Uruguay: tierra de promisión, ¿pero de quién?

Columnas 12 de enero de 2024 Por Luis E. Sabini Fernández
Uruguay soporta una ristra temible de dificultades (junto a una lista de factores de buena factura que a menudo permite, al menos a parte interesada, eludir las primeras).
montevideo

Sin agotar, ni remotamente, aquéllas, una nómina apenas parcial y sin jerarquizar:

□ fragilidad demostrada en el suministro de agua potable; su abundancia y sobre todo su calidad nos ha abandonado como seña de identidad;

□ contaminación de campos por una política agraria que desatiende los agrotóxicos en su condición de venenos y únicamente atiende a su condición de solucionadores de aspectos parciales (p. ej., liquidando plagas o insectos competidores);

□ aumento del endeudamiento público;

□ aumento de mortalidad anual con tasas inaceptables por su envergadura inexplicada, aunque claramente iniciada con la vacunacion del covid;

□ aumento del consumo de drogas –y su correlato inevitable; el narcotráfico− con el trastorno social que implica;

□ aumento de las tasas de homicidios (que parece estar íntimamente ligado al asunto anterior);

□ política de entrega de funciones propias del país a grandes consorcios transnacionales más bien ajenos al país (manejo del puerto principal durante doce períodos presidenciales, doce, desde no se sabe dónde), planes de enseñanza a nuestros menores cedidos a empresas que, como las pasteras, quieren reconfeccionar el país a su servicio;

□ rendición incondicional al dominio de los materiales plásticos, por ejemplo en el rubro envases cuando está totalmente demostrado que los envases de vidrio son inertes y los del plástico, en cambio “migran” (en criollo, son venenosos). Triste título: Uruguay - país sin una planta elaboradora de vidrio; 

□ aumento de la obesidad y su significado subyacente; que comemos comida de inspiración estadounidense (aunque ni nos demos cuenta; por ejemplo, exceso de dulces, exceso de grasas, exceso de alimentos refinados, acompañar comida con coca-cola);

□ aumento de nuestra disonancia cognitiva: creemos saber algo que en rigor no sabemos. Por ejemplo, es habitual que automovilistas no señalen giro antes de doblar, una verdadera expresión de autismo: o que conductores de camiones o autos detengan sus vehículos, para una descarga, para un intercambio y dejen el motor en marcha. Diez minutos, veinte minutos, media hora. Si contaminar el aire con gases de la combustión es lo que solemos llamar “un mal necesario”, para viajar, para ir con el auto a un sitio donde ir a pie o en ómnibus se presenta difícil, ¿cómo denominar el contaminar gratuitamente? En nuestro país, eso, esa pregunta, no existe. ¿Hablará de  nuestra tan  invocada modernidad, de nuestra cabecita preindustrial o de nuestra ignorancia radical del cuidado ambiental?

□ muchas de nuestras ciudades están francamente sucias y el punto no son los servicios municipales o su carencia sino las conductas individuales. Las veredas permanecen con todo el baldoserío roto (haciéndose peligroso caminar por ella, sobre todo de noche y para ancianos). No me refiero a zonas con hogares modestos, sino a barrios ricos, con mansiones que no deben tener ni un baldosín roto desde la verja que separa su sagrada propiedad privada de la vereda del común, y la vereda, sí, deshecha.  El estado: ausente.

□ si la  cuestión de los desechos –desde los domiciliarios a los industriales y públicos− está a años luz de su resolución o por lo menos de un cierto encare responsable (en buena medida, porque nuestra sociedad moderna y contemporánea es una enorme generadora de desechos irreciclables), ¿por qué seguimos haciéndonos gárgaras sobre nuestro “desarrollo sostenible y responsable, sintiéndonos “a la vanguardia tecnológica y civilizatoria”?

Interrumpo un listado que es muchísimo más largo.

Mi hipótesis es que nuestra sociedad ha soportado demasiados elogios, muchos inmerecidos, que provienen, en rigor, de una geopolítica imperial. En primer  lugar, desde EE.UU. y ampliadamente, desde el Reino Unido e Israel; que son las estructuras de poder mundializado que mayor provecho sacan de la hiperglobalización, la hipertecnologización y varias otras exaltaciones sistémicas.

Uruguay tiene algunos rasgos que lo hacen candidato: en un mundo diseñado por el colonialismo (más o menos ex) nuestro país es el más blanco, y por lo tanto “europeo”, de Sudamérica (aunque seguido de cerca, en ese orden, por Argentina y Chile).

EE.UU. tiene una serie de “entes testigos” de la “actividad democrática modelo”, como Costa Rica en América Central, y justamente, nosotros, en la del Sur. Como ha sido Suiza o Noruega en Europa; Sierra Leona o Liberia en África, o Singapur y Taiwán en Asia.

