En América Latina, el crecimiento económico ha sido históricamente presentado como la panacea para los males sociales de la región. Los indicadores macroeconómicos, como el PIB, la inversión extranjera y las exportaciones, suelen ser utilizados por gobiernos y organismos internacionales para medir el "progreso".
Geografía y desigualdad de género desde el nomenclátor urbano
Este documento aborda la desigualdad de género en el espacio urbano a través del análisis del nomenclátor de calles, plazas y otros espacios públicos en San José de Mayo, Uruguay.
07/10/2024 Barrera - Bentaberry - ReyesUtilizando los aportes de teóricos como Milton Santos, David Harvey, Yi-Fu Tuan y Doreen Massey, se examinan las dinámicas de poder que moldean el espacio público, subrayando cómo la subrepresentación de mujeres en la nomenclatura urbana perpetúa la invisibilización femenina y refuerza las desigualdades de género. El texto enfatiza que la inclusión de nombres femeninos en estos espacios no solo es una cuestión de justicia histórica, sino también un paso hacia la creación de ciudades más equitativas e inclusivas. A través de un análisis preliminar del nomenclátor de San José de Mayo, el documento sugiere la importancia de políticas públicas que promuevan la equidad simbólica y espacial.
Introducción
El nomenclátor urbano, entendido como el sistema mediante el cual se denominan las calles, plazas y otros espacios públicos, constituye un reflejo de las relaciones de poder y la memoria colectiva en las urbanidades. Este sistema, mayoritariamente dominado por nombres masculinos, tiende a invisibilizar el papel de las mujeres en la historia y en la construcción social y cultural, lo que contribuye a la perpetuación de las desigualdades de género. Este análisis se propone examinar cómo el estudio del nomenclátor urbano, desde una perspectiva de género, revela las dinámicas de poder que configuran el espacio urbano. Además, se conecta con las ideas de Yi-Fu Tuan sobre la creación del lugar y el significado simbólico, y con las perspectivas de Doreen Massey, quien plantea que el espacio es una construcción social relacional, cargada de significado y poder, lo que la vincula al análisis de las desigualdades de género en el entorno urbano.
Desarrollo
El predominio de figuras masculinas en el espacio público contribuye a legitimar y naturalizar las desigualdades de género, consolidando una narrativa en la que los hombres son presentados como los principales actores históricos. Esta representación sesgada afecta directamente la percepción colectiva, minimizando o ignorando las contribuciones femeninas, lo que perpetúa la invisibilización de las mujeres como agentes de cambio en la sociedad.
Asimismo, el nomenclátor urbano no solo actúa como una referencia geográfica, sino que juega un papel fundamental en la construcción de la memoria colectiva. Al estar dominado por nombres masculinos, el relato histórico que se proyecta en el espacio público excluye a las mujeres, lo que contribuye a perpetuar estereotipos de género y a fortalecer las estructuras de poder que las marginan (Palacios González, 2019, p. 47). Esta exclusión simbólica genera un espacio urbano en el que las mujeres no logran verse representadas, afectando su relación con el entorno.
La toponimia urbana, la nomenclatura de espacios públicos, calles y edificios, es parte integral de la cultura de una comunidad. Si bien su utilidad cotidiana se la asocia comúnmente, como se mencionó en el párrafo anterior, a referencias geográficas, como un aspecto aparentemente trivial de la cotidianeidad de los habitantes de un territorio; no obstante, puede constatarse que también reflejan la historia, valores, figuras y acontecimientos significativos para una comunidad, y que la subrepresentación de las mujeres en la nomenclatura de estos espacios es reflejo de la histórica falta de reconocimiento de las contribuciones de estas a la cultura y la sociedad.
Esto último demanda e invita a:
…generar una mirada resistente a las asignaciones tradicionales de roles de género y simbólica en el marco del patriarcado y a la revalorización de la acción de las individualidades femeninas y los diversos colectivos de mujeres en la producción de espacio geográfico (Vilela, M., 2020: 18).
