El día más largo

Esta carta-relato fue escrita por “El Pelado Salo”, periodista deportivo del diario El Popular a pedido de William Marino. Este Periodista se exilio en Israel. Ya fue publicada en el periódico mensual Tiempo de Cambio, en julio del 2010. Hoy con motivo del acto por los 50 años de la huelga general, el viernes 7 de julio, “a las 5 en punto de la tarde”, se realizará un acto en Rio Branco y 18 de julio, lugar donde se encontraba la redacción del diario El Popular. Ese día, el de la manifestación, 9 de julio el fascismo asalto, apaleo, torturo física y mentalmente a mas de 150 trabajadores. Por eso este año los esperamos el 7 “a las 5 en punto de la tarde”

Columnas07/07/2023 William Marino
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El día más largo

Por: “El Pelado Salo” / Levin Shlomo

Tiempo de Cambio – Julio de 2010


Me desperté y estaba en casa durmiendo. Me parecía raro ya que hacia muchas noches que no lo hacía en mi cama. Bajé y encontré a Oribe, un compañero con el estaba junto ya hace varios días. Nuestro trabajo era recorrer las fábricas de la zona del Cerrito de la Victoria. Conversábamos con los obreros, escuchábamos sus experiencias, vivíamos su alegría y les dábamos nuestra solidaridad para que siguieran firmes en la lucha. Era una vivencia sensacional. Obreros y obreras que no tenían nada en sus casas, estaban convencidos de que estábamos cerca. A un solo paso de poder cambiar ese régimen, que los ofendía, humillaba y en muchos casos los encarcelaba por millares.

Me senté a desayunar, con Mirta y los varones, y cambiábamos impresiones. Ese día iba a haber una manifestación de protesta, que no se había publicitado, y pensábamos cuanta gente podía llegar a la misma. Junto con Oribe largábamos cifras. No nos imaginamos, esa mañana, de la cantidad que llegaría. Almorzamos y junto con Oribe viajamos a la redacción del diario. Allí nos reunimos, cambiamos ideas, cada uno de sus lugares de visita. Se hablaba de lo positivo que había sido el dialogo con obreros, e incluso hubo cuentos de los diálogos entre los oficiales del ejército que habían rodeados grandes fábricas, con los trabajadores dentro. En un ambiente de euforia salimos a la calle. Ni en los pensamientos más optimistas se podía calcular ese río humano que venía de toda la ciudad a 18 de Julio. La avenida se lleno. La gente entonaba el himno haciendo énfasis en la frase “Tiranos temblad”. LAS FUERZAS DE REPRESION SE ENLOQUECIERON. Sacaron tanques a la calle. Todos los elementos de la policía estaban presentes, guardia republicana con sus caballos, la metropolitana portando metrallas y los “tiras” policías de particular pululaban entre el gentío. Comenzó la estampida cuando se comenzaron a lanzar gases lacrimógenos. La gente no encontraba salidas. Las paraleles a la céntrica avenida estaban cercadas por los coraceros. Los amontonamientos en las galerías eran una trampa. Los que estaban dentro de las mismas se ahogaban por los gases y se atropellaban para tratar de salir.

Yo pude llegar a la calle San José y de allí a la esquina de Río Branco, en el bar. En la primera oportunidad que tuve llegue corriendo a la entrada de los talleres del diario. Subí a la redacción y estábamos casi todos. Recuerdo que había algunos compañeros que no pertenecían al mismo, y nuestra mayor preocupación era tratar de que salgan en paz. La otra grave preocupación era Aurelio, el fotógrafo. Los “milicos” se la tenían jurada al “gallego” (a pesar de que era andaluz así lo llamábamos).  De alguna manera, por las cornisas y los techos vecinos el ‘gallego” desapareció del lugar.

Sentimos gritos y sirenas. Nos asomamos al balcón y vimos a la policía, completamente fuera de sí, golpeando a diestra y siniestra, efectuando detenciones. Nosotros, inocentes, creímos que se iba a respetar la presunta inmunidad del diario. Algunos compañeros, más realistas, comenzaron a destruir todas las libretas de direcciones y teléfonos que tenían. Era una carrera contra el tiempo. Con un tanque arrancaron la puerta del diario. Entonces comprendimos que iba en serio. Recibimos una lluvia de bombas de gases lacrimógenos. Las explosiones y los ruidos de los vidrios rotos nos rodeamos. En una actuación ejemplar, fuera de toda lógica y de instinto de conservación, cada uno de nosotros, taller y redacción, permanecimos en nuestros lugares de trabajo. Cada uno en su sección, como que afuera no estuviera pasando nada.  

