Émile Durkheim: Educación, moral y cohesión social en la modernidad

“Al lado de las catedrales y en los monasterios se abrieron las escuelas a las que se puede considerar como el primer embrión de nuestra vida escolar.” (Böhm, 2010)

23/09/2025 Jorge Barrera
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En este artículo, pretendo reconstruir el pensamiento pedagógico de Émile Durkheim, poniendo énfasis en su tránsito desde una formación religiosa hacia un compromiso profundo con los ideales laicos y republicanos. Su biografía, atravesada por la tensión entre tradición y modernidad, no solo contextualiza su obra, sino que la impregna de una búsqueda ética persistente. Para Durkheim, educar no es simplemente transmitir saberes, sino formar ciudadanos capaces de participar activamente en la vida colectiva, comprometidos con los valores morales que la sociedad exige y sostiene.

Durkheim concibe la educación como hecho social, profundamente vinculado a la moral colectiva. La escuela no es neutral: reproduce normas, regula conductas y moldea subjetividades. Frente a la crisis de la moral religiosa, propone una moral laica que prevenga la anomia. El docente encarna valores, no solo transmite saberes. La pedagogía debe interrogar sus fines, medios y efectos sociales con conciencia crítica.

Distingue entre solidaridad mecánica y orgánica como modelos de cohesión social. Educar en solidaridad orgánica implica formar sujetos autónomos pero vinculados, capaces de convivir en la diversidad. La escuela moderna puede reproducir o transformar el orden vigente. En tiempos de fragmentación, Durkheim nos recuerda que educar es construir comunidad. La pedagogía, como reflexión ética, permite imaginar sociedades más justas y cohesionadas.

1. Introducción: de rabino a sociólogo

Émile Durkheim nació en Épinal, una pequeña ciudad del noreste francés, en 1858. Provenía de una familia judía de tradición rabínica, pero eligió el camino laico y científico. Esta decisión, lejos de ser meramente intelectual, revelaba una búsqueda ética que marcaría toda su obra: comprender cómo se construye la moral colectiva en contextos de modernidad y secularización.

Durante su formación en la École Normale Supérieure, sus compañeros lo apodaban “el metafísico” por su seriedad y su cabello prematuramente canoso. Se cuenta que en sus clases en Burdeos no enseñaba, sino que “predicaba la república laica” como nuevo credo social. Como él mismo afirma: “Educar es hacer participar al niño en la vida moral que la sociedad exige y sostiene” (Durkheim, 1990, p. 41). Esta cita revela su convicción ética sobre el rol del educador.

Para Durkheim, educar no es un acto individual ni técnico, sino una acción social ejercida por la generación adulta sobre la joven. La escuela se convierte en espacio de transmisión de valores, de construcción de vínculos y de formación de ciudadanos éticos. Su vida personal, marcada por la tensión entre tradición y modernidad, se refleja en su pedagogía republicana: formar sujetos comprometidos con la vida colectiva.

2. Educación como hecho social

Durkheim sitúa la educación en el corazón del entramado social, despojándola de cualquier pretensión de neutralidad. La pedagogía, lejos de ser técnica o instrumental, se convierte en una lectura crítica de las prácticas sociales, lo que exige al educador una conciencia histórica y política de su rol.

“Durkheim fue uno de los principales exponentes de la sociología de la educación positivista. Consideraba que la educación es imagen y reflejo de la sociedad, y que la pedagogía debía entenderse como una teoría de la práctica social “(Ocaño, 2010).

El carácter normativo de la educación implica: no formar individuos en abstracto, sino sujetos funcionales a un orden social específico. La escuela, entonces, no solo transmite saberes, sino que modela disposiciones éticas y cognitivas en función de las expectativas del sistema político vigente:

“La educación, según este sociólogo, es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las que todavía no están maduras para la vida social. Tiene por objeto suscitar y desarrollar en el niño ciertos estados físicos, intelectuales y morales que exige de él la sociedad política en su conjunto y el medio especial al que particularmente está destinado.” (Böhm, 2010)

Por otra parte, entiende que es necesario recuperar el valor epistemológico de la pedagogía. Para él reflexionar sobre la educación no es un lujo académico, sino una exigencia ética que permite interrogar sus fines, sus medios y sus efectos en la construcción de subjetividades sociales. La pedagogía no es más que una reflexión metódica sobre los temas de la educación; advierte que no puede existir una forma de actividad humana que prescinda de la reflexión

2. La escuela como espacio de socialización y cohesión

La crisis de la moral religiosa, provocada por la secularización y el debilitamiento de las tradiciones comunitarias, llevó a Durkheim a proponer una moral laica como fundamento de la cohesión social. Frente al riesgo de anomia, la educación debía asumir el rol de construir nuevas normas compartidas, capaces de regular la conducta y sostener el vínculo colectivo en sociedades modernas.

