Presidentes en venta

Columnas 10 de junio de 2022 Por Ramón Fonticiella
No estoy seguro que si se pusiera en venta el stock de presidentes de América en funciones, hubiera interesados en comprarlos. El título refiere a los candidatos a presidente, que han sido catalogados como “productos vendibles”. La originalidad expresiva viene de Colombia, y la conocí gracias al gran basquetbolista y mejor escritor, el salteño MIGUEL MOTTA (¡feliz cumpleaños!).
Presidentes-vendibles
Mauricio Macri y Luis Lacalle Pou

Tuvo la generosidad de enviarme una página de El País de Madrid, referida al proceso electoral colombiano. La encargada de campaña de Rodolfo Hernández (que va a balotage con Gustavo Petro, representante popular), cataloga a su candidato como “Rodolfo Hernández es un muy buen producto, nosotros lo vendemos”... Luisa Fernanda Olejua (29 años) es una sonriente (y desbocada) muchacha considerada líder de la campaña de redes sociales del veterano y millonario candidato (¿de la nueva derecha colombiana?).

El equipo que conduce la campaña de redes de Hernández es jovencísimo: el mayor tiene 31 años. No es eso un pecado, sino una virtud. Tampoco es pecaminoso que la jefa, Luisa, tenga continuamente expresiones relacionadas con el final de la función intestinal, razón por la cual me permití calificarla “desbocada”. Lo que me preocupa es que considere a su candidato como una mercadería que debe vender. La calificación de producto vendible atribuida a un (ojalá no) futuro presidente será muy actual, pero es poco seria y pareciera que se está comercializando un celular, un refresco o un par de medias y no el posible conductor de 50 millones de personas, que viven en un país de 271.000 millones de dólares de producto bruto.

Como diría Kesman “es lo que hay, valor”...

Considero[U1]  liviano, superficial, tilingo y antidemocrático considerar a una persona política que pide asumir la mayor responsabilidad de un país, como “un buen producto a vender”. Seguramente es la opinión que generó la campaña de otros que fueron luego presidentes, como Macri y Lacalle. Los conductores de sus campañas los transformaron (y siguen) en adornados productos atractivos para el consumismo. Me hace acordar a esas herramientas asiáticas de cuarta categoría, que son muy vistositas, pero que tan pronto se ponen en uso, revelan su ordinariez o falta de versatilidad.

Los promotores de esas campañas son antidemocráticos, pero más lo son quienes les pagan para hacerlas. 

Un futuro gobernante debe dar señales de seguridad a las poblaciones, no vestirse de papelitos de colores y luego si te he visto, no me acuerdo. Lo de Luis Lacalle Pou es un clarísimo ejemplo. Lo vendieron como salvador, quitador de impuestos, gestor de los mejores cinco años de vida, y resultó casi un charlatán de feria. El producto falló en el primer uso.

Muchos, sobre todo los jóvenes no politizados, pero si catequizados por el mercantilismo consumista, pueden aplaudir estas prácticas, porque los promotores le están dando herramientas para vender bien a su candidato, sin tener en cuenta que la Democracia con mayúscula es otra cosa; se trata de una forma de vida llevada al gobierno, con honestidad, transparencia, equidad y verdad. Podrá decirse que “así se tienen votos para ganar”. No les falta razón, pero ¿qué es ganar? En política se trata de desarrollar una idea con herramientas fieles a la transparencia, con desarrollo de quienes más lo necesitan y con participación de la mayor cantidad de actores. Esto es preceptivo en las izquierdas, y debería serlo en el centro y las derechas honestas, porque pensar diferente en cuanto a la utopía no implica ser deshonesto.

Los gobiernos autocráticos, de personas que se creen monarcas burocráticos, ganan espacios en la medida que las democracias verdaderas pueden perderlos. Una forma de que eso suceda es mostrar candidatos ideológicamente vacíos, imbuidos de una aureola de superhombres (o supermujeres) capaces de ir haciendo felices uno a uno a sus seguidores, distribuyendo entre amigos los bienes públicos. El mundo, América y el Uruguay están infectados de esos pseudodemócratas, que alegres, vivaces, lindos (o no) son vendidos como salvadores por hábiles analistas y programadores de la mente humana.

Uruguay está al borde de una autocracia nacional y tiene el riesgo de multiplicar esta plaga. Las autocracias son los gobiernos en que la voluntad de un solo individuo es la suprema ley. Los parlamentos y juntas departamentales, en la medida que son sumisos al autócrata, cumplen con sus mandatos sin chistar, sin conocer a veces qué se legisla o controla. Para ese tipo de sistemas es que los candidatos son productos vendibles. Se trata de que Juan Pueblo vote, sin profundizar ideas ni conocer cómo influirán las mismas en su vida. Antes de que Lacalle fuera presidente, sus promotores lo presentaron en envase de lujo; ahora los trabajadores están por perder el derecho a la negociación colectiva, además de todo el salario que se les fue. ¡Lindo paquete nos compraron quienes creyeron.!

No es el presidente el único “producto que se vende”.  En varios niveles y territorios hay quienes compran votos con carguitos, aprovechando la necesidad ajena.

 
 [U1]

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