Una propuesta clave, desde la mirada de Palacios González (2019), para corregir estas inequidades históricas es la implementación de políticas de renombramiento de espacios públicos, que permitan visibilizar a las mujeres y sus aportes en diversos ámbitos. Estas políticas no solo serían una forma de reparación histórica, sino también un avance hacia la justicia simbólica. Incluir nombres femeninos en el nomenclátor urbano contribuiría a equilibrar la representación de género en las ciudades, promoviendo una memoria colectiva más justa y equitativa. Al transformar el espacio simbólico, se estarían desafiando las dinámicas de poder que perpetúan la desigualdad, permitiendo que las ciudades reflejen de manera más inclusiva la historia de todas sus habitantes (Palacios González, 2019, p. 50).
Este enfoque sugiere que la visibilidad de las mujeres en el espacio público no solo es un acto simbólico, sino una acción concreta que impacta la forma en que las personas se relacionan con su entorno, contribuyendo a la construcción de ciudades más inclusivas y equitativas.
Las relaciones de poder se manifiestan en la organización del espacio urbano. A través del estudio del nomenclátor y su fuerte contenido simbólico, se posibilita develar aspectos que permiten evidenciar los vínculos jerárquicos que estructuran el territorio. El espacio urbano no es una construcción neutra, sino que responde a las dinámicas de poder hegemónicas, las cuales, en gran medida, favorecen a los hombres. El predominio de nombres masculinos en el nomenclátor refuerza estas relaciones patriarcales, que excluyen simbólicamente a las mujeres del espacio público y de la memoria histórica (Santos, 1996, p. 104).
El concepto de justicia espacial, aboga por una distribución equitativa tanto de los recursos físicos como de los recursos simbólicos. En este sentido, el nomenclátor urbano puede actuar como una herramienta que perpetúa o combate las desigualdades de género. Visibilizar a las mujeres en los nombres de calles y plazas no solo responde a una demanda por justicia simbólica, sino que constituye un paso esencial hacia la construcción de ciudades más equitativas.
La geografía de género adopta la potencialidad de cuestionar un sistema social, económico, político y cultural capitalista que ha despojado a sectores minoritarios de la población de sus territorios, exiliando sus diversas voces y votos, provocando la marginalización y segregación de estos en el sistema, tal como expresa Méndez: “…la geografía de género procura generar nuevas interrogantes dentro de la ciencia, a través de la visibilización de agentes sociales no hegemónicos, considerados minorías y que corresponden a grupos marginalizados y segregados del sistema.” (2021: 18).
Dicha geografía fomenta la construcción de una narrativa histórica no excluyente, completa y equitativa; para de esta forma promover una mayor comprensión de cómo la diversidad de experiencias han contribuido al desarrollo del entorno urbano. Fortaleciendo la identidad colectiva, y valorando el patrimonio cultural como reflejo de la diversidad y pluralidad de voces y aportes a la comunidad que la enriquecen y fortalecen.
Pesce citando a Alessandri (1992), presenta la ciudad como creación humana, representa un resultado tangible del trabajo colectivo a lo largo de generaciones, siendo un reflejo del proceso histórico. Es una manifestación de la vida humana, un producto acumulado que revela acciones pasadas y simultáneamente contribuye a la construcción del futuro en el presente. En este contexto, resulta imposible considerar la ciudad de manera independiente de la sociedad y del momento histórico en el que se encuentra. Como expresa la geógrafa feminista Doreen Massey: "Los nombres de lugares son portadores de poder: transmiten el poder de aquellos que los nombran sobre aquellos que viven en ellos" (Massey, 2005).
Milton Santos
En La naturaleza del espacio (1996), Milton Santos plantea que el espacio es una construcción social que refleja las relaciones de poder imperantes. En este contexto, los nombres de las calles funcionan como "objetos simbólicos" que perpetúan la hegemonía masculina en el espacio público. Según Santos, el espacio se configura como un recurso que los grupos dominantes utilizan para consolidar su poder. En consecuencia, el nomenclátor urbano se erige como una herramienta que controla y narra la historia desde una perspectiva patriarcal (Santos, 1996, p. 126).