La escuela moderna, en el contexto republicano francés, se concibe como “la nueva iglesia laica”, encargada de formar la conciencia colectiva y unir a ciudadanos diversos bajo valores comunes. Durkheim niega cualquier moral que no tenga su origen en la sociedad, y afirma que toda moral legítima debe responder al estado social vigente (Durkheim, 2006).

Esta función socializadora de la escuela implica una tensión entre autonomía y dependencia. Como señala Palacios (1984), la relativa autonomía del sistema escolar no debe ocultar su papel en la reproducción de la distribución del capital cultural entre las clases. La neutralidad escolar es, en muchos casos, una representación legitimadora de su contribución al orden establecido.

4. Educación moral y formación del carácter

Para Durkheim, la moral no es una abstracción individual, sino una disciplina social que regula la conducta mediante fines compartidos. Este espíritu de disciplina —entendido como gusto por la medida, la moderación y el autodominio— busca formar el carácter en función de la vida colectiva. La educación moral, entonces, no impone normas arbitrarias, sino que orienta hacia valores legítimos y socialmente reconocidos.

Como señala Ocaño: “La moral comienza al mismo tiempo que la vinculación con el grupo, o sea, con la sociedad misma” (Ocaño, 2010). Esta afirmación se complementa con Durkheim, quien sostiene: “La educación moral consiste en despertar en el niño el sentido de la disciplina, el apego al grupo y la autonomía reflexiva que le permita actuar conforme a principios colectivos” (Durkheim, 1947, p. 33). La moral, en este marco, es vínculo, pertenencia y regulación ética.

La escuela, por tanto, debe formar ciudadanos éticos, responsables y solidarios, capaces de integrar normas sin perder autonomía. La moral laica reemplaza los dogmas religiosos, promoviendo virtudes cívicas que sostienen el proyecto republicano. Educar en moral es formar sujetos reflexivos, conscientes de su rol en la sociedad. La pedagogía, como reflexión crítica, debe interrogar los fines éticos de cada práctica formativa.

5. Solidaridad mecánica y orgánica: dos modelos educativos

Durkheim distingue dos formas de cohesión social que orientan modelos educativos divergentes. La solidaridad mecánica, propia de sociedades tradicionales, se basa en la similitud y exige una educación que refuerce la homogeneidad. En cambio, la solidaridad orgánica, característica de sociedades modernas, demanda una pedagogía que promueva la interdependencia, el respeto por la diversidad y la formación de sujetos autónomos pero vinculados.

Como señala Durkheim: “En las sociedades donde reina la solidaridad orgánica, la educación debe preparar al individuo para una vida en la que cada uno depende de los demás, y donde la cooperación reemplaza la semejanza.

Ya no se trata de imponer una moral única, sino de enseñar a vivir en medio de normas múltiples y funciones diferenciadas” (Durkheim, 1990, p. 65). Esta cita revela el giro ético y funcional de la pedagogía moderna.

Este tránsito exige una pedagogía flexible, capaz de adaptarse a las transformaciones sociales sin perder su función integradora. El educador debe reconocer que formar para la diversidad no implica relativismo, sino compromiso con la justicia y la equidad. Educar en solidaridad orgánica es formar ciudadanos conscientes de su rol en una red compleja, donde el vínculo social se construye desde la diferencia y la cooperación.

6. El educador como modelo moral

Para Durkheim, el docente no es un mero transmisor de contenidos, sino un agente moral que encarna los valores de la sociedad. Su tarea pedagógica implica formar ciudadanos comprometidos con el orden colectivo, guiando desde el ejemplo ético. El educador debe representar el modelo vigente, sin caer en el relativismo ni en la crítica arbitraria desvinculada del contexto institucional.

