Memoria en el país del Nomeacuerdo
Por eso es importante que esas historias cuenten lo que hicimos, lo que pasó, pero también que sean la historia de todos, contada y conocida por todos, nuestra memoria, para afirmar así una identidad que nos haga más fácil saber a dónde queremos ir.
Tan importante es este relato que quien ostenta el poder intenta también contar una historia. Una historia para que todos la acepten como propia, por más que algunos sean el león y no el que apunta. Si lo logran, aunque sean mezquinos e infames, se aseguran de permanecer en el panteón de los héroes.
Cuando condenaron a Galileo, poco importaba la verdad y el razonamiento que la dejaba en evidencia. Lo que había en juego era la solidez del edificio que sostenía el dominio material y simbólico, que no era cuestionado por quienes lo padecían.
En nuestro país, algunos años antes del golpe de Estado empezaron a secuestrar gente. Los hacían desaparecer para salvar la patria, decían, con la historia de que esas personas eran el enemigo al que debíamos temer. Cuando las madres, buscando, empezaron a recorrer juzgados y cuarteles, también les hacían un cuento. Que no sabían nada, que se habían escapado, que habían viajado al exterior y un montón más de mentiras.
Contaban una historia porque tenían que mantener la apariencia. Porque la verdad no los mostraba como héroes ni les daba una coartada para justificar lo que hacían. Lo que hacían no fue casualidad ni el descontrol de algunos locos sueltos, como quisieron hacer creer después. Fue una forma de actuar a conciencia, con un objetivo que llevó a nuestra sociedad, al igual que al resto del continente, a vivir sus peores años. También sembraron algunas ideas. La de que puede haber personas bajo sospecha por ser diferentes o por no pensar lo mismo. La de “hacé la tuya y no te metas”. La de una sociedad con miedo y que debía resignarse a su suerte, por más terrible que ella fuera. Así arrastraron a la pobreza a amplios sectores de la población mientras otros afirmaban su dominio. Todo eso se mantiene, en parte, hasta nuestros días.
Pero las familias siguieron preguntando, buscando, haciendo denuncias, recorrieron el país y el mundo, organizándose y aprendiendo. A pesar de ello, gran parte de la sociedad estaba de espaldas. No sabía o no quería saber. Tras el golpe, el manto de silencio siguió imponiéndose. Pasaron los años y seguían desapareciendo. Un día, entre el miedo y la desidia, se transitó hacia una elección que traería nuevamente la democracia.