David Harvey
Por otro lado, David Harvey (1989), en La condición de la posmodernidad, argumenta que el espacio es producido y organizado bajo el mandato del capital, lo cual incluye decisiones clave sobre qué figuras históricas y narrativas son conmemoradas en los espacios públicos. En este marco, Harvey subraya que el nomenclátor urbano refleja las relaciones de poder que históricamente han excluido a las mujeres. Harvey introduce el concepto de justicia espacial, defendiendo que una representación más equitativa de hombres y mujeres en el nomenclátor es imprescindible para la creación de una ciudad más inclusiva y equitativa (Harvey, 1989, p. 243; Harvey, 2012, p. 84).
De esta forma, es necesario posibilitar la construcción de espacios de pertenencia, que sean más diversos e igualitarios en términos de género, capaz de favorecer a la materialización de una ciudad más justa, a cimentar las bases de una identidad urbana que sea capaz de celebrar la riqueza de diversidades de voces y experiencias, que promueva la armonía, el respeto y la solidaridad entre los habitantes del territorio y quienes accedan a él. En definitiva y, parafraseando el título de un libro de David Harvey, construir a partir de la otredad y en clave de respeto, igualdad y solidaridad, nuevos “espacios de esperanza”.
Yi-Fu Tuan: creación del lugar, poder y género
En su obra Space and Place (1977), Yi-Fu Tuan introduce el concepto de topofilia, que describe la conexión emocional que las personas desarrollan con su entorno. Según Tuan, el espacio se convierte en lugar cuando se le otorga significado a través de las experiencias humanas, lo que implica que el lugar no es únicamente un constructo físico, sino una creación social cargada de relaciones de poder y simbolismo (Tuan, 1977, p. 6).
En este sentido, los nombres de las calles y plazas desempeñan un papel fundamental en la construcción simbólica del lugar. La predominancia de nombres masculinos en el nomenclátor urbano limita la capacidad de las mujeres para desarrollar una conexión emocional significativa con el espacio público, dado que no encuentran reflejada su historia ni sus aportaciones. Para Tuan, el poder simbólico se manifiesta también en la forma en que se nombra y otorga significado al espacio. La exclusión de las mujeres en el nomenclátor genera una alienación emocional, donde las mujeres no pueden identificarse plenamente con su entorno debido a la ausencia de figuras femeninas en la narrativa urbana (Tuan, 1977, p. 57).
Tuan argumenta que los nombres de los lugares desempeñan un papel crucial en la formación de la memoria colectiva de una sociedad. La ausencia de nombres femeninos en las calles y plazas implica una exclusión de las mujeres de esta memoria compartida, lo que refuerza la crítica feminista sobre la invisibilización de las mujeres en la historia urbana. Según Doreen Massey (2005), las ciudades históricamente han sido diseñadas para reflejar relaciones de poder y desigualdades inherentes al sistema capitalista. Massey plantea que el espacio es un producto social y que la manera en que nombramos los lugares refleja las dinámicas de poder que estructuran la sociedad, afectando la identificación y la conexión emocional de las mujeres con su entorno. Este fenómeno, además de ser simbólico, también tiene implicaciones prácticas para cómo las mujeres experimentan y viven el espacio urbano (Massey, 2005, p. 53).
La representación de género en el tejido urbano de San José de Mayo
Como territorio de estudio, San José de Mayo, no se encuentra exento como escenario donde se desarrolla la mencionada situación; actuando como un ejemplo concreto y local donde se manifiesta la problemática vinculada a la desigualdad de género en la nomenclatura urbana.
En el tejido urbano existe una realidad sutil pero profundamente arraigada: la desigualdad de género se manifiesta incluso en los nombres de calles, plazas y edificaciones. Esta cuestión, aparentemente trivial, revela mucho sobre nuestra sociedad y sus valores.
La subrepresentación del género femenino en el nomenclátor urbano de la capital departamental es claramente evidente. Un análisis cuantitativo y porcentual de los nombres de las calles revela una disparidad significativa: los nombres masculinos representan el 56% del total, los nombres de países, ciudades y lugares el 26%, los nombres de instituciones, agrupaciones y elementos diversos el 12%, y los nombres femeninos apenas el 6%. Es importante destacar que este análisis no incluye calles sin una nomenclatura definida o donde ésta aún no ha sido asignada.