Como señala Palacios: “Educar es confrontar al alumno con las grandes ideas morales de su tiempo y su país” (Palacios, 1984, p. 72). Esta afirmación se alinea con la concepción durkheimiana del maestro como figura normativa, capaz de orientar la formación del carácter y la conciencia cívica. El docente, en este marco, no solo enseña: encarna, modela y transmite principios que sostienen la cohesión republicana.

En este sentido, el maestro se convierte en un predicador laico, figura clave en la construcción del nuevo orden moral. Su rol excede lo técnico: es ético, político y formativo. Educar, para Durkheim, es asumir la responsabilidad de guiar a las nuevas generaciones en la internalización de normas compartidas, fortaleciendo el vínculo social desde la escuela.

7. Educación y prevención de la anomia

En las sociedades modernas, la anomia —entendida como ausencia de normas compartidas— constituye una amenaza para la cohesión social. Durkheim advierte que la educación puede prevenirla al fortalecer el sentido de pertenencia y la regulación moral. La escuela, en este marco, no es solo reproductora del orden vigente, sino también espacio potencial de transformación ética y colectiva.

Como señala Durkheim: “Cuando la sociedad está en estado de anomia, el individuo no sabe ya lo que puede esperar ni lo que se le permite esperar; sus aspiraciones no tienen límites, y por eso mismo se tornan inalcanzables, lo que genera frustración, descontento y desorganización moral. La educación debe intervenir para restablecer el equilibrio normativo y orientar las conductas hacia fines socialmente legítimos” (Durkheim, 2006, p. 89).

Esta cita revela que la función moral de la escuela no se agota en la transmisión de contenidos, sino que implica formar sujetos capaces de autorregularse en contextos complejos. Educar, entonces, es prevenir el vacío normativo mediante la construcción de vínculos, límites y horizontes compartidos. La pedagogía, como reflexión crítica, debe interrogar sus fines y asumir su responsabilidad en la configuración de una ciudadanía ética y solidaria.

8. Conclusión: educación como reflejo y motor social

Durkheim concibe la educación como un hecho social, profundamente vinculado a la moral colectiva y a la cohesión republicana. Su tránsito del pensamiento religioso al laico no elimina la dimensión ética, sino que la resignifica en clave ciudadana. La escuela, lejos de ser neutral, reproduce valores, normas y estructuras del orden político vigente. Educar implica formar sujetos funcionales, conscientes de su rol en la sociedad. La pedagogía, entonces, no es técnica, sino reflexión crítica sobre prácticas históricas. El docente encarna valores, no solo transmite saberes: es guía ético y modelo

moral. La educación, para Durkheim, es acción normativa que moldea subjetividades.

La escuela moderna se convierte en espacio de socialización, donde se construye la conciencia colectiva. La moral laica reemplaza dogmas religiosos, promoviendo virtudes cívicas y solidaridad. Durkheim distingue entre solidaridad mecánica y orgánica, exigiendo una pedagogía adaptativa. La anomia amenaza la cohesión; la educación previene mediante regulación moral. El sistema escolar no es autónomo: reproduce desigualdades y legitima el orden. Reflexionar sobre la educación es una exigencia ética, no un lujo académico. La pedagogía debe interrogar sus fines, medios y efectos sociales.

En tiempos de fragmentación, Durkheim nos recuerda que educar es construir comunidad. La escuela puede reproducir o transformar, según su conciencia crítica. El educador debe ser agente ético, no técnico neutral. La moral comienza con el vínculo social, no con el individuo aislado. La educación forma carácter, regula conductas y orienta horizontes. Cada sistema responde a su contexto histórico, pero puede anticipar futuros posibles. La pedagogía, como reflexión metódica, permite imaginar sociedades más justas. Educar, entonces, es un acto político cargado de responsabilidad colectiva.

Bibliografía

Böhm, Winfried. (2010). La historia de la Pedagogía (Desde Platón hasta la actualidad). Eduvím. Argentina.

Durkheim, Émile. (2006). Sociología y filosofía. Comares, España.

Durkheim, Émile. (1947). La educación moral. Buenos Aires, Losada.

Durkheim, Émile. (1990). Educación y sociología. Barcelona, Edic. 62.

Durkheim, Émile. (1992). Historia de la Educación y de las doctrinas pedagógicas. Madrid, La Piqueta.

Ocaño, Joni Ramón. (2010). Teorías de educación y modernidad. Magro, Uruguay.

Palacios, Jesús. (1984). La cuestión escolar. Editorial LAIA, Barcelona.

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