MI REENCUENTRO CON SUECIA

Estado socioideológico del que fuera modelo socialdemócrata occidental. Advierto  claramente cuán lejos está Suecia del tercerismo asimétrico pero tercerista al fin del tiempo de Olof Palme.

17/10/2024 Luis E. Sabini Fernández
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Estábamos invitados a cenar en lo de una pareja amiga; ella, otrora integrante montonera; él, sueco nativo, progresista de la vieja estructura socialdemócrata de Suecia. Trabajan intermitentemente en la red “internacional” con que cuenta Suecia “para el desarrollo mundial”, es decir, frecuentan diversos países del Tercer Mundo con contratos de la SIDA sueca (Swedish International Development Agency; Agencia Internacional de Cooperación al Desarrollo; el mero título y hasta el idioma en que está escrito revela la ideología subyacente).

Casi como despedida de la cena en la que no hablamos de política internacional, es decir de políticas genocidas, porque más bien recorrimos las distintas etapas o paradas de sus trabajos fuera del país o nuestras tareas cotidianas,  a la hora de calzarnos (porque en Suecia existe la saludable costumbre de no ingresar con zapatos y sus suelas a los pisos de la vivienda), comento "apenas" como para recordar el presente: –hemos comido y  bebido, aunque en este mismo momento haya poblaciones que están siendo exterminadas por apenas existir, a manos de quienes matan hombres, mujeres, niños, sin que exista otra razón que el puro exterminio...

Nuestro anfitrión comenta: –¡Ciertamente! ¡75 mil ucranianos y 170 mil soldados rusos muertos! (o tal vez dijo: 170 mil ucranianos y 75 mil soldados rusos (apenas retuve las cifras y no sus titulares).

Quedé frio. –¡No!, exclamé; ¡¡¡en Gaza!!! En Ucrania lo que hay es una guerra con soldados de uno y otro bando; del bando agresor y del país que sufrió la invasión, pero en Palestina no hay dos países ni dos ejércitos; se trata únicamente de un ejército que masacra población civil…

–Bueno, tercia otra vez el dueño de casa: en Palestina hubo  efectivamente 40 000 muertos...

No sé si con ello quería comparar los 245 mil muertos en Ucrania con los señalados públicamente en Palestina. Pero no pude dejar de subrayar que no había comparación posible. Porque no se conocen las cifras de los masacrados realmente en la Franja de Gaza…y  porque 45 millones que habitan Ucrania no tiene comparación con los 4 o 5 millones de palestinos en Palestina e Israel.

La conversación se diluyó con los últimos cordones de zapatos. Y salimos a la intemperie.

No llegué a decir que me cuesta admitir que tras los derrumbes generalizados de viviendas, en Gaza, capital o en Khan Younis, a menudo de 10 pisos, hayan sido matados, aplastados, masacrados “apenas” el 2% de la población (hay otras cifras, de fuentes confiables; que estiman en 180 000 o de más de 200 000 los muertos palestinos posteriores al 7 oct.)

Nuestro anfitrión de la cena, lamentablemente, no está solo. La prensa y la calle abonan un miedo generalizado ante un posible ataque ruso que golpetea cada día desde los noticieros.

Una visión  sencilla, que advierto reiterada en los medios masivos de comunicación (o de incomunicación), enfoca, para la solución de los problemas mundiales, ‘tres obstáculos’ a la paz. Tres personas, tres figuras: Putin, Xi Jinping y Trump.  Como si se tratara de un problema de extracción, casi odontológico. Como nos recuerda siempre una ley de Murhpy: “Los problemas complejos tienen soluciones erróneas que son sencillas y comprensibles.”   

Esta concentración conceptual de “lo importante” en la cuestión Ucrania-Rusia, trae consigo la erección del exactor televisivo de efectos especiales y control mediático,  Volodimir Zelensky, en héroe (de Occidente). No podemos olvidar su airado fervor refiriéndose a lo palestino-israelí: defensor de ‘los judíos, víctimas de los palestinos.’ (sic).

