Maquiavelo y la Educación

Este artículo inaugura una serie de seis textos dedicados a explorar las concepciones pedagógicas de la modernidad. En esta y en cada entrega posterior, abordaré el pensamiento de uno de los seis autores seleccionados para este trabajo, a quienes denomino los pensadores clásicos de la modernidad.

24/06/2025 Jorge Barrera
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La modernidad significó una transformación profunda en la concepción del ser humano, la política, la ética y, por extensión, la educación. En ese contexto, los pensadores clásicos de la modernidad —Maquiavelo, Descartes, Hobbes, Locke, Rousseau y Kant— elaboraron marcos teóricos que, si bien no siempre propusieron sistemas educativos explícitos, dejaron fundamentos filosóficos que modelaron prácticas pedagógicas hasta hoy.

Maquiavelo concibe la educación como parte de la estrategia del poder. En ―El Príncipe‖ y ―Los discursos sobre la primera década de Tito Livio‖, aparece la necesidad de formar sujetos capaces de adaptarse a contextos de inestabilidad, incertidumbre y conflicto. Aunque su enfoque es más político que pedagógico, su visión influye en propuestas educativas centradas en la astucia (la "zorra") y la fuerza (el "león"). De allí deriva la idea de educar para la supervivencia, el liderazgo y el realismo político. La escuela, desde esta óptica, puede funcionar como aparato de formación del carácter cívico y político, orientado a habitar el conflicto.

Maquiavelo y la Educación: una lectura estratégica desde el presente 

Nicolás Maquiavelo (1469–1527), figura central del Renacimiento italiano, ha sido fuente inagotable de debate por su particular concepción del poder, la virtud y la acción política. Nacido en Florencia, una ciudad-estado en permanente efervescencia política, vivió los vaivenes de una Italia fragmentada, dominada por intereses externos y en transición hacia nuevas formas de organización social y estatal. Se casó con Marietta Corsini en 1502 y tuvo una familia numerosa, fue padre de seis hijos, a pesar de sus ocupaciones políticas, mantenía una vida doméstica activa. Aunque lo recordamos por El 

Príncipe, también escribió obras teatrales como La Mandrágora, una sátira política cargada de humor ácido.

Entre 1498 y 1512, Maquiavelo fue secretario de la Segunda Cancillería de Florencia. En ese rol, organizó más de 20 misiones diplomáticas y redactó informes políticos con una pluma afilada y pragmática. En ese contexto convulso, Maquiavelo desarrolló una visión profundamente realista y pragmática del quehacer político, plasmada en obras como como El Príncipe y Discursos sobre la primera década de Tito Livio. 

Tras el regreso de los Médici al poder en 1512, fue acusado de conspiración, encarcelado y torturado. Luego se retiró a su finca en San Casciano, donde escribió ―El Príncipe‖ en un intento de recuperar el favor político. Aunque se lo asocia con el poder sin escrúpulos, Maquiavelo admiraba al dictador romano Cincinato, símbolo de virtud republicana y servicio desinteresado, en sus cartas privadas, se muestra irónico, lúcido y a veces melancólico. Su nieto Giovanni Ricci conservó muchas de ellas, lo que nos permite conocer su costado más íntimo. El término ―maquiavélico‖ lo traiciona; aunque hoy se usa para describir a personas manipuladoras, muchos pensadores —como Rousseau o Diderot— lo reivindicaron como un republicano comprometido con la libertad.

Maquiavelo y la educación: formar zorras y leones para habitar la incertidumbre

Si bien no elaboró una teoría pedagógica formal, su pensamiento ofrece claves interpretativas valiosas para repensar la educación en clave política, crítica y contextual. Cuando se menciona a Maquiavelo, suele emerger el eco de un pensamiento frío, calculador o incluso cínico. Sin embargo, su obra –particularmente, ―El Príncipe‖ y ‖los Discursos sobre la primera década de Tito Livio‖, ofrecen claves provocadoras para repensar la educación desde una perspectiva crítica, estratégica y situada. Lejos de limitarse al campo de la ciencia política, su mirada puede fertilizar el aula como un espacio de formación política, de disputa de sentidos y de construcción ética en contextos complejos.

Virtù como capacidad de acción

Para Maquiavelo, la virtud no remite a la obediencia religiosa ni a una moral universal e inmutable. Su virtù es una cualidad activa: la aptitud para actuar estratégicamente en un mundo incierto y cambiante. El sujeto virtuoso decide, interpreta y arriesga. Así entendido, educar en virtud es formar personas capaces de leer su entorno, sostener convicciones sin ingenuidad y actuar con firmeza ética. Es una invitación a construir autonomía política más que a reproducir dogmas.