Desde una perspectiva geográfica, por medio del análisis de la nomenclatura urbana, las calles con nombres femeninos, a pesar de representar solo el 6% del total, se concentran principalmente en las zonas más recientes y en expansión de la ciudad, es decir, en áreas periféricas. Este fenómeno, aunque aún en sus primeras etapas, refleja un cambio incipiente en la representación de género. Las calles más antiguas y el núcleo histórico de la ciudad están marcadas por nombres masculinos, evidenciando una herencia de poder y tradición que ha definido el centro urbano desde sus comienzos.
Este contraste entre el centro y la periferia resalta cómo los nombres femeninos, aunque aún limitados, empiezan a hacerse un lugar en las áreas en crecimiento. Es como si la ciudad, al expandirse hacia nuevas fronteras, también comenzara a reconocer y reflejar una representación de género más equitativa, aunque este proceso se manifiesta de manera lenta y gradual.
De este modo, mientras los nombres masculinos continúan dominando el corazón histórico de la ciudad, los nombres femeninos empiezan a emerger en las zonas periféricas, sugiriendo un cambio simbólico en la representación urbana. Este cambio, aunque todavía en marcha, marca una evolución en la manera en que entendemos y valoramos el espacio público.
No son ajenos a esta realidad otros territorios urbanos de Uruguay, donde se presentan patrones similares a los desarrollados en los párrafos anteriores. Siendo la desigualdad de género en el nomenclátor urbano, no una excepción, sino una constante fiel reflejo de una subrepresentación persistente en el ámbito urbano nacional.
Reconfiguración simbólica del espacio urbano y su impacto en la equidad de género
El análisis del nomenclátor urbano desde una perspectiva de género revela que el espacio urbano no es una construcción neutral, sino que reproduce las desigualdades de poder, en particular las de género. Milton Santos, David Harvey y las geografías de género ofrecen marcos teóricos que permiten interpretar el nomenclátor como una manifestación simbólica de estas desigualdades. Al integrar las ideas de Yi-Fu Tuan sobre la creación del lugar y las conexiones emocionales con el espacio, y las perspectivas de Doreen Massey sobre cómo el espacio refleja y reproduce las relaciones de poder, se refuerza la necesidad de reconfigurar el nomenclátor urbano para garantizar que todas las personas, independientemente de su género, puedan desarrollar una conexión emocional y simbólica significativa con su entorno. Massey plantea que los nombres de los lugares no solo transmiten poder, sino que también pueden influir en las interacciones sociales y en cómo las personas experimentan el espacio. La inclusión de nombres femeninos en el espacio público no solo es una cuestión de justicia simbólica, sino también una forma de promover una justicia emocional, permitiendo a las mujeres sentirse representadas y conectadas con el espacio urbano.
Lista de referencias
Alessandri Carlos, A. F. (1992). La reproducción del Espacio Urbano. Brasil: Ediciones de la Universidad de San Pablo.
Durán, M. Á. (2012). El trabajo no remunerado en la economía global. Fondo de Cultura Económica. Harvey, D. (1989). La condición de la posmodernidad. Blackwell.
Harvey, D. (2012). Rebel Cities: From the Right to the City to the Urban Revolution. Verso. Massey, D. (2005). For Space. SAGE Publications.
Méndez, M. (2021). Construcción de territorialidades de las mujeres trans privadas de libertad en la Unidad N.º 4 del espacio carcelario Santiago Vázquez. Diplomado en Posgrado de Geografía. Ipes.
Palacios González, M. (2019). Memoria urbana y género. Editorial Síntesis.
Santos, M. (1996). La naturaleza del espacio: Técnica y tiempo, razón y emoción. Editorial Ariel.
Sánchez de Madariaga, I. (2013). Urbanismo con perspectiva de género: Avances y retos. Revista de Urbanismo y Sociedad, 2(3), 45-56.
Vilela, M. (2020). De la patriarcalización de las ciudades y cómo nos fuimos forjando territorio. Una historia de las geografías feministas y de género desde los binarismos en los espacios urbanos. Posgrado en Geografía. Ipes.
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