Gramsci y Freire: la educación como campo de lucha y posibilidad emancipadora

El artículo Gramsci y Freire: la educación como campo de lucha y posibilidad emancipadora explora la convergencia entre dos pensadores que marcaron profundamente la pedagogía crítica: Paulo Freire y Antonio Gramsci. Ambos conciben la educación como un acto político, inseparable de la disputa ideológica y de la posibilidad de transformación social.

17/11/2025 Federico Barrera
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Freire plantea la educación como praxis humanizadora, donde enseñar no es transmitir contenidos, sino generar procesos dialógicos que permitan a los sujetos leer el mundo y actuar sobre él. Su crítica a la “educación bancaria” denuncia la reproducción de la dominación y propone, en cambio, una pedagogía de la concientización, capaz de liberar tanto a oprimidos como a opresores. La educación, en su visión, es un ejercicio de esperanza y de construcción colectiva de sentido.

Gramsci, desde sus Cuadernos de la cárcel, introduce la noción de hegemonía cultural, mostrando cómo el poder se sostiene no solo por la coerción, sino por el consenso. La escuela, lejos de ser neutral, es un espacio donde se disputa el sentido común. Su concepto de “intelectual orgánico” redefine el rol del educador como agente que surge de una clase social y contribuye a su organización cultural y política.

Aunque sus contextos difieren —Freire en la lucha contra el analfabetismo en Brasil, Gramsci frente al fascismo en Italia—, ambos coinciden en que la educación es terreno de lucha ideológica y ética. Freire enfatiza el diálogo y la conciencia crítica; Gramsci, la formación de intelectuales capaces de disputar la hegemonía.

La vigencia de este diálogo se reafirma en un presente marcado por pedagogías gerenciales y modelos meritocráticos. Frente a la mercantilización de la enseñanza, sus ideas invitan a recuperar la educación como práctica de libertad, derecho colectivo y herramienta emancipadora. Actualizar sus

propuestas implica resistir la colonización epistemológica y sostener la esperanza como apuesta política, reafirmando que educar es abrir mundos posibles y transformar estructuras de exclusión.

Introducción 

En el complejo entramado de la historia educativa latinoamericana y europea, dos pensadores siguen desafiando las lecturas instrumentales de la enseñanza: Paulo Freire y Antonio Gramsci. Ambos proponen una pedagogía que no oculta su dimensión política, ni su potencial transformador. Este artículo retoma sus planteos fundamentales —la hegemonía cultural, la praxis liberadora, el papel del intelectual y la función dialógica del conocimiento— para pensar la educación contemporánea como campo de disputa, resistencia y creación de nuevas formas de vida.

Freire: la educación como praxis humanizadora 

Para Paulo Freire, educar no es simplemente transmitir contenidos. La educación, en su sentido profundo, es un acto político, una praxis comprometida con la humanización del sujeto. Así lo expresa en su célebre afirmación: “Nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo” (1986). La relación pedagógica se vuelve así dialógica, colectiva y situada.

Freire insiste en que la neutralidad en educación no es más que una forma de tomar partido por el statu quo. En Pedagogía del oprimido (1984), denuncia que la enseñanza bancaria —donde el educador deposita contenidos en un sujeto pasivo— reproduce una lógica de dominación que aliena tanto al oprimido como al opresor. Frente a ello, propone una pedagogía crítica basada en la concientización (conscientização), que permite a los sujetos comprender su lugar en la estructura social y actuar sobre ella.

La educación liberadora, según Freire, no busca adaptar al individuo a la realidad, sino dotarlo de herramientas para transformarla. Alfabetizar, en este marco, es también politizar, formar sujetos capaces de leer no solo las palabras, sino también el mundo.

Freire entiende que la opresión no solo anula las condiciones materiales de existencia, sino que distorsiona la vocación ontológica del ser humano: su capacidad de ser más. De ahí que “la gran tarea humanista e histórica de los oprimidos” consista no solo en liberarse a sí mismos, sino también en liberar a los opresores, recuperando la humanidad negada de ambos (Freire, 1984, p. 39).

Este enfoque implica superar la visión del oprimido como objeto de cambio, y asumirlo como sujeto histórico en un proceso colectivo de transformación. La pedagogía “freiriana” es, en este sentido, un ejercicio radical de esperanza, que apuesta al poder educativo de la experiencia compartida, del diálogo y del reconocimiento mutuo.

Gramsci: hegemonía cultural y función pedagógica 

Antonio Gramsci, por su parte, ofrece herramientas conceptuales ineludibles para comprender la función ideológica de la educación. En sus Cuadernos de la cárcel, desarrolla la noción de hegemonía como forma de dominación que se ejerce no solo por la coerción estatal, sino por el consenso cultural. Esta hegemonía se construye cotidianamente en los espacios escolares, en los medios de comunicación, en las iglesias, en la familia: es una red que configura el sentido común.