*EL EJÉRCITO DENTRO

En forma repentina vimos entrar soldados, como fantasmas extraterrestres, con sus fusiles y mascaras antigases entrando a través de los vidrios de la redacción respiración agitada y sus gritos sonaban como voces de ultratumba. Nos pusimos todos de pie con los brazos alzados. Pareando y arrasando todo lo que encontraba a su paso, nos ordenaron, a punta de fusil acostarnos en el piso y con las manos detrás de la nuca y las piernas abiertas. El que no estaba en la posición que ellos creían conveniente era pateado en forma violenta. Sonó un tiro (luego supimos que les había escapado), yo presentí que era el final. Repentinamente me sentí calmo, tranquilo y como que no era yo el que estaba acostado allí y a punto, así lo imaginé, de ser ejecutado. (Siempre pensé que nos salvamos porque éramos muchos y hubiera sido una masacre que no sé porque no quisieron cometer en ese momento). Mentalmente me comencé a despedir de la familia. De los chicos, Mirta y mi padre. Veía claramente a cada uno de ellos y hacia ellos iba mi pensamiento.

Nos hicieron parar, siempre con los brazos detrás de la nuca, y comenzamos a bajar por la escalera interior. Entre una doble fila de soldados enardecidos, que nos insultaban, pateaban y golpeaban con las culatas de sus fusiles, llegamos a la planta baja. Algunos sangrando, la mayoría golpeados y doloridos, nos hicieron formar a golpes una al lado de otro para que nos numeráramos. No sé como llegue hasta mi lugar, que quedaba en la galería del Eliseo, apoyados contra la vidriera de la joyería Revello. No recuerdo cual era mi número. Nunca pude acordarme. Allí casi sin respiración por un culatazo en el diafragma, fui empujado hasta un camión militar. Me ordenaron subir al mismo. Levanté la cabeza y vi la caja del camión como a dos metros de altura. Los compañeros que estaban ya dentro no me podían ayudar, ya que tenían las manos detrás de sus cabezas. Mientras pensaba como hacerlo, me sentí volar por el aire y caer de cabeza en el camión. Me habían levantado con el caño de un fusil, entre las piernas y con poca delicadeza me ayudaron a subir. Allí me encontré con varios, entre ellos Carlitos reyes sangrando de una herida en la cabeza, entre otros bastante maltratados. Río Branco, San José y camino seguro hacia la Jefatura de Policía.

En cierto momento pensé saltar del camión. En el mismo no había presencia de soldados, o policías y la marcha era lenta. Pero me hice en los pantalones. No me animé. No acercamos a la jefatura. Este edificio, de triste fama siempre nos había parecido un monstruo y esa noche en especial. Se abrió su enorme boca, la entrada del garaje, y nos engulló. Cuando a gritos y golpes nos hicieron bajar, nos encontramos con la desagradable sorpresa de una doble fila de policías nos estaba esperando. Con garrotes, cachiporras y todo tipo de objetos contundentes, nos hicieron correr entre esa doble fila de policías. Los golpes llegaban de todos los lados. Nosotros teníamos las manos para protegernos. Policías, hombres mujeres, de uniforme y sin ellos parecían drogados. El odio hacia nosotros se veía en las pocas caras, ojos y bocas, ¡que pude ver en mi carrera y protegerme de alguna manera! Comunistas hijos de puta. ¡Hay que matarlos! Era de lo poco que pude escuchar, mientras los palos, las patadas y los golpes de culatas de armas de fuego llovían sobre nosotros. Los que se caían eras masacrados a golpes, hasta que podían pararse y seguir corriendo, a la playa de salvación, que eran las propias oficinas de la misma jefatura. Esa carrera por el garaje, de punta a punta (nunca supe que era tan grande o a mi me pareció) por fin terminó. Machacados a golpes, sangrando y con el corazón que quería saltar por la boca, por fin terminamos la carrera.

