Thomas Hobbes: pensamiento político, naturaleza humana y sus implicancias educativas

Este artículo se inscribe como la cuarta entrega en nuestra serie ―Aportes pedagógicos de los pensadores de la modernidad‖, luego de explorar las miradas de Maquiavelo, Descartes y Locke. En cada artículo, buscamos analizar cómo las grandes teorías filosóficas aportan claves para repensar la educación, sus fines y sus contradicciones. En este trabajo, abordamos el pensamiento de Thomas Hobbes (1588–1679), figura inquietante del realismo político, cuyo diagnóstico sobre la naturaleza humana y la legitimidad del Estado nos desafía desde las entrañas del conflicto.

15/07/2025 Jorge Barrera
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Lejos de idealizar al ser humano, Hobbes lo presenta como movido por el miedo, el deseo y la competencia. Su célebre visión del estado de naturaleza —una guerra de todos contra todos— revela que la convivencia no surge de la espontaneidad, sino de un pacto racional que delega poder en un soberano capaz de imponer orden. En Leviatán, ese Estado fuerte se erige como garante de seguridad y, también, como educador: debe regular el saber, combatir la superstición y formar una ciudadanía obediente y racional.

La lectura pedagógica de Hobbes tensiona nuestras nociones actuales sobre autonomía y democracia. Si bien no propone una educación emancipadora, su defensa de un saber racional y antidogmático anticipa preocupaciones contemporáneas. En tiempos de polarización y desinformación, el llamado hobbesiano a preservar el orden mediante acuerdos legítimos interpela con fuerza a la educación como espacio político.

Este recorrido continúa próximamente con Rousseau y Kant, quienes polemizan con Hobbes desde perspectivas centradas en la libertad, la moral y la formación ética. En esa tensión entre obediencia y autonomía se juegan los grandes dilemas de nuestra práctica educativa.

Introducción 

Thomas Hobbes (1588–1679) es una figura central del pensamiento moderno. Su filosofía política, marcada por el realismo y la desconfianza hacia la naturaleza humana, surge en un contexto histórico de violencia y crisis institucional. Aunque no se ocupó directamente de la educación, sus ideas sobre el Estado, la obediencia y la formación del orden social resultan fundamentales para repensar el papel de la educación en la construcción de ciudadanía y convivencia.

1. El contexto de Hobbes: el miedo como punto de partida 

Hobbes vivió durante una de las épocas más turbulentas de la historia inglesa: la Guerra Civil entre monárquicos y parlamentarios. Este conflicto, caracterizado por la pérdida de legitimidad de las instituciones y el quiebre del orden político, lo llevó a desarrollar su famosa tesis del estado de naturaleza. Allí, sin autoridad soberana, los seres humanos viven en una guerra constante donde la vida es ―solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta‖.

Este entorno lo convenció de que el miedo —especialmente el miedo a la muerte violenta— era la base realista sobre la que podía fundarse un contrato social duradero. Su obra Leviatán (1651) cristaliza esta preocupación: para evitar la anarquía, los individuos deben ceder parte de su libertad a un soberano capaz de asegurar la paz y la estabilidad.

2. Vigencia actual de su pensamiento 

Muchas ideas de Hobbes mantienen una sorprendente actualidad. Su concepción del Estado como garante de seguridad es visible en el modo en que las democracias contemporáneas enfrentan desafíos como el terrorismo, el narcotráfico, el crimen organizado o incluso las pandemias. Asimismo, su énfasis en la autoridad y la legitimidad cobra nueva fuerza en debates sobre la confianza en las instituciones y el rol del Estado frente a la polarización.

El propio contrato social que propone Hobbes, basado en la cesión voluntaria de libertades a cambio de seguridad, sigue siendo un modelo útil para interpretar cómo se articulan hoy ciudadanía, derechos y responsabilidades.

3. Seguridad versus libertad: la posición hobbesiana 

Para Hobbes, la seguridad es superior a la libertad en términos fundacionales. En el estado natural, los individuos gozan de libertad absoluta pero viven aterrados ante la amenaza del otro. Esta situación paradójica —mucha libertad, pero cero seguridad— es inviable. Solo cuando existe una autoridad que impone reglas claras y monopoliza la violencia legítima, puede emerger una forma de libertad civil: hacer todo lo que no esté prohibido por la ley.