Educación para la participación

En los Discursos, Maquiavelo se distancia del modelo autoritario de El Príncipe y se muestra afín a una República viva, en la que el pueblo tiene voz y poder. Allí reivindica el conflicto como motor de innovación institucional y la deliberación como práctica colectiva. En clave pedagógica, esto se traduce en un aula que no es neutra ni pacificada: se trata de un espacio donde se negocian sentidos, se visibilizan desigualdades y se ensaya la ciudadanía. El docente, en este marco, no imparte saberes desde el púlpito, sino que habilita procesos de participación activa y confrontación reflexiva.

Fortuna, incertidumbre y pedagogías situadas

Maquiavelo introduce la fortuna como metáfora del azar, la contingencia y las fuerzas externas que condicionan la acción humana. Pero no propone resignación, sino estrategia: actuar con ―virtù‖ implica anticipar, adaptarse o incluso forzar el curso de los hechos. Esta tensión entre lo imprevisible y la agencia se acerca a las pedagogías situadas, que reconocen el contexto material, histórico y cultural como base de toda intervención. Formar para la acción requiere asumir la incertidumbre sin renunciar a la transformación.

El poder como objeto pedagógico

Una de sus contribuciones más incómodas –y más fértiles– es la disociación entre moral tradicional y eficacia política. Su conocida frase ―el fin justifica los medios‖, aun cuando simplificada, encierra una advertencia: el poder no se rige por principios abstractos sino por relaciones concretas. En este sentido, Maquiavelo nos empuja a desnaturalizar el poder, a mostrarlo en sus

mecanismos cotidianos y a habilitar su disputa. Pensado así, el aula se transforma en terreno político donde se configuran jerarquías, se resisten imposiciones y se habilita la palabra.

El liderazgo entre el zorro y el león

―El Príncipe‖ ofrece una poderosa metáfora del liderazgo: el gobernante debe ser zorro para detectar las trampas y león para espantar a los lobos. Esta fórmula, lejos de describir un tirano, apunta a un liderazgo dúctil, estratégico y valiente. Trasladado al campo educativo, el docente aparece como ese sujeto que lee las tensiones del aula, decide con inteligencia emocional y sostiene los procesos formativos con sensibilidad y firmeza. Formar líderes pedagógicos implica, entonces, reconocer la dimensión política del rol docente.

Una crítica a la educación de su época (y quizás también a la nuestra)

Maquiavelo cuestionó duramente el racionalismo idealista que inundaba la enseñanza renacentista. La erudición desligada de la acción, la retórica vacía y la moral religiosa como único parámetro ético le resultaban inoperantes para la vida pública. En respuesta, propuso una formación contextualizada, pensada para actuar en la realidad con lucidez y eficacia. Su crítica invita a examinar hasta qué punto seguimos educando bajo lógicas abstractas, despolitizadas y desconectadas de las urgencias contemporáneas. 

Ética situada y límites pedagógicos

Maquiavelo no propone renunciar a la ética, sino construirla desde la praxis, la deliberación y la responsabilidad. Actuar bien no siempre es actuar conforme a la norma; muchas veces exige leer el contexto, sopesar consecuencias y decidir en medio de dilemas. No obstante, su enfoque no está exento de tensiones. Se le ha criticado el énfasis en la eficacia por sobre la justicia, su visión autoritaria del liderazgo y su antropología pesimista. Estos límites, lejos de invalidarlo, abren espacio para una reapropiación crítica de su legado.

Conclusión: incomodidad fecunda

Volver a Maquiavelo desde la educación es aceptar una incomodidad fértil. Es desafiar miradas ingenuas sobre el poder, revisar nuestras concepciones de ciudadanía y reconocer que educar también es disputar sentidos. Sus conceptos –virtù, fortuna, conflicto, liderazgo– ofrecen herramientas para imaginar una educación estratégica, contextualizada y éticamente comprometida. En tiempos de incertidumbre estructural, quizás formar zorras y leones no sea una traición al humanismo, sino una forma radical de sostenerlo.

Maquiavelo, N. (2010). El Príncipe (L. Sala, Trad.). Losada. (Obra original publicada en 1532)

Maquiavelo, N. (2007). Discursos sobre la primera década de Tito Livio (J. M. Valverde, Trad.). Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1531)

Maquiavelo, N. (2004). La mandrágora (M. A. Rivas, Ed.). Cátedra.

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