Sorpresivamente, cuando llegamos, el silencio nos recibió. Los golpes y los insultos cesaron. Nos hicieron poner las manos en la nuca, y nos sentaron en un patio abierto. El patio, que estaba medio ocupado se comenzó a llenar. No solo nosotros, casi 150 compañeros. Grupos enormes de manifestantes, apresados se incorporaron a nosotros. Me alegre, interiormente, de que los golpes cesaran. No sabía qué era lo que estaba por venir. Pero en esos momentos me alegre. No solo porque la violencia había cesado, sino porque no estábamos solos. Cientos y cientos de uruguayos, camaradas o no, nos rodeaban. Sentí una sensación extraña de alivio. Si no nos balearon en la redacción (aunque creo que lo querían) donde estábamos solo nosotros, ahora cientos les iba a ser mas difícil. En cierto momento pensé en los camaradas de la 20. Que sentían mientras salían con las manos en alto, momentos antes de que los balearan impunemente. Uruguay no estaba 

Preparado para una masacre de tamañas dimensiones. No es que dude que lo hubieran hecho, pero estábamos al comienzo de una época muy contradictoria, y todavía los generales fascistas no estaban al frente. Estaban incubando su odio para luego descargarlo sobre el pueblo. 

UN VIAJE EN OMNIBUS… en una cosa de todos los días. Lo más normal y rutinario. Pero no así fue el que hicimos esa noche.

Luego de tenernos en el patio, con las manos detrás de la nuca, un patio que cada vez se llenaba más, nos hicieron pasar a las oficinas. Allí nos empezaron a tomar los datos para ficharnos. Los primero que vi fue un vecino mío, su hijo jugaba con los míos, detrás de una mesa. Me vio y desapareció de inmediato. Me sorprendí, no sabía que era “tira”. Algo había aprendido, había descubierto su verdadera identidad. Mientras nos tomaban los datos alcance a ver algunas compañeras. Luego converse con ellas allí mismo, en una jaula con rejas en los cuatro costados, donde nos habían metidos, como fieras. Estaban bien físicamente y con buen ánimo. Eso nos tranquilizó. No teníamos idea que había pasado con ellas ya que estaban en un lugar aparte. Cigarros, besos, abrazos y la alegría del reencuentro(?)

Luego de que le tomaran los datos a todos, compañeros del diario o no, nos dividieron en grupos. Nuevamente con las manos detrás de la nuca y los ojos mirando el piso. Otra vez llegamos al garaje. A todos nos corrió un escalofrío. La perspectiva de otra paliza nos paso por la mente. El aire fresco de la noche nos acarició. Llegamos a la calle y nos hicieron subir a ómnibus de AMDET. Los que cabían en los asientos los sentaron. No así fácilmente como los digo. Entre insultos y golpes con la culata de las metralletas. Un compañero que por su físico no podía doblarse para adelante y abajo, lo molieron a golpes. Luego vimos en su cara y su cabeza las pruebas del trato “amable” recibido. El “gordo” Artigas, que no era miembro del diario, que estaba con su compañera en la redacción en el momento de la “invasión”, pasó a ser, luego, el centro de bromas bastante macabras de ese viaje. A mí me toco estar arrodillado sobre el piso, con la cabeza entre las piernas de un compañero, Uke, con las manos atrás prácticamente “oliéndole” las pelotas. El piso de esos ómnibus tiene una serie de vías de metal, en el piso, para que la gente no resbale en los viajes. Esas vías comenzaron a incrustarse en mis rodillas. Traté de acomodar mi cuerpo y sentí un grito de “baja la cabeza comunista de mierda” y un sonido a un fuerte golpe. Cuando el milico, que no querían que les viéramos la cara, vio que me enderezaba, dio un golpe con la metralleta en dirección a mi cabeza. Lo que supe después fue que Uke me cubrió con su cuerpo y el recibió ese fuerte golpe en su clavícula. La situación era muy clara. No querían que se viera gente en los ómnibus oscurecidos por el centro de la ciudad.

Traté de adivinar el recorrido de nuestro bus. Derecho por San José, estaba claro. Luego vuelta a la izquierda, seguro que entramos en Ejido, no había otra posibilidad. Luego otra vuelta a la derecha, esta vez, cabían dos posibilidades.18 de Julio o Mercedes. Por lógica no nos iban a llevar por 18, que estaba bastante alborotada aún. Opté por Mercedes. Una linda manera de no pensar en lo que me, nos, estaba pasando Seguimos viajando en un relativo silencio. Una calma, que a mí me parecía sospechosa. Todos y cada uno de nosotros permanecía en una posición muy incómoda, pero el temor a las consecuencias era mayor que los dolores que sentíamos. Una serie de vueltas y me perdí. No sabía por donde andábamos. Más adelante, sabiendo adonde nos habían llevado, me di cuenta cual fue el error de cálculo. Esto es solo como anécdota.

