Historias de calles desiertas - El Hueco
Se apuró cuando escuchó el ruido del subte. Llegó a la plataforma y la luz de la locomotora se asomaba por el túnel. Había tanta gente que no pudo subir.
Se quedó junto a otros rezagados a esperar la próxima formación. Algunos caminaban con pasos cautelosos, para no perder el lugar.
Pensó en esa señora que todas las mañanas le pedía monedas y decidió ir a darle las pocas que tenía en el bolsillo.
Cuando llegó a las escaleras donde ella se sentaba no la vio. Escuchó una voz que retumbaba por las paredes, entre los escalones, por la suciedad del día a día, entre las lámparas que alumbraban con el blanco incandescente y gastado.
Sintió un temblor por todo el cuerpo, perdió el equilibro, los dedos comenzaron a doblarse, se quebraron como ramas débiles, las uñas le crecieron de a poco y se pusieron negras.
Se le secó la garganta y dejó de ver con claridad. Le costaba respirar, intentó gritar. Cuando pudo emitir un sonido no reconoció su voz.
Lo invadió un vacío enorme en el estómago. Negro, ácido.
Y a través de unos ojos llenos de tristeza y unas mantas medio húmedas que lo protegían del frío interminable del piso, vio las piernas apuradas de los pasajeros que no querían perder el próximo tren.
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