holocausto “oficial”, en buena medida forjada desde Hollywood, ¿cómo puede nuestro analista asiático, Pankaj Mishra,  articular su reflexión sobre el horror en Gaza tomando como base o fuente de análisis la Shoá y toda su parafernalia institucional? El mismo Mishra  es perfectamente consciente de muchos de tales manejos, que explicita: “Por qué los políticos y periodistas occidentales han seguido presentando a decenas de miles de palestinos muertos y mutilados como daños colaterales en una guerra de autodefensa impuesta al ejército más moral del mundo?”

Una buena pregunta que da la dimensión de la sumisión psíquica y moral del periodismo de masas a ‘la voz del amo’. ¿Nadie advierte que es monstruoso matar a mansalva? Claro que lo advertirían y lo denunciarían. Si tienen permiso. Si no se trata de “judíos”. Entonces, la cobardía intelectual, la comodidad profesional y otros intereses de baja calaña se hacen prioritarios.

Para basar su punto de vista, Mishra afirma: “Que el régimen nazi de Alemania y sus colaboradores europeos habían asesinado a seis millones de judíos era ampliamente conocido después de 1945.” No es algo menudo lo que da Mishra por sabido.

Un apunte sobre lo de “los 6 millones”. Un guarismo que parece gozar de cierta permanencia. Me ha impresionado el rastreo llevado a cabo por Thomas Dalton registrando una ristra de noticias en que los judíos amenazados, hambreados, son “6 millones”.

“El activista Stephen Wise dijo en 1900: ”Hay 6 millones de vivientes, sangrantes, sufrientes argumentos a favor del sionismo.” (NYT, 11 jun, p.7). [Ésta y las referencias siguientes provienen del trabajo de Dalton]. “En 1901, el Chicago Daily Tribune informó de la condición ya sin esperanza de 6 millones de judíos en  Rusia (22 dic. p. 13).” “En 1905, los sionistas empezaron a preocuparse de que ‘Rusia, con sus 6 millones de judíos’ no estaba promoviendo la emigración (29 ene, p. 2).”

Dalton presenta reproducción facsimilar del NYT (18 sept. 1919, p. 6) en que “judíos ucranianos tratan de parar progromos” ante noticias de que “127 mil judíos han sido matados y 6 millones están en peligro”. Y en la edición del Chicago Tribune Co. del 20 jul. 1921, se ruega en titular: “America [EE.UU.]: salve 6 millones en Rusia.” Y la nota continúa: “Masacres amenazan a los 6 millones de judíos, a medida que decae el poder soviético. […] Copyright 1921, de The Chicago Tribune Co. Berlín, 10 de julio. “Los 6 millones de judíos de Rusia enfrentan el exterminio mediante matanzas. A medida que la hambruna se extiende, el movimiento contrarrevolucionario está ganando terreno y el control soviético está desdibujándose […].”

Llama la atención la recurrencia al guarismo 6 millones (¿algo numerológico?) en tan diversas circunstancias, aunque todas de carácter catastrófico. Los judíos entonces habían tenido que soportar numerosos progromos en lo que resultó el tramo final del zarismo (progromos y atentados jugaron entonces un duelo mortal).

Las dimensiones cuantitativas de una política genocida no altera necesariamente el fenómeno que tratamos de desentrañar. Y ningún genocidio desaparece solo porque en lugar de millones se pueda hablar de miles, aunque “las diferencias de grado” puedan resultar relevantes.

No resulta el caso de la persecución nazi a judíos: el rabino, ya citado, Stephen Wise, le envía una carta a Franklin D. Roosevelt, diciembre 1942, con una noticia que había estado reservando durante casi 3 meses esperando confirmación, acerca de la industrialización de la matanza de judíos, y registra hasta entonces “unos dos millones de judíos civiles” matados.

Más allá de los datos cuantitativos, me resulta más significativo acercarnos a la política nazi ante la cuestión judía y advertir que al menos hasta 1936 (desde su inicio, 1919 o desde la toma de gobierno, 1933) fue la de separación, divorcio de la comunidad alemana y la judía. En ese período −cuando ya en 1933, 1934, el gobierno nazi había puesto fuera de la ley e internado en campos de concentración a comunistas, socialistas, anarcosindicalistas, judíos y hasta cristianos− quedaron legales únicamente dos organizaciones políticas en la Alemania nazi: el Partido Nacional-Socialista Alemán de los Trabajadores y la Federación Sionista Alemana, ésta última difundiendo su política de colonización en Palestina. Nazis y sionistas estaban de acuerdo… en separarse, temiéndose, repugnándose mutuamente.