Aparentemente, el rechazo, el miedo, a la posible opresión rusa cubre un amplísimo espectro mental. Sostenido apenas por un conflicto interimperial Rusia-Suecia de hace tres siglos y la instauración soviética, hace un siglo, que efectivamente se expandió por parte de la Europa Oriental (aunque nunca en Escandinavia).
El proyecto imperial soviético se agotó definitivamente en la década de los ’90 y parece totalmente fuera de vigencia, y vemos a Rusia más bien a la defensiva ante los avances, precisamente, de los viejos Aliados de la IIGM; particularmente la expansiva OTAN.


La cuestión palestino/israelí, y particularmente la pesadilla gazatí, aun sin una nítida posiciòn del gobierno cuenta con cierta resonancia en las calles, al menos de la capital. Se van banderas palestinas en ventanas particulares. Aunque aisladas, existen. Y algunas publicaciones hablan del colonialismo israelí, del racismo israelí, de supremacismo  –tan propio de ideologías como la nazi o la anglonorteamericana–. Transcribo un título (de una publicación anarcosindicalista sin alcance masivo que se imprime nueve veces por año; El trabajador): “¿Es una estrategia militar o puramente racista bombardear los hogares en Gaza masiva e indiscriminadamente?”
Frente a estas manifestaciones, existe una bibliografía incondicionalmente proisraelí, que  por la imponencia de sus ejemplares se ve generosamente regada con dinero. Apenas un ejemplo, escrito por un docente especializado en conocimiento del estado y del terrorismo, consejero en la UE, en la SIDA (que ya nombramos) y en la Academia Real de Guerra; Magnus Ranstorp. Tiene un libro sesgadamente titulado: Hamas: el terror desde adentro. Sesgado, porque habla de terror islámico o del de Hamás sin ni siquiera atender o incorporar la naturaleza exterminadora del Estado de Israel respecto del pueblo que habitaba el territorio bíblicamente reclamado.
Ranstorp nos habla de que “los terroristas gozan con la muerte que provocan”, que “juegan arrojándose uno a otro un pecho seccionado a una judía”, que obedecen a sus superiores y violan “a una prisionera ya muerta”.

“Violaban y maltrataban, no sólo sexualmente sino también humillándolos. La forma de darles muerte es algo que sólo monstruos pueden hacer”. Un reconocimiento preciso de que los monstruos pululan entre israelíes […] “Mujeres y niñas reciben un trato bestial, sus espaldas son fracturadas y les disparan en sus vaginas.”

Estas descripciones de Ranstorp necesitan dos precisiones al menos: 1) no se han presentado pruebas de horrores como el de los pechos seccionados y convertidos en pelotas, así como tampoco se pudo probar la existencia de bebitos asados, que el presidente en ejercicio de EE.UU., Joe Biden, lograra ver –oh milagro– “con sus propios ojos”.

Si la escasez de pruebas hace sospechosas la versión de algunos horrores, existen dos elementos de juicio más que nos hace ser todavía más cautos con el relato de este “investigador”:

1) no sólo que muchos de tales horrores son los que, precisamente, se han denunciado y comprobado, llevados a cabo, y sistemáticamente, por parte de las fuerzas oficiales (denominadas “de Defensa”) del ejército israelí, sobre palestinos, sino que, además, está asimismo documentado el gozo, enfermizo, de muchos soldados (varones y mujeres israelíes) con tales torturas.

2) la persistente renuencia que esgrimen tantos israelíes a reconocer las atrocidades que descargan sobre  palestinos constituye la clave psicológica para darse cuenta de su supremacismo. “Los atacantes tienen la mayor libertad para saquear, asesinar y secuestrar.” (Ranstorp, p. 30). Eso es lo que hicieron, precisamente, los sionistas durante su proceso de implantación forzosa, sustituyendo a los palestinos, expulsándolos, suprimiéndolos a lo largo de distintas coyunturas; si los palestinos aceptaban la sumisión, el juego se presentaba democrático; si los palestinos resistían, se aplicaba el señorío despótico y el rechazo radical de todo margen democrático.