En este sentido, Hobbes entiende la libertad no como anarquía, sino como la tranquilidad que surge del orden establecido. Renunciar a una parte de la libertad natural se convierte en un acto racional si ello permite una vida más segura y estable.

4. El Leviatán: el Estado como artificio colectivo 

En Leviatán, Hobbes describe al Estado como una creación artificial, un "hombre artificial" construido por el pacto entre todos los ciudadanos, quienes transfieren su poder al soberano. Esta figura, el Leviatán, representa la unidad política, la ley y la autoridad necesarias para mantener la paz. Su legitimidad no proviene de Dios ni de un linaje noble, sino del contrato racional entre individuos libres que desean evitar la guerra.

El Leviatán no es sólo un Estado fuerte: también es un educador. Para Hobbes, el soberano debe controlar la difusión del conocimiento, combatir las supersticiones religiosas y promover una educación basada en la razón y el respeto a la ley. En este marco, la pedagogía política es un instrumento de estabilidad, no de emancipación.

5. La naturaleza humana según Hobbes 

En el centro del pensamiento hobbesiano está su concepción antropológica: el ser humano es movido por el deseo, el miedo y la competencia. No hay en él una inclinación natural hacia la virtud o la moralidad. Cada quien busca su propio beneficio, incluso a costa del otro. Por eso, la cooperación solo es posible si se racionaliza el instinto de conservación: mediante el pacto, los hombres descubren que obedecer a una autoridad común es más provechoso que enfrentarse eternamente.

Este escepticismo sobre la naturaleza humana funda la necesidad del Estado. A diferencia de Rousseau, que creía en una naturaleza humana esencialmente buena corrompida por la sociedad, Hobbes parte de un diagnóstico inverso: la sociedad es un remedio necesario para una condición natural conflictiva. 

6. Educación, democracia y Estado: proyecciones hobbesianas 

Aunque Hobbes no es un pensador democrático en sentido moderno, su teoría política puede dialogar con la educación actual desde varios ángulos. En primer lugar, su defensa de una educación racional que evite el dogma y la superstición puede vincularse con propuestas pedagógicas orientadas a la formación crítica. Sin embargo, el horizonte final de esa educación en Hobbes no es la autonomía, sino la obediencia ilustrada al orden legítimo. 

En segundo lugar, su visión del Estado como constructo racional y no como entidad natural anticipa algunas ideas modernas sobre la ciudadanía como un aprendizaje social. Educar en ciudadanía, para Hobbes, implicaría formar sujetos capaces de comprender la necesidad del pacto y respetar sus límites.

Finalmente, en contextos donde la democracia enfrenta amenazas internas —como la desinformación o la polarización extrema—, la advertencia hobbesiana sobre el peligro de la desintegración cobra fuerza. Su pensamiento nos recuerda que sin un marco común que regule nuestras diferencias, la convivencia se deshace. 

Conclusión 

Hobbes ofrece una filosofía incómoda, pero poderosa. Nos obliga a pensar la política desde el conflicto y no desde la armonía, y la educación desde el orden y no desde la espontaneidad. Su legado persiste porque interpela nuestros temores más profundos y nuestras esperanzas más razonables: vivir juntos sin matarnos. En este sentido, su Leviatán sigue siendo una figura inquietante, pero también necesaria en tiempos de incertidumbre.

Su legado nos habla desde el nervio del miedo: la política surge como respuesta a la amenaza y la educación como herramienta de control legítimo. Sin embargo, en esa misma incomodidad reside su potencia. Nos obliga a preguntar si el ideal de autonomía educativa puede sostenerse en contextos de polarización extrema, o si necesitamos recuperar ciertas formas de autoridad racional para salvaguardar el diálogo democrático.

Hobbes tensiona la pedagogía contemporánea: ¿educar para obedecer o para pensar? ¿Formar para el orden o para la crítica? Tal vez no se trate de elegir entre uno u otro, sino de reconocer que la fragilidad de la convivencia requiere tanto libertad como límites, tanto espontaneidad como reglas.

En tiempos de incertidumbre, donde los pactos se erosionan y los discursos se radicalizan, volver a Hobbes es preguntarse cómo sostener el lazo social sin caer en la violencia. Su filosofía nos recuerda que educar también es instituir, y que sin un terreno común, toda pedagogía corre el riesgo de volverse ruido.

Bibliografía 

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