A esos efectos, a mediados de la década del ’30 los nazis promovieron la operación Ha’avara con aceptación (¿voluntaria, forzosa, a medias?) de los dueños judíos de capital: el Tercer Reich secuestraba sus fortunas al abandonar el país camino de Palestina y se las trocaba en productos alemanes exportables, convirtiendo así a los sionistas en “agentes de venta” en el mercado árabe del Cercano Oriente. Los nazis promovían así la “colonización” (tan europea) sionista de Palestina y se nutrían triplemente: sacándose de encima a los sionistas (los judíos no sionistas ya estaban siendo reprimidos) exportando producción alemana y antes, recordemos, confiscando capitales de futuros emigrantes.

Por estas consideraciones, prefiero  la cautela de Finkelstein ante “el holocausto” –que por cierto existió− porque despoja al “Holocausto” el carácter de genocidio mayor o de primera magnitud o referencial, que Mishra le otorga.

Resulta sobrecogedor conocer que quienes han vivido un genocidio como víctimas puedan transfigurarse en genocidas ellos mismos. Mishra cita el testimonio de Aleksandar Tišma, serbio judío, que repudia a ‘judíos antiguos presos que se paraban en torretas con banderas ondeando’, −Líbano, 1982− cruzando “a través de asentamientos indefensos, a través de carne humana, desgarrándolas con balas de ametralladoras, acorralando a los sobrevivientes en campos cercados con alambres de púas.”

Tengo a mi vez el recuerdo de un viejo amigo, nonagenario, judío, que participó de la Nakba y que, como joven combatiente judío terminó matando a campesinos palestinos que habían sido expulsados bruscamente de sus tierras y cultivos y que habían logrado reubicarse cerca de su terruño. A la noche, esos palestinos recién desalojados, subrepticiamente volvían a sus tierras para seguir atendiéndolas, como lo habían hecho siempre, con sus aperos. Lo que hacían jóvenes sionistas como mi amigo, −la nueva policía del país− era jugar al blanco… con ellos. Matándolos festivamente, sin riesgo, como parte de “la conquista de la tierra”. Pero, ¿de quién era la tierra, entonces? El recuerdo ahora, lo persigue cada día.

Volviendo a Mishra: no se trata de medir o ponderar el genocidio que hoy lleva a cabo el sionismo israelí y todos sus aliados y subalternos  con la Shoá ni con ningún otro genocidio, como el ruandés. Se trata de asuntos demasiado graves para tratarlos comparativamente.

Hay que afrontar éste, por sí mismo. Y preguntarse cómo prosigue el “No pasa nada”. Y tener en cuenta que esta inacción, esta parálisis, no es un hecho aislado, único.

Porque hemos soportado, como sociedad moderna, hipertecnologizada, la invasión de plásticos bajo el soborno de la comodidad y tenemos ahora microplásticos (porque es un material no biodegradable, pero rompible, que, erosión mediante, alcanza dimensiones de microplásticos −que hace que el estúpido lo “vea” desaparecido−) y está ahora en la leche materna humana y no sabemos en qué orígenes tumorales estará presente en todo “el reino animal”.

Y hemos aceptado sin consideración alguna la sustitución de la medicina hipocrática con sus ignorancias por la medicina de los emporios farmacéuticos con sus intereses.

Volvamos al genocidio que nos ocupaba. Recordemos la definición de Chalk y Jonassohn: "Genocidio es una forma de asesinato en masa de un solo lado, en el cual el estado u otro tipo de autoridad intenta destruir un grupo definido por el perpetrador."

Y el que lleva a cabo el estado israelí abre un nuevo cariz social, sin precedentes: es el genocidio más cercano a nuestras vidas cotidianas; la de la humanidad en general, ya sea porque  recibimos imágenes u oímos acerca de ello. Su proyección cultural es ominosa si se le tolera, si psíquicamente no sabemos resistir y rechazar.

Pero no somos individuos aquí los decisivos cuando advertimos el “No pasa nada” ante la impunidad; nos referimos a los elencos que deciden nuestras vidas diariamente, donde no contamos la inmensa mayoría: ¿seguirá el No pasa nada?

En nuestra derrota va nuestro presente, pero también nuestro futuro.

¿Seguirá el No pasa nada?

¿O las quillas de las naves de la flota solidaria con Gaza surcarán los mares? □

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