El “historiador” Ranstorp persiste en registrar 1269 muertes de israelíes ese fatídico 7 de octubre (la versión oficial del Estado de Israel fue de 1400 y prestamente redujeron esa cantidad explicando una confusión inicial con cadáveres de palestinos abatidos). Ranstorp consigna entonces la versión oficial depurada, que está, empero, groseramente falsificada.

Varios investigadores reducen considerablemente el número de muertes de civiles israelíes atribuidos al copamiento palestino. Nada que ver con millares, atribuyendo buena parte de los muertos de aquel día a la respuesta militar israelí, unas seis horas más tarde (los muertos de esa jornada incluye a centenares de policías y soldados copados y ajusticiados sumariamente en su cuartel general en Gaza, literariamente sorprendidos en calzones: esas muertes -centenares- no pueden sino ser consideradas resultado de la violencia ejercida por una estructura guerrillera  sobre un “ejército de ocupación”).

Con  total desenfado, falta de lógica y pensamiento doble, Ranstorp se dedica a poner en boca y cuerpo de palestinos atributos y ejercicios que son característicos del comportamiento militar israelí:

‘una niña, apenas unos siete años, sentada a horcajadas de su padre, que lleva en sus manitas un kalashinov’;
Ranstorp califica a Yahya Sinwar ”carnicero”. No sabemos con qué títulos. Pero sí sabemos cómo resultaba ese calificativo apropiado para Ariel Sharon, asesino de miles de palestinos, incluido los de los progromos de refugiados en Sabra y Shatila, en Líbano, compuestos por ancianos, mujeres e infantes  puesto que los varones aptos habían partido a enfrentar la colonización en otras partes en  disputa.
Ranstorp nos aclara que “el crecimiento de Yahya Sinwar se caracterizó por el sufrimiento generado por la agresión sionista.” Parece bastante lógico, puesto que nació en 1962 en Khan Younis; tenía 14 años cuando se produce el despojo de la Nakba: un adolescente en plenitud tiene que haber recibido la violencia colonial como un azote feroz.

Muy pronto iniciará su contacto con el mundo carcelario israelí hasta terminar cumpliendo una condena de 22 años: una ofrenda no muy agradable para un joven.

Ranstorp lo ubica como un prisionero “recalcitrante y cruel” (p. 40). Me causa gracia lo de recalcitrante: ¿Qué pretende Ranstorp? Que el preso, con una condena de 22 años, fuera cordial, jovial, desatento a su condición y destino… ¿despreocupado? Me hace acordar a la caracterización que la imperial Real Academia Española, hacía a mediados del siglo pasado de los carabalíes; “pueblo africano poco estimado por su carácter indómito”. Imperiales pero sinceros: la Falange española y  el supremacismo sionista.

En conclusión: no esperemos búsqueda de la verdad en Ranstorp: pertenece  a la campaña proisraelí, sencillamente.

«Los soldados israelíes quemaron tiendas de campaña… no dejaron nada verde ni seco... destruyeron todo. Quemaron las tiendas, quemaron a los humanos. Quemaron viva a mi hija discapacitada delante de mí y luego aplastaron su cuerpo con un bulldozer. Mientras era quemada, le miraba a los ojos y no pudimos salvarla. Ella tenía 34 años, los israelíes no dejaron nada. ¡La situación que estamos pasando!... esto no es una guerra, es solo muerte.»

Apenas sabemos un 1% de las atrocidades que los sionistas han perpetrado en Gaza.

Esta delectación en provocar la muerte ajena (de infieles, de subhumanos, de rebeldes, de indefensos; elija el lector el calificativo más apropiado) es una constante del comportamiento israelosionista. Y no desde el 7 de octubre de 2023. Viene desde hace más de un siglo; el 7 de octubre lo ha agudizado.