Y nuestro país recibe metódicamente semblanzas, notas, artículos exaltando nuestras “virtudes”. Que tenemos. Pero que en esas descripciones ni existen o en todo caso sobrevienen en marcos conceptuales que, en rigor, no se refieren a nosotros; tampoco se visualizan los defectos que también tenemos. Y una mirada autoindulgente es siempre tentadora. Por ejemplo, se señala que tenemos partidos políticos estables, y por lo tanto confiables; una conclusión que no se desprende de la premisa, pues pasa por alto cómo los partidos existentes, al menos los mayores, se han ido adaptando al régimen político-cultural dominante, al dominio incontestado de las corporaciones transnacionales, en suma.

Y no solo semblanzas favorables suministradas mediáticamente en dosis; también “premios” como que Uruguay es el único país sudamericano que no necesita visa para ingresar al Gran Hermano. Es una comodidad, sin duda; y para muchos, un reconocimiento a nuestra calidad jurídica; hasta ese extremo puede llegar la condición de idiota (en  su sentido etimológico, en griego; quien no atiende ni le preocupa su condición política).

Analógamente, los elogios a “grados inversores”; a la seguridad democrática, más mitológica que histórica (puesto que hubo tres interrupciones, vulgo golpes de estado, durante el s  xx: 1933, 1942, 1973), suenan más bien a piropos (claro que comparado con el estilo políitico centro- y sudamericano tenemos que decir que ‘en tierra de ciegos el tuerto es rey’).

Lo que sí tiene Uruguay, lamentablemente, es la menor superficie natural de todos los países americanos. Uruguay tiene el 1% de tales superficies y el penúltimo en escasez de tales tierras, en el continente, tiene un 10%. Y de ahí en más.

Tenemos una historia específica, para nada intercambiable con la de algún otro estado. Producto de geopolíticas imperiales del s xix, con sucesivas conquistas de tierra primero españolas, luego portuguesas y sucesivamente, argentinas, brasileñas y bajo la presión de los ingleses, desgajados del virreinato platense.

El papel de los centros políticos regionales; el de origen hispano, Buenos Aires, y el de origen portugués, Río de Enero, y sus disputas, nos arrojó fuera de las formaciones políticas mayores; las que iban a resultar Argentina y Brasil. Gajos “problemáticos” como el Paraguay y la Banda Oriental (ambos sucesiva y alternadamente “amputados” de algunas de sus partes, mediante cirugía mayor o menor).

Esos procesos de configuración territorial responden casi exclusivamente al siglo xix. En el siglo xx sobrevienen otros alineamientos geopolíticos ahora al amparo de  soberanías formalmente vigentes. Uruguay se va ubicando en la órbita de EE.UU. Con el impulso estadounidense de la Doctrina Monroe (1823), pero también con pensamiento propio, como el del batllismo, que hace desde principios del s xx  causa común con “la gran democracia americana” para combatir o enfrentar cualquier tutela europea. Ideólogos batllistas no ven ninguna relación desigual entre los países de origen español, pulverizados en términos de soberanía, y la gran formación política norteamericana.

La confluencia ideológica entre monroísmo y battlismo está hoy en día soslayada, pero ha sido históricamente relevante para nuestro país. Explica, por ejemplo, la presencia de referentes de primer orden del batllismo, como Alberto Guani, apoyando la Declaración que extendíera el canciller británico Arthur Balfour en 1917 a favor de Lionel Walter Rothschild, banquero referente de la añeja y sólida colonia judía dentro del British Empire.

¿De dónde viene esta aquiescencia hacia el presunto primus inter pares que los demócratas de países subalternos, periféricos, coloniales más o menos ex, imaginan es la relación que une a los países mal llamados latinoamericanos con EE.UU.?

Hay un cierto parecido fundacional con la ocupación europea del  “Nuevo Continente”.

Los europeos ibéricos llegados a América se sintieron con derecho a apropiarse de las condiciones de vida de los naturales de Abya Yala y de sus vidas mismas. Esclavizándolos primero y luego, destrozando a las sociedades amerindias, exterminando varones indios y amancebando mujeres.

Pero también son relevantes las diferencias: los  europeos anglos y noreuropeos también se sintieron con derechos a apropiarse de la tierra nueva, a costa, obviamente, de los pobladores que allí se encontraban, pero esta inmigración/invasión provenía de un marco ideológico distinto al latino del sur europeo: eran protestantes, cruzaron el Atlántico con sus mujeres y tenían una versión tan excelente de sí mismos y de su credo que buscaron la desaparición radical y total de los originarios (que incluso los ayudaran a sobrevivir los primeros inviernos). Para lo cual seguramente se basaron más en textos genocidas del Antiguo Testamento que en los mucho más fraternos del Nuevo al que supuestamente adherían.