Para Gramsci, la escuela no es neutra. Lejos de ello, es un aparato ideológico del Estado que puede reproducir el orden dominante o convertirse en terreno fértil para la “contrahegemonía”. La disputa pedagógica es, entonces, una disputa por el imaginario social, por los modos de nombrar, percibir y habitar el mundo.

El intelectual orgánico y la escuela como trinchera

Una de las contribuciones más significativas de Gramsci es su redefinición del rol del intelectual. Frente a la figura tradicional del “sabio” desligado de las clases populares, Gramsci plantea la figura del intelectual orgánico: aquel que surge desde una clase social y trabaja por su organización política y cultural.

En este marco, la escuela debe formar estos intelectuales orgánicos, capaces de intervenir en el campo de la ideología y disputar la construcción del sentido común. La relación entre cultura y trabajo, entre saber y práctica, se vuelve central en la propuesta pedagógica gramsciana. La educación debe articular conocimientos técnicos, científicos y humanistas con un proyecto ético-político de transformación social.

Coincidencias y tensiones entre Freire y Gramsci

Aunque sus contextos históricos y estilos de pensamiento difieren —uno brasileño, forjado en la lucha contra el analfabetismo; el otro italiano, encarcelado por el fascismo—, Freire y Gramsci coinciden en aspectos centrales:

Ambos conciben la educación como terreno de lucha ideológica.

Ambos destacan la capacidad del sujeto oprimido de producir conocimiento y generar transformación.

Ambos entienden que la pedagogía no es simplemente una técnica, sino un acto ético y político.

Freire enfatiza el diálogo y la conciencia crítica como caminos hacia la emancipación. Gramsci, la necesidad de formar intelectuales que disputen la hegemonía.

En conjunto, ofrecen una cartografía para pensar una educación comprometida con la justicia social, una pedagogía que no se conforma con integrar al excluido sino que transforma las estructuras mismas de exclusión.

Vigencia en el debate contemporáneo

En un contexto donde proliferan las pedagogías gerenciales, los modelos meritocráticos y las reformas educativas orientadas al mercado, las ideas de Freire y Gramsci recuperan una potencia crítica indispensable. Invitan a leer la educación como terreno de disputa por el sentido, la cultura y la vida colectiva.

Retoman la pregunta sobre qué enseñamos, a quién y para qué, desnaturalizando el currículo y proponiendo una relectura del rol docente. El maestro, en este marco, deja de ser mero transmisor para convertirse en mediador, en acompañante de un proceso de construcción colectiva del saber. La educación como posibilidad emancipadora

Freire y Gramsci nos recuerdan que la educación es, ante todo, una práctica de libertad. No se trata de idealismos ingenuos, sino de compromisos ético-políticos con la dignidad de los pueblos. Educar no es disciplinar ni homogeneizar, sino abrir mundos posibles, cultivar el pensamiento crítico, promover la participación activa.

Como señala Freire, “la concientización no es un acto de transferencia de conocimiento, sino un proceso de problematización de la realidad” (1984). Gramsci completa esta mirada al señalar que la transformación social requiere una lucha sostenida por el sentido común, por la cultura, por los relatos que configuran nuestra percepción del mundo.

Conclusión

La herencia de Freire y Gramsci no es un legado cerrado, sino una invitación a pensar críticamente nuestras prácticas y nuestras instituciones. Recuperar sus voces no significa repetirlas, sino actualizarlas en función de los desafíos del presente: la exclusión educativa, el vaciamiento del pensamiento crítico, la colonización epistemológica, el desarraigo cultural.

En tiempos de incertidumbre, sus ideas nos convocan a sostener la esperanza como apuesta política. Y a afirmar que la educación, lejos de ser un privilegio o una mercancía, es un derecho, un acto colectivo, una herramienta para la construcción de otro mundo posible.

Bibliografía

Barrera Preliasco, J. (2023). Antonio Gramsci y sus aportes al pensamiento crítico. Medio Mundo / Instituto de Formación Docente “Elia Caputti de Corbacho”. Repositorio CFE.

Barrera Preliasco, J. (2021). Paulo Freire, un educador comprometido con la educación liberadora. Instituto de Formación Docente “Elia Caputti de Corbacho”. Repositorio CFE.

Freire, P. (1984). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.

Freire, P. (1997). Pedagogía de la autonomía: saberes necesarios para la práctica educativa. Siglo XXI Editores.

Gramsci, A. (1971). Cuadernos de la cárcel. Ediciones Era.

Mayo, P. (1999). Gramsci, Freire and adult education: Possibilities for transformative

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