Historias de calles desiertas - El Horror

Columnas 21 de agosto de 2020 Por Ezequiel Yebara
Como con tantas cosas, mi amigo Álvaro estaba obsesionado con los fantasmas. Y para grabar un documental de lugares embrujados de Irlanda nos llevó a todos al Leap Castle.
LEAPCASTLEdiario
El Horror Ilustración @juanyebara

El Leap Castle es un castillo que no está muy lejos de la capital y por una decisión del dueño no se promociona al turismo. Solo con una cita previa o a través de un encuentro fortuito, y con algo de suerte de que Sean te abra la puerta, se puede visitar.

Sean habita el lugar, se dedica a mantener y reconstruir uno de los edificios más antiguos del país que cuenta con tanta belleza como con un pasado sangriento de asesinatos y sacrificios.

Antes de entrar filmamos y sacamos fotos a los exteriores, quizá para dilatar la visita. Espiamos por la ventana y, a través de lo poco que se veía por la tierra y las telas de araña pegadas al vidrio, escuchamos a Sean hablar con otros curiosos que ya habían hecho el recorrido.

La barba de nuestro anfitrión era larga y casi tan blanca como transparente, la boca se le perdía entre los bigotes y hacía más difícil entender el inglés rural del hombre, llevaba pantalones verdes oscuros holgados, una camisa blanca gastada y una boina. Respondía con naturalidad a nuestras tontas preguntas de protocolo para ser amables y dudábamos si le molestaba nuestra presencia, si quería que le preguntemos sobre su vida, o si solo quería que lo dejemos en paz y subiéramos a ver la parte antigua del castillo.

Para llegar allí había que pasar una pesada cortina como el telón de un teatro y subir unas escaleras de piedra iluminadas solo por algún recoveco que se había hecho en las paredes de piedra a lo largo de los años. Antes de subir le preguntamos si él venía con nosotros, dándonos la espalda y de camino al asiento al lado del hogar a leña nos dijo que hacía tiempo ya no subía, que le dolían las piernas. El crepitar de uno de los troncos rompió el silencio que se hizo.

Lo impactante del Leap Castle no es su tamaño ya que solo cuenta con dos pisos que no son más grandes que un salón comedor común, pero lo que hace inolvidable la visita es el estado en que se encuentran estos dos lugares. En el primer piso nos encontramos con una habitación totalmente decorada y llena de objetos de todo tipo. Libros, mapas, lámparas, muñecos y juguetes de distintas épocas y tamaños, objetos de diferentes religiones, cuadros y pinturas del castillo a lo largo de los años, una mesa larga y lista para que una familia se siente a cenar y un ventanal enorme desde el que se podía apreciar toda la belleza rural de los alrededores. Ninguno de los que estábamos ahí podía explicar lo que nos pasaba por dentro. Dábamos vueltas alrededor de esa habitación para apreciar cada uno de los objetos e imaginar de dónde venían, qué historia tenían y cómo habían llegado a ese lugar. Puedo asegurar que percibimos algún tipo de energía, pero prefiero dejar la tarea de explicar lo inexplicable a esos que detestan no entender un final o buscan saber de qué está hecho el mar.

El segundo piso era totalmente distinto, no había nada. Solo los restos de una capilla donde, cuentan las historias, se cometieron cientos de asesinatos y torturas. Varias ventanas permitían que entrara la luz del sol por distintos ángulos y provocara un juego de luces y sombras entre el gris de las rocas, el negro de los rincones sin iluminación y las partículas de polvo que flotaban alrededor como pequeños bichitos de luz.

Bajamos y encontramos a Sean con un libro al lado del hogar. Nos preguntó de dónde éramos, se interesó por nuestras historias de vida y por el documental que Álvaro preparaba.

Sabíamos que era músico y antes de irnos le pedimos por favor si nos podía tocar una canción. Accedió sin dudarlo, agarró su pequeña flauta irlandesa, se sentó en el sillón al lado del hogar y empezó a tocar, con la mirada perdida entre el fuego de los leños.

No podíamos irnos sin preguntar si de verdad había fantasmas en la casa y si él los percibía. Con la misma naturalidad que habíamos hablado de otros temas dijo que sí, que convivía con ellos y que eran amigables.

Uno de nosotros le preguntó si no les tenía miedo y Sean respondió, con un movimiento leve con la pera que hizo que se moviera toda la larga barba, con la vista fija en la radio y una televisión que estaban en un rincón, que cómo les iba a tener miedo a los fantasmas después de escuchar y ver las cosas que pasaban en el mundo día a día. La claridad de la respuesta nos dejó sorprendidos.

Sean nos acompañó hasta la puerta, cuando estaba por cerrarla escuchamos la música de la flauta irlandesa una vez más. Ante la sorpresa en nuestras miradas, con una clara sonrisa detrás de los bigotes y la barba blanca el hombre nos dijo:

¿Ven? Cómo les voy a tener miedo si hasta les encanta la música.

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