El ómnibus paró. Los gritos comentaron más fuertes: Parados con las manos detrás de la nuca Mirando para abajo”. Dejen todos los cigarros “Eran los gritos que venían acompañados de golpes a diestra y siniestra. Me paré, con las manos detrás de la nuca, avance con la mirada baja. Cuando tuve que bajar los escalones del ómnibus, levanté la vista, y junto eso una fuerte parada en el trasero. Bajé de un salto los escalones y corriendo penetre en un recinto que luego supe que era el “Cilindro” Municipal. Allí, debajo de las gradas, nos amontonaron en grupos, que pertenecían a cada una de los vehículos que nos habían llevado hasta allí.

Sorpresivamente desaparecieron los “tiras” y policías de uniforme, de la seccional 13 se acercaron a nosotros. Creo que nunca me alegre tanto de ver esos uniformes. Nos dejaron de plantón, con las manos bajas y pudiendo mirar para todos los costados. Menos gritos y audiencia de golpes. Era sospechoso. Pero me equivoque Nos dejaron ir al baño, hacer nuestras necesidades y tomar agua. Recorrí con una mirada, aun temerosa, nuestro entorno. Otros grupos, pertenecientes a otros vehículos, estaban en la misma posición que nosotros. Nuestra caminata al baño me permitió ver a otros compañeros. Intercambiar miradas y sonrisas de aliento. Vi a Carlitos Reyes y a Charbonier juntos en otro grupo. Carlos con heridas en la cara y cabeza, y Luis, luego me entere con costillas fracturadas. De mi grupo recuerdo a Uke, Máximo, los “gordos” Scorovich y Artigas. Había muchos que fueron apresados durante la manifestación. Gente que no conocía pero que me unió a ellos un sentimiento solidario. No estábamos solos. Durante mucho tiempo los volví a ver, y nos abrazábamos intercambiando vivencias de esa noche histórica.

Nos permitieron sentar. Una fría noche de Julio. Algunos estaban helados hasta los huesos ya que estábamos no del todo abrigados. Muchos de nuestros abrigos habían quedado en la redacción. Luego nos enteramos que habían sido robados, por los depredadores, fuerzas de represión, que quedaron ocupando el diario hasta nuestra salida. Como pudimos nos calentamos. Intercambiando prendas, sentados muy juntos en un hormigón que parecía barra de hielo. Llegaron varios oficiales de la policía. Uno de ellos se presento como comisario de la seccional 13 y responsable de nosotros. Escucho quejas, lamentaciones y preguntas sobre la suerte que nos esperaba. Nos dijo, y lo cumplió, que a partir de ese momento no íbamos a ser maltratados, y que por la mañana, luego del nuevo fichaje, nos pasarían al estadio mismo. Al parque de la cancha de basquetbol y las gradas. Los que habían guardado, a pesar de las amenazas, algunos cigarros los fueron pasando. Algunos finalmente se durmieron. El cansancio y los dolores que sentían fueron cesando y los ojos se cerraron. Yo no recuerdo si dormí o no. Sé que abrí los ojos y vi claridad. Estaba amaneciendo. Un nuevo día. Lo anterior ya era historia. Ahora la preocupación era por nuestro futuro personal. Comenzaron a llamar uno por uno. Terminados los trámites, pasábamos a las instalaciones del estadio. Entrábamos y sentimos, en forma increíble y sorprendente, aplausos. Eran de los compañeros que ya estaban dentro y recibían de esta forma a los integrantes del diario. Nos confundimos todos en un grande abrazo, que no hizo más que estrechar ese vínculo, que sabíamos que existía, pero nunca lo habíamos sentido, de esa manera, y en forma personal. Nos proveyeron de cigarros a los que fumaban. A los más golpeados los llevaron a una policlínica que los compañeros del Casmu habían improvisado. Nos agasajaron con bebidas calientes y galletas. El frio había pasado. También el largo día había pasado…

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