Historias de calles desiertas - AD10S

Columnas 27 de noviembre de 2020 Por Ezequiel Yebara
Se fue Diego Armando Maradona y con él una parte de todos nosotros. El fin de una era.
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Maradona en el Festival de Cannes. 2008

"¿Que yo me contradigo?

Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué?

(Yo soy inmenso, contengo multitudes.)"

Walt Whitman

“Parece que algo pasa con Maradona” decía el mensaje. Creí que era una nueva operación, alguna recaída, una internación, otra de tantas. De esas a las que me acostumbré a lo largo de mi vida. Porque soy del 88, y cuando crecí me tocó el Diego de vídeos, de anécdotas, de los relatos de mi tío hincha de Boca con la voz emocionada, de aquellos que fueron felices como algún día lo sería yo cuando llegara su reemplazo.

Encendí la televisión lleno de desconfianza y a la espera de ver un nuevo show mediático alrededor de Maradona. Pero las caras de los periodistas se transformaban a cada segundo. Casi pidiendo perdón, como si su voz se resistiera a formular la frase, el cronista dijo: “Me dicen que Diego no resistió”. Y fue necesario que lo repitiera, dos o tres veces.

Tuvieron que chequear más de una vez los teléfonos celulares en vivo porque nos encontrábamos ante la muerte del único ser humano que creíamos inmortal. Aquel que sorteó la muerte una, dos, tres veces, incluso cuando el periodismo le asestó su placa de defunción. “Dios ha muerto” tituló L'Équipe de Francia, y lo que nos sorprende es que se haya muerto, no que lo comparemos o que estemos de acuerdo con que Diego era Dios. El Dios terrenal, el más humano de los dioses como lo describió Eduardo Galeano. 

Me cruzaron temblores por el pecho, de arriba a abajo. Las palabras no salían y de pronto empecé a llorar. Silencio. No hay palabras para la muerte porque no hay lenguaje que contenga una explicación para dejar de existir.

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Ilustración: Mariano Cocco

¿Qué vacío nos deja la partida de Maradona? Para los que no lo vivimos en sus mejores años es la despedida del héroe, del mito. Ese hombre que tocó el cielo con las manos, del número que siempre quisimos llevar en la espalda. Es la partida de un relato épico, el protagonista de una historia que ya no se repetirá porque hoy no hay más como él, ni relato épico que se salve de la estupidez y banalidad en la que todo se ha convertido. Es la desaparición, como lo definió Alejandro Dolina, del hombre que mejor representó al deporte más popular del mundo, por lo tanto, la persona más importante del mundo.

Quien no tiene pasiones, el que no haya transpirado dentro de una cancha con un equipo, gritado un gol en una tribuna o sufrido inexplicablemente por algo que lo mueve sin mucha explicación, quizá por estas horas no sienta nada. Nada merecen aquellos que no empatizan ni con el respeto del silencio por el dolor ajeno.

El dolor entró por todos lados. Por la pérdida de nuestro deportista más popular, por el punto final de una historia única, por los lazos con nuestros amores futboleros, por la defensa de un hombre ante las exigencias constantes de un coro de hipócritas que insisten en diferenciar a la persona del jugador, por el discurso de militar la periferia y generar enojos en los centros como nadie y por las fibras íntimas y únicas que toca en cada una de las personas que hizo feliz.

Murió Dios y con él cada significado complejo que lo acompañó.

Ahora será cuestión de narrar su historia para mantener viva la leyenda. Al igual que sucede con la muerte, es difícil poner en palabras qué sucede con las pasiones. Quizá lo más cercano y certero sea expresar todo con un simple sentimiento.

Gracias Diego por hacernos sentir. 

Correo: [email protected]
Tw: @ezequielyebara

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