Guatemala no está tan lejos

Columnas 11 de julio de 2023 Por Ramón Fonticiella
Una de las noticias diferentes, es que un hombre nacido en Uruguay puede ser presidente de Guatemala. César Bernardo Arévalo, hijo de un ex mandatario guatemalteco asilado en Uruguay, nació en Montevideo en 1958; el domingo fue segundo en las elecciones de su país y podría ser el primer presidente de izquierda en muchos años.
CesarBernardoArevalo
Arévalo festeja el su pase a segunda vuelta / Foto: AFP

Lo trascendental de esa elección, va más allá de la curiosidad de que una persona nacida en nuestro país, pueda ser presidente de otro, pues irá a balotage con Sandra Torres, candidata de centro. Lo tristemente destacado, es que Guatemala tiene más de nueve millones de habilitados para  votar, pero sólo sufragaron algo más de cinco millones, y la mayoría de ellos lo hicieron en blanco o anulado. Democráticamente dramático.

El 21% de los votantes invalidaron el sufragio, el 16% votó por Sandra Torres y el 12% por Arévalo. La negación le ganó al voto positivo.

Los guatemaltecos, según sus analistas dieron un revés al hastío de estar en una sociedad políticamente corrupta. Los votos al centro y al centro izquierda fueron la única manifestación de esperanza de ese pueblo.

Lo que pasa en Guatemala debe ser una alarma encendida para Uruguay. 

Me permito establecer razones para pensar que merece prenderse esa señal de peligro. Los 6.500 quilómetros de distancia, o las diez horas de vuelo entre ambos países, no son razón para creerse a salvo. Aquel pueblo se hastió de la corrupción, los acomodos, la permanente dependencia de los dueños del poder, y asumió la peor posición: deslindarse. Creyeron que se apartaban de la realidad, aunque sabido es que no participar significa estar mal igual que todos, pero alejados de la posibilidad de cambiar algo.

En más de cincuenta años en actividad política, trabajando siempre contra la prostitución de la democracia, estoy convencido de que sólo las conquistas colectivas garantizan la tranquilidad individual. Quien se hace una posición dependiendo del mandamás a cambio de una prebenda personal, queda preso de esa asquerosa droga intelectual, que además puede ser hereditaria en la medida de que la dependencia del poder se pase de padres a hijos.

Un pueblo enfrentado a las formas democráticas, condena a toda la comunidad a la desgracia: ya sea violencia, dependencia del poder, postración, pérdida de autoestima, abulia social.

Estoy convencido que la culpa de llegar a ese lamentable extremo no es de los más desvalidos. Muchas veces les falta educación, les sobra desesperación y los acorralan los malos ejemplos.

Quienes un día si y otro también ven que sólo obtienen ventajas quienes "se prenden de la teta", deben repudiar a los que llevan a los desvalidos a esa dependencia. Seguramente no juzgan la repudiable actitud del repartidor de migajas. Los gobernantes "repartidores" de bienes del pueblo para reforzar su posición personal, son los culpables del desinterés y el descreimiento popular. 

Guatemala está lejos, pero en Uruguay y en Salto los riesgos son los mismos. Pobres quienes se conformen con pedir (el terreno, el cargo, las chapas); miserables los que gobiernen con dádivas al chico, y concesiones a los poderosos.

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