No se plantearon siquiera un aprovechamiento sexual (más allá de encuentros aislados como el de la adolescente Pocahontas con el inglesito que apenas pudo convivir con ella).

Pocahontas fue la excepciòn. El exterminio fue la norma. Como de gente piadosa se trataba, encontraron un buen motivo, altamente moral: estas etnias; comanches, pies negros, osage, delawares, mohicanos, navajos, hurones, están cansadas, agotadas, enfrentando su extinción, por agotamiento. −Nada podemos hacer nosotros, recién llegados con la Biblia en ristre. Salvo precipitar lo que ya “está escrito”, puesto que nosotros con el Libro en la mano, somos, tenemos que resultar, sus herederos.

Pese a lecciones de filosofía y ética formidables, como las que recibiera al presidente estadounidense Franklin Pierce del cacique de la etnia suwamish Seattle (1855).

Y la pregunta bate fuertemente en nuestros oídos: ¿cómo se constituye una sociedad nueva con el bautismo del exterminio de quienes habitaban antes esos mismos territorios? Cuántos grados de mala fe y subterfugios agrupará esa nueva conciencia que apenas se está instalando? ¿Cómo se constituye una nueva idiosincrasia en consonancia con el nuevo hábitat encontrado, mejor dicho conquistado; ¿qué son los nuevos habitantes que han  desplazado parcial o totalmente a quienes allí vivían, que ahora devienen dominados, exterminados?

No parece un tejido social balsámico, regenerador. Más bien el almácigo de muchas tensiones y violencias.

Las que tenemos. Las que sufrimos.

En EE.UU. en los últimas décadas, tal vez después del gran sacudón de los 58 mil muertos en Vietnam (estadounidenses, porque los muertos vietnamitas se estimaron en dos millones, es decir 40 veces más….), se ha ido configurando en cierto sentido, una nueva mentalidad, no sé si autocrítica, pero al menos más cauta respecto del anterior intervencionismo y consiguientes despotismos.

Pero aun así, los dirigentes estadounidenses, sin mayores diferenciaciones partidarias, siguieron produciendo guerra en el planeta, en sus más diversos rincones, ya sea motu proprio o actuando al servicio del lobby sionista que tiene enorme control sobre el gobierno y la seguridad de EE.UU. Revelando así el negocio −principal− de la guerra. El revés vietnamita no barrió la ideología militarista, en todo caso, parece haber modificado la táctica guerrera; ahora EE.UU. procura evitar estar en la primera línea, pero las guerras (siempre por lo mismo; las materias primas) continúan: Irak, Siria, Libia, Sudán, Yemen y, con una carga de ideología salvacionista, cada vez más necrofílica, en  Palestina.

Volvamos a nuestro país. Como penosa prueba de nuestra sumisiòn internacional, el gobierno de la Plaza Independencia anuló la compra de lanchas guardacostas chinas. El asesoramiento para tal decisión  provino de EE.UU. Un buen ejemplo de esa política de elogiar a nuestro país; los elogios del general Cornish.

Uruguay, en su red de relaciones preferenciales con EE.UU. fue invitado a operar como depósito, toilette, dormitorio y cocina de los destacamentos militares estadounidenses que necesitan vituallas en la región. Satelización militar –un viejo sueño de militares norteamericanos; convertir al Uruguay en Guantánamo platense−.

Y el mundo sigue andando. Pasamos de 2023 a 2024. Nuestras autoridades ni siquiera advierten que una matanza de miles de seres humanos mediante bombardeos a zonas urbanas, está operando con total impunidad e impudicia, desde hace ya tres meses. Desde hace mucho no se hacían estos asesinatos en masa con total normalidad y silencio del impasible concierto mediático.

Nos referimos, obviamente, a la cuestión palestina. A lo sumo, interesan los datos de la violencia ejercida por Hamas (deshistorizando casi un siglo de represión y muerte ejercida por el sionismo y reacciones ocasionalmente violentas, casi siempre desesperadas, de palestinos); los medios de incomunicación de masas registran sí, dos soldados israelíes matados, otro civil israelí muerto,  pero no aparecen los datos de todos los muertos –miles de palestinos− aplastados vivos con los bombardeos o rescatados, en general ya muertos, de entre los escombros de las edificaciones derribadas; mujeres, viejos, hombres, bebes… esto último no aparece, por lo tanto no interesa, por lo tanto no existe. Mediáticamente. □

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