Veamos un acontecimiento relativamente reciente que ha sido calificado como “la masacre de la harina”. Transcribo la descripción que hace Unz, él mismo de origen judío: “[…] activistas israelíes bloqueaban periódicamente el paso de los camiones de alimentos [detalle clave: es el único alimento que les puede llegar a los gazatíes sitiados desde 2006 y con sus campos estropeados y contaminados por Israel para impedir toda autonomía alimentaria] y en pocas semanas altos funcionarios de la ONU declararon que más de un millón de los habitantes de Gaza estaban al borde de una hambruna mortal. Cuando los desesperados y hambrientos habitantes del Gaza invadieron uno de los pocos convoyes con entrega de alimentos a los que se les había permitido pasar, el ejército disparó y mató a más de cien de ellos en la “Masacre de la harina”, y eso se repitió más tarde con nuevos planteles de hambrientos desesperados. Todas estas horribles escenas de muerte y hambruna deliberada se transmitieron a todo el mundo en las redes sociales y algunos de los peores ejemplos provienen de relatos de alegres soldados israelíes, como el video del cadáver de un niño palestino siendo devorado por un perro hambriento. Otra imagen mostraba los restos de un prisionero palestino atado […] aplastado en vida por un tanque israelí.” 

¿Qué presenta Ranstorp?: un diseño de escamoteo de la realidad. Habla apenas y con calificativos de Yahya Sinwar. Hablemos pero sin calificativos, sólo con acciones, de  Itamar Ben Gvir, el actual ministro del Interior de lsrael, que advierto, en Suecia es mucho menos mencionado que Sinwar. Ben Gvir pasó sus penúltimos meses “tratando de complicar la situación de los presos palestinos detenidos en las cárceles de Israel”. Es decir, supresión de sueño, de comida, torturas físicas, con aparatos, postergación de visita de familiares.

“Ben Gvir, que responde a una línea ultranacionalista y supremacista judía, se pasó tratando de asegurarse de que los detenidos palestinos, que califica de «terroristas», no tuvieran más “pan todas las mañanas, como si estuvieran en el restaurante». 

"Me preguntan si los presos palestinos deben recibir comida... y yo digo que deben ser asesinados de un tiro en la cabeza. Aprobaremos una ley de ejecución de prisioneros".

En los antecedentes de Ben Gvir figura haber amenazado de muerte al  premier Yizhak Rabin –el único jefe sionista de la historia de lsrael, que advirtió los derechos palestinos– poco antes de su asesinato político a manos de otro judío de extrema derecha.

Podríamos extender el alcance de las atrocidades israelíes y documentar el gozo sádico, incomprensible, incompartible, con que son llevadas adelante, y sobrepasar largamente la ristra de calificativos a la que Ranstorp apela para pretender establecer y fijar el terror de Hamás.

Pero no hace falta. Dejamos al lector la tarea de rastrear los presuntos parecidos y apreciar la abyección del empeño sionista, descaradamente genocida.

¿Qué habría pasado con Olof Palme –él mismo judío– hoy (asesinado en 1986)? Difícil ya no saberlo, sino apenas imaginarlo. Suecia acompañó calladamente el proyecto de EE.UU., a fines de los ’40, de crear el Estado de Israel. Silencio escandaloso porque incluyó el alevoso asesinato de Folke Bernadotte, el emisario sueco que procuró abordar la cuestión palestinoisraelí, ejecutado por connotados sionistas premiados al designarlos como guardaespaldas del primer gobierno sionista, isrealí. Su único pecado o delito: defender derechos de palestinos y sionistas. ¡La ONU ni le rindió honores que correspondían con su investidura! 

Palme parecía haber tomado distancia ante ese entreguismo “de posguerra”, al reconocer el valor político del anticolonialismo y de las luchas por la liberación nacional.

Pero vivimos ahora una ofensiva de la derecha, como pocas